Páginas

AIRE RICO

Volumen 1: Cecilia

Sólo hablar contigo hizo que dejara de llorar, después me di cuenta que me había dormido en el sillón. El whisky me da sueño, y llevaba una semana borracho extrañándote. Puse un disco de Buenos Muchachos que empeoró todo, caminaba por la casa sin rumbo buscando cigarros, sabía que me estaba haciendo mal respirar sólo aire. No encontré. Pero me daba no sé qué salir, la calle es especialmente horrible cuando no sabes lo que precisas, ni lo que tenés.

“Cuando estás abajo” Dice Dalton en Ingles, casi que leyéndome la mente, o era yo que puse no tan sin querer el disco. No pude volver a dormir y serví otro poco, no había hielo y sentí el calor recorrer mi garganta, era fuerte y sabía que iba a tener que salir al almacén, pero me faltaba afrontar mi propia vida, el mundo me llamaba, no podía vivir encerrado en casa, en mi propia cabeza, extrañándola. La música sonaba, yo me vestía pero tenía que volar.

Puse pausa y salí.

El barrio es feo, el camino es largo y yo no dejaba de pensar mientras veía como ese perro muerto seguía tirado sobre un montón de hojas secas. Estaba frío el perro y el clima. Me puse auriculares, la capucha y el mismo disco, desestresándome. Brillaba la ausencia de la luna, sólo luces amarillas de las columnas mudas que no cuentan el cuento, de personas como yo que caminan de madrugada, cansados, locos, borrachos y estresados de pies a cabeza. Yo pateaba piedras y escuchaba atentamente la música, mis pasos, los pájaros desorientados, los tiros, los silbidos.

La noche es mi mejor amiga.

Me separé hace menos de un mes, y no lo llevaba bien. Había sido mi culpa, como siempre.

Cecilia un día se aburrió.

Llegué al almacén y toqué timbre, mi mano mientras jugaba con el encendedor se congelaba, salió el mismo viejo barbudo que me saludaba con un apretón de manos y me decía “Estimado”

  • Un Nevada chico – le dije.

  • En seguida... ¿Algo más? ¿Cambio de? Me respondió, sin mirarme y abriendo un paquete de 20 para sacarle 10 y dármelos, como hacía siempre.

  • No no, tengo justo. Casi que susurré mientras contaba monedas que había estado contando mil veces en mi casa mientras juntaba fuerzas para salir.

Todavía no tenía las fuerzas, sólo las agallas de salir y rezar para volver. Francisco volvió con los cigarros, le dí la plata y antes de darme vuelta saqué uno, rodaba ya una alegría eterna por mi boca. Las primeras pitadas caminando de vuelta esas cuadras fueron con los ojos cerrados, pensando en aquel bar donde frenamos vos, tus dos amigas y yo esa primera vez. O ese otro que quedaba en el centro donde íbamos a tomar cerveza y donde nos mirábamos queriendo despertar juntos, piel a piel. Éstas noches frías se hicieron más frías por la soledad, habíamos hablado después de separarnos, pero siempre terminaban igual, uno de los dos lloraba y el otro se despedía.

“No queda trago o copa alguna, para calmar tu sed” escuché atentamente, era nuestra canción. En realidad mi canción, cada vez que la oía pensaba en vos. Y vos estabas podrida de que todos los hombres de tu vida dijeran lo mismo.


Volumen 2: Mi infierno personal

La almohada pegada a la cara, los perro ladrando afuera como por un altavoz, el sol y todas las luces prendidas apuntando directo a mis ojos. Odio mi pobreza y las malas decisiones, el whisky barato y las alarmas.

En mi cama encuentro espinas de tu piel, que hacen que sangre mi memoria y las dejo, porque quedo como idiota recordando la flor. Aunque la resaca, el dolor de cabeza, la vergüenza y la culpa me dicen que ya no piense más en vos. Y en ese momento agradezco la suerte de conocer el café y las aspirinas. Tomo 3 y respiro.

Bajo a la cocina a servir más café, mientras revisaba la agenda. Había faltado al médico esa misma mañana y era el cumpleaños de alguien al que le debía plata; con una lapicera borré su nombre y tomé un trago largo sin azúcar de ese café, que estaba en la cafetera desde que la compré. Afuera el sol del mediodía brillaba naranja. Yo seguía cansado, pero tenía que irme.

En el camino llamé a Damián, un amigo de Minas pidiéndole para quedarme en su casa unos días, me dijo que no y ya no tenía a dónde escapar.

Caminé un largo rato después de esa reunión a la que me hubiera encantado faltar, hasta que me cansé y me subí a un ómnibus para volver a casa lo antes posible. El chofer tenía sintonizada Radio futura y sonaba a lo lejos Andoamandoamanda de Buenos Muchachos.

« Y si olvido tu rostro / no es por nada / es de cristales rotos que / caen de mis ojos»

¿Hay alguna explicación para la actitud masoquista de poner música triste cuando estamos tristes? - Pensé.

De alguna manera mi cuerpo me pidió La edad del cielo de Drexler y me puse los auriculares. Mientras, recordaba como hace años Dahiana Masner la cantaba en un C2 en el que volvía de la casa de mi ex, a la que llamé después de poner la canción en Spotify para contarle que casi lloro. Creo que sí había llorado realmente en ese C2. Y hoy capaz que precisaba que alguien me diga al oído "Deja que el tiempo cure" con la voz de Cecilia. Pero ya no la tengo para llamarla, ni lo que tenía que curar era esa herida, sino muchas otras, que vinieron con el tiempo.

Después puse Zitarrosa, que me recordó a Daniel, el padre de un amigo, y la radio en su taller sintonizando M24. So Payaso de Extremoduro trajo a mi mente a Agustina y ese viaje a Artigas, AFC a Camila y San José de Mayo; Buenos Muchachos me recordó a Cecilia de nuevo. Puesto, de Babasónicos a ese amor adolescente y lejano. Historias sin terminar de Trotsky a Fede y Enrique, a Magui, a Lucía, saliendo un sábado del liceo.

Mi memoria entera estaba atada por retazos de canciones, agarrada con fuerza de la nuca por acordes de guitarras sin afinar. La lista va y viene entre mi madre y Mariposa Tecnicolor, a La Renga y Agustín mi sobrino. Pensaba en mi otra sobrina, Lucía, cuando escuchaba Un Ángel para tu soledad en el Hospital Policial, esperando que saliera de una operación. Hasta de pronto, escuchando música me dormí y desperté dos paradas después de la que tenía que bajarme, con una sensación de soledad increíble y sin nadie con quién hablar.

Mientras caminaba de vuelta para atrás, fumaba un cigarro y recordaba el olor a la playa de Neptunia. Saludé a unos vecinos de pasada. Abrí el candado del portón y después la puerta enorme de madera de casa, para volver a entrar a mi infierno personal.



Volumen 3: Vamos todavía uruguayo


Mordés la almohada y todo va peor y la rambla ya no es la anestesia.

Quiero tener un balcón enorme, de esos que dan a una calle oscura de arboles grandes, donde solo se vea el punto rojo incandescente de mi cigarro, y la luz amarilla y opaca de la columna de la esquina. Que quede en Cordón o en Centro, o mejor en Palermo, pero cerca del ruido, para que mi insomnio pase desapercibido.

Siempre me gustó el murmullo nocturno de Montevideo, los pasos, las risas a lo lejos y los gritos de peleas que siempre están más cerca de lo que uno querría.
Pero no, vivo en una casa chiquita lejos de todo, pero con ruidos y tiros.

Llevo durmiendo en el sofá más de lo que mi espalda puede aguantar, porque la cama me recuerda a ella. Nos la regaló su madre cuando nos mudamos juntos. Y hoy la siento como si fuera de piedra.
En el sofá, la almohada, todo va peor... qué mierda pasa acá.

Buscando ideas, encontré un papel suelto en una libreta vieja: “Que el otoño se haga primavera en tus ojos, que tus mañanas huelan a café y que tus tardes sean de cerveza y terraza.” decía. Se ve que desde el principio supe que esto se iba a terminar.

Uno es consiente de que el amor y las cosas -las buenas y las malas- son efímeras, pasajeras. Pero la eternidad nos impulsa y nos sirve de meta. Querer trascender nos alienta en este camino sinuoso de fracasos y golpes en la jeta que llamamos vida.

Uno sabe lo enamorado que estaba hace diez años de esa novia adolescente y también sabe o no, cómo y por qué terminó. Pero aún así seguimos aferrándonos a creer y a querer. Y ante todo, seguimos prometiendo amor eterno.
Qué otra forma de vivir tenemos si no es buscando que un momento se haga para siempre, parar el tiempo en un beso, en una caricia, en una mirada y hacerla eterna.

Yo ahora estoy acá, teniendo que seguir, saliendo de nuevo, pero acabo de ver a la muerte caminando por la vereda de enfrente, por suerte me ignoró y yo suspiré. Venía el ómnibus.

Hoy no quería perseguirla.



Volumen 4: Trucos Nuevos

Volví a mi casa después una noche larga, tanto, que ya era de día. Me había prometido no volver a despertarme a las 6 de la tarde con resaca. Y no cumplí. Es que estoy roto, me canso rápido y mi cabeza piensa mil cosas a la vez, ya no aprendo trucos nuevos.

Hacía años no dormía tan mal, me despertó de una patada. Me echó de la casa una mujer, que no me acuerdo cómo se llamaba.

La conocí cuando me estaba yendo a la parada, un poco borracho y cansado recién salido de un bar. Me paró preguntando si Bluzz seguía abierto, con una impunidad que me encandiló. Le dije que sí y que si no le molestaba que la acompañara.

- Dale vamos, me respondió.

Desde que llegamos no paramos de bailar, tomé más cerveza y fuimos a su casa que quedaba cerca pero no sé dónde.

Estábamos muy borrachos para coger y demasiado sobrios para dejar de tomar. No había más alcohol, me dice, que ya no queda nada, nada. Y en un momento nos dormimos, quedé en el sofá y desperté en el piso, con la patada en las costillas me levanté, no sé si cariñosa o arrepentida, de esa morocha hermosa.

No temes a lo oscuro de tu piel, con mil gotas de alcohol en tu cara

Me paré como pude, le dije que me cerrara la puerta después de darle un beso en el cachete y ponerme los lentes negros. No le pedí su número, no sé bien quién era, no sé bien nada.
Como siempre.

Pero ya eran las 10 de la mañana.



Volumen 5: Rocha


Mientras el ómnibus en reversa sale de Tres Cruces voy pensando. Veo como los edificios viejos, las calles húmedas y las personas mudas me despiden; otra vez. Quiero gritar de a ratos pero me falta el aire, me abruma la gente que sube en cada parada con cara de calor. Miro hacia afuera por la ventanilla de nuevo y me repito “Qué lindo sería no tener que volver” pero la nostalgia no demora, los recuerdos, los olores y las despedidas que nunca tuve no me dejan. Empiezo a extrañar rápido y quisiera estar como ayer en la tortuguita con mis amigos, o en mi casa con ella.

Esta ciudad es hermosa a veces, más que nada éstos días de lluvia, con el cielo gris haciendo juego con los edificios y las paredes. Los paraguas rotos por doquier tienen el encanto de esa lluvia de ayer. Son como la decoración de una torta de cumpleaños. Todo tiene una magia que no todos ven y por la que yo volvería una y mil veces a ésta puta ciudad. Con sol o como ahora, gris y hermoso.

Ayer llamé a mi abuela, no sé hace cuánto no hablábamos, pero no sabía a a donde escapar. Y le pedí para ira su casa, prendí mi cigarro de soledad, sentí el morir. Corté y lloré.

Como a las 7 de la mañana del sábado llegué a Rocha, con una mochila y la espalda cansada, la vida a cuestas, ya no sabía dónde escapar. Me importan pocas cosas, estoy desganado y cansado, sólo el aire de las palmeras iba a poder cambiar algo. Me pidieron un tabaco ni bien llegué y convidando su alma sintió morir. Regalando, mi alma supo morir.


Volumen 6: Aquí o Allá


Odio a mi familia pero hoy era una escapatoria, extrañaba escribir, un poco lo precisaba y La Paloma siempre me había dado paz.
Mi abuela vivía en una casa de campo casi en Costa Azul, cerca de la playa, con el baño afuera, una cocina a queroseno y el techo de chapa. La vista a la playa después de mear me daba paz. Pensaba mientras caminaba por las piedras llegando a su casa si no me había olvidado la libreta negra y el pendrive, hasta que llegó mi abuela al portón con una sonrisa enorme, y en cuanto entré se largó a llorar, a abrazarme y darme el cariño que no sentía en años, todo junto, con olor a meo y un mate dulce bien caliente y dulce, muy dulce, como sus besos entre lagrimas.

No quería perder tiempo, dejé la mochila ahí al lado del muro, saludé a las perras y me senté a aceptar un mate obligado que no era tan feo como lo sentía ese niño de 1994 que andaba por su casa los domingos cuando estaban todos en Montevideo, yo era rubio y mi abuelo vivía.
Pasé toda la mañana hablando con mi abuela y como toda vieja nombraba a todos mis primos antes que a mi, si es que llegaba a hacerlo, pero no importaba, lo que importaba era darle sentido a esas anécdotas que no entendía cuando era chico y que ahora ella contaba sin mucho sentido. Algo dijo en un momento, no recuerdo qué, pero me empecé a reír tanto que había valido la pena todo el viaje.

Para el mediodía yo estaba instalado, con un colchón en el piso y un alargue, en el cuarto que era de mi abuelo de joven, que después fue de mi tío y después fue de toda la gente que alquiló la casa, que iba los veranos y dejaba mierda en las paredes, botellas rotas, comida vieja y toallas mojadas, comida mojada, botellas viejas y toallas rotas.
Me sentía raro, con culpa por ser feliz, no era joven ni valiente para ser fuerte, estaba cansado, tapado con un acolchado pensando. Esperando el milagro, que pasó y fue la voz de mi tío, diciendo que ya estaba el almuerzo.
Comí apurado y me fui con una libreta a la playa estuve un rato largo juntando porquerías de mar que dos pasos después tiraba con toda mi ira al agua de nuevo. No es triste, ya no existe su lugar. Era el mar o no, era la tierra muerta.
Recostado contra una piedra escribiendo me llamó mi tío al celular, que volviera urgente, que él tenía que llevar a mi abuela al médico, que se había desmallado y no sabía que pasaba. 

Mi tormenta personal me arrastraba y mojaba a todos a mi al rededor. 

Llamé a mi madre de camino al hospital en un taxi que demoró tanto que hubiera llegado más rapido caminando. Le conté lo que pasó y también que estaba ahí. Hacía meses no hablábamos, ella me tranquilizó, sabíamos que era grande, y capaz era la alegría de verme. ¿Cómo la alegría también nos puede herir?
Mi tormenta me sigue, aquí o allá.

Hay algo más fuerte que la muerte. Días después me fui, no había sido nada pero ese no era mi lugar, me sentía sin hogar, la mañana del miércoles arranqué a la terminal pateando al alba, volviendo a Montevideo, afrontando todo de nuevo, pero pensando qué vale la pena.


Volumen 7: El silencio de la muerte



Hubieron noches en que me olvidé de soñar con ella y me desperté solo, pero feliz. Nunca sabiendo qué hora era, para no perder la costumbre. El tiempo corre hacia atrás y adelante según uno crea conveniente; si el recuerdo es mejor que el porvenir o si nuestro futuro será hermoso porque nuestra vida ya fue una mierda y mañana, pese a todo, va a ser un buen día.

A veces pasan ambas, aunque son pocos los casos, son gente que vive llorando por el pasado que no va a recordar mañana, porque sabe que va a ser un día hermoso. Es difícil saber que ni los recuerdos son para siempre. pero lo mejor es intentar vivirlos para que al menos sean buenas anécdotas el día de mañana.

Yo a veces lloro por recuerdos que olvidé, siento que capaz los días juntos de los que no me acuerdo fueron los mejores y me embarga la tristeza.
Había vuelto de mi viaje a Rocha hace más de un mes, pero no podía sacar de mi cabeza la monotonía del sonido de las olas y la nostalgia de una familia, en mi ahora solitaria vida.

Mi lugar es la noche y mi estado es la embriaguez, diría, si esto fuera un juego de define tu personalidad con una sola palabra o una entrevista con preguntas aburridas. Hoy iba a ser también una noche de esas. Llegué a casa como a las 10 de la noche, en la heladera quedaba algo de un vino que no recordaba cuándo había tomado o comprado, con un olor repugnante, eso no me detuvo e igual di un sorbo. Como cualquier decisión de mi vida, estaba mal. Me quedaban como trescientos pesos y era jueves, para no perder la costumbre lo último que quería era estar sobrio.

My place, the evening / for gallons drunk / you got my feeling / and now drunk for you. / too. / Lies lies in your bag / and wake up for you / last night guaranties

I dig you, sonaba muy fuerte, mientras terminaba el vino picado y pensaba si valía la pena cruzar todo el cante a oscuras para comprar más, sabiendo que al final solo iba a dormir, solo.

Tenía unas 15 cuadras hasta el 24 horas, porque el almacén de Francisco estaba cerrado, lo habían matado.
Una puñalada a través de la reja según me contaron los vecinos. Todo para quedarse con doscientos pesos que tuvieron que arrancar de sus manos frías arrastrándose por el piso, entre los vidrios rotos de la cerveza que cayó cuando perdió la fuerza. Esa noche todo el barrio sintió el silencio de la muerte para que solo unos segundos después los gritos y los tiros volvieran con total normalidad. La paz nunca dura demasiado últimamente, la gente muere todo el tiempo, los vecinos cambian; la gente se va.



Volumen 7 y ½: ¿Qué atraviesa tu sien?

Saltó y cayó al barro, riendo, de un golpe siguió.
Qué miedo perder la mirada, y que no te reconozcan cuando te ven, quedar escondido en tus propias mentiras y ser otro.

Yo me escondí de mi mismo y del mundo por un tiempo, en un hotel que conseguí por canje. La habitación estaba en uno de los últimos pisos, el octavo o el noveno creo, una habitación bastante fea con una ventana tan grande y hermosa como sucia, de donde se veía la ciudad vieja. Se la veía gris, por las nubes y el hollín, por el humo de los autos viejos y la nafta de contrabando, por la gente de traje y los cigarros elegantes, que todavía recorrían las calles ese viernes.
Pasé parte de la tarde después de instalarme mirando por esa ventana con vidriosos ojos de soledad y escuchando a los Misfits. Imaginando un apocalípsis en plena capital. Una amenaza de bomba o una horda de zombies que nos hiciera querer despedirnos por última vez de nuestros seres queridos, imaginaba a toda esa gente corriendo por la Plaza Independencia gritando y huyendo,llena de miedo
Igual que un día cualquiera.
Pero hoy no iba a ser un día cualquiera, cuando crean que llueven hombres. Mi plan era terminar de una vez por todas con todo. Pero todavía tenía miedo.

Salir corriendo y que crean que te robaste algo en mi barrio es normal, nadie te frene ni te grita, no se roba en el barrio, pero el trabajo es trabajo. Yo salía de casa esa mañana a las 9, con mi mochila, mis cosas adentro y un revólver que rescaté.
El pibe corría y cruzaba la plaza frente a casa como si su vida dependiera de eso, porque era así. Atrás venía una moto con dos flacos disparando y gritando que parara, a mi me pasaron por al lado. La gente se metía a sus casas, los ignoraba o ambas, con total tranquilidad. Ellos resbalaron, se cayeron, se levantaron y siguieron; pero me dejaron un 38 con 3 balas que yo levanté. Lo siguieron, por lo que vi hasta que lo perdieron después de doblar un par de veces y no quedó ni en el chusmerío de los vecinos. Yo seguía sin mirar a los costados y a lo lejos el 17 que venía, con menos miedo que yo.
Aunque en el fondo veía muerte en todos lados, incluso donde nunca hubo nada, siquiera vida. Creí que la mala suerte me perseguía y era lo que el destino quería para mí, cuando el universo no sabía siquiera que yo existía.

“Imagínenlo, solo, en ese cuarto de hotel. Había elegido una vida de desdicha para poder culpar a los demás. Eramos conocidos de un trabajo hace muchos años, me pidió la habitación y como no teníamos ni media reserva, al menos iba a poder ver a alguien. Ni le pregunté por qué la quería, supuse que quería invitar a alguna mina.” Le dijo en un audio a otro amigo, el gordo Fabián cuando le preguntaron por mi.

Hay gente que intenta hacer cosas que cambien su estado de ánimo cuando está triste. Yo en mi tristeza, prefería hacerme el mártir.

Volumen 8: Fuera de ritmo



Son las cuatro de la mañana y esta es la segunda película que veo, de fondo suena el tercer disco que pongo y no escucho, en mi mano derecha el cuarto café que me preparo y en la otra el quinto cigarro que fumo.Ya era el sexto dibujo que hacía como quién está aburrido hablando por teléfono. Éste es el séptimo párrafo que escribo y borro. Es también el octavo verso que leo del libro que dejé abierto de la mesa de luz, entre tristezas también, el noveno pensamiento suicida.
La décima vez que marco y borro tu número.

Desde las dos de la mañana que ya no me queda ni una gota de vino, ni una gota de los dos litros que compré antes de llegar y que entré en la mochila. Pensaba trabajar toda la noche y que encontraran en mi computadora el final, terminar de escribir muy tarde y aprovechar la calma y el silencio del hotel. Creo que soy el único en todo el piso, incluso el único en todo el hotel. Lo que me puso un poco nervioso y me aburrió.

A las 6 de la tarde ese día ya no había luz, en ningún lado, según me enteré después en el super, era un apagón en la central. Yo aproveché la oscuridad y fue ahí cuando bajé a comprar el vino. La mitad de las luces de la ciudad estaban rotas o tintineaban a destiempo cuando prendieron, todas fuera de ritmo y sin ninguna armonía entre ellas, me molestaba sobremanera. Algunas eran amarillas pero otras eran entre azules y blancas, fuertes y claras.
Cuando llegué de vuelta con el vino abrí esa ventana de una vez por todas, y serví en los vasos que le pedí a Fabián en la recepción. No me había animado a salir al balcón todavía antes de eso, creo que tenía miedo a averiguar si tenía vértigo o no, nunca había estado tan alto en mi vida. Y ahora ya en el balcón estoy un poco decepcionado, quería sentir algo.

El sonido que se escucha de afuera era raro, conocía esas calles como conocía las notas de la primer canción que aprendí en la guitarra y, desde lo alto eran distintos. Parece otro lugar, ya no lo podía tocar.

Sobrevalorando la felicidad de antaño, recordaba las piedras que habré pateado alguna vez en esas mismas calles que ahora no reconozco, con la tele prendida para buscar compañía, muerdo con los ojos el televisor y empiezo a pensar qué haría después del silencio. Capaz mi miedo al silencio era algo pasajero e iba a poder salir caminando de ese mugroso hotel. No lo sé.

Dormía entre cigarro y cigarro, entre publicidad y publicidad, entre vaso y vaso de vino, pero se hizo tan tarde que ya no quería ver ni la tele, ni la hora, ni la ciudad, ni mi cara. Lo único que quería era bajar; muy rápido. Quizá más rápido de lo que debería.

Volumen 8 y ½: Cabeza


…Después de hablar un rato y perder la extrañeza de esa llamada a las 6 de la mañana, me largué a llorar. Ya no aguantaba más.
Agarraba el teléfono con las dos manos y apretaba mis codos contra la panza sentado en el piso del balcón.


- Me siento solo Cabeza, siento que cuando estoy triste ya no te puedo llamar, que perdí tu confianza; y no sé por qué.¡¿Qué digo?! sí sé, pero no quiero que sea real; me muero de ganas de que solo sea un mal viaje mío, pero hace años no hablamos y ahora te llamo para llorar. Nunca me sentí más idiota. Y sí es obvio que sé qué pasó, si fui yo el que se alejó.
La verdad es que te vi crecer y madurar, ya estabas haciendo la tuya y la hacías bien, te vi tan feliz...
No quería ser yo el que arruinara todo eso.
Vos sabés como soy, nadie me conoce más que vos, soy un tiro al aire, un quilombo y le hago mal a la gente. Nunca quise ser la manzana podrida, Cabeza, lo juro. Pero me faltó tu abrazo un montón de veces, me faltaron tus puteadas y tus chistes malos.- dije, sin parar de llorar y titubeando.
- Que me dijeras que soy una pija y que me cuides.- agregué antes de que me interrumpa-
- ¿De qué me estás hablando? ¿Estás mamado? -Él seguía medio dormido
- No, no, solo estoy para el culo -respondí- siempre fui yo el malo y no me gusta ser el malo, me pone triste. Pero alejo a la gente y después vivo con culpa. Y la culpa y la tristeza son como una enredadera horrible que cuesta sacar, son como los yuyos del terreno de casa ¿Te acordás de mi primera casa? ¿o esa vez que robamos unos juncos y los escondimos en el campito? ¿Te acordás cuando eramos felices y no había problemas? Porque yo a veces no y lo extraño un montón. Cuando estoy triste pienso en vos, en los gurices, en el liceo, en el arbolito donde nos mamábamos a escondidas y me pongo contento, más que nada por vos, verte tan adulto, tan grande. Con orgullo lo digo, pero me pone triste, me pone triste verme así, sin haber hecho una mierda y habiendo perdido todo.
- ¿Qué mierda te pasa? ¿Cuándo te hiciste tan puto? ¿Dónde estás?- Me dijo, ya un poco preocupado.
- No importa quería decirte que te quiero, que sos como un hermano ¿qué como un hermano? Sabes que sos mi hermano y te extraño. Te quiero y quisiera recordar para siempre tu voz.

Colgué el teléfono sin más y me paré, seguía en el balcón, quería mirar la calle de abajo y los techos de los edificios de enfrente que se veían extraños a esa hora. Tiré mi celular a la cama que rebotó, pegó en la pared y se desarmó, cayó la batería al piso, la tapa al baño y sigo sin saber dónde está la pantalla.
Miré de nuevo mis cosas tiradas como si fuera mi casa; había un traje gris hermoso en su percha, como acostado en la cama durmiendo. Mi mochila estaba abierta y vacía arriba de una silla, la computadora prendida y arriba del frigobar.

Había dejado de pensar en todo hasta que mi mirada volvió a esa calle oscura y, entre los ruidos de los autos que pasaban, retumbaba la voz de Andrés en mi cabeza “¿Qué mierda te pasa?”

-No sé qué me pasa, pero quiero que pase. Susurré.

Volumen 9: Como ese vaso.

Pocas reglas tengo en mi vida que es un caos, mucho menos cuando el plan es tomar más alcohol que el que mi cuerpo pueda aguantar, es más, solo una regla se me viene a la mente, nunca pedir whisky cuando salgo a tomar afuera. Lo que hago es pedir una cerveza para que me dure un rato largo. Me molesta tener las manos vacías. Tener las manos vacías me hace pensar y odio pensar. Pero más odio estar yendo y viniendo a la barra a cada rato por más como un imbécil.

Hoy no era el caso, me atornillé a la barra en un banco incómodo, pero bastante lejos de la puerta para que no me molesten, con la cabeza baja y con el dedo revolviendo los hielos. Lo único en lo que más o menos pensaba era que quería tomar hasta perder la consciencia, ya no quería estar en ningún lado; después de dos codazos que me hicieron volver a la realidad asumí que había elegido mal el bar, había demasiada gente y para peor, demasiada gente conocida. Habían demasiados recuerdos de noches pasadas, era un lugar horrible en la Ciudad vieja donde solía ir con unos amigos a los que ya no veía.

Empece a tomar y por suerte me sentía cada vez más solo, después de la cuarta o quinta medida de Jhonny Walker, dejé de prestar atención a la música, se iba suavemente, ya no distinguía la voz, después tampoco oía las guitarras y por último solo quedaban los bajos que antes de desaparecer me aturdieron, era el alcohol que empezaba a pegar. Y yo que casi no me había querido mover, empece a mecerme, como por una ola. Con la cabeza fija en la barra, dejé de ver a los costados. La gente al rededor al final se fue, vi a la moza detrás de la barra hacerse humo mientras unas luces tintineaban adentro de ese boliche, se volvían fijas y me perdí.
Cumplí mi cometido, estaba borracho y solo. Todo era normal hasta que me echaron. Sin querer había empujado con el codo mi vaso, cayó al piso y causó un alboroto. Me echaron porque mientras estaban limpiando me empujaron y yo en mi estado caí también como ese vaso. A penas pude llegar a la puerta y con el aire, que yo creía que me iba a despabilar, pero solo empeoró la situación me prendí un pucho. Ahí fue cuando mi cabeza explotó, vomité atrás de un auto, que enseguida, prendió las luces, el motor arrancó y salió; dejándome solo con mi vergüenza, era hora de irse.

Había llegado al hotel el viernes de tarde,y esa noche, después de tomar tanto whisky no me quedaba más que dormir. Junto con la resaca me desperté sin celular, tirado en el piso del balcón muerto de frío y muy tarde como para desayunar gratis. Ya no me tenía nada más que postergar.

Volumen 10: El Proscenio

¿Querés saltar?

¿De verdad querés saltar?

¿De verdad ya no aguantás más?

 

Si tenés que elegir entre caer y seguir, no morir y continuar. Poder ver a los demás y solo confiar. No pensar y actuar; querer. En éste teatro sin público, y esa gente vagando por ahí, sin que le digan lo que quieren oír. Yo estoy pensando que me pegan, que me duele, que no quiero perder, pero sangra; y quiero gritar. Me repito que el juego no termina, es que nadie quiere que termine mientras vas perdiendo. Nadie quiere que termine esta película sin pararse y aplaudir, cuando solo diga fin.

Pero no sé si puedo, estoy cansado. De ser solo espectador y verme en el reflejo de un espejo en el baño de un bar, o en el camarín de este viejo teatro. Extraño todo el tiempo las escenas felices, de otras obras, esas donde te miraba y quedaba atónito y diminuto. Yo, que siempre me sentí enorme, yo, al que ahora no ven.

Solo te veo vos en el proscenio, parada y sin pensar, creyendo que esta todo a tus pies.

Las cuerdas se cortan por lo más fino y yo era solo un hilo del decorado. Queriendo toda la vida ser la última puntada del traje de un rey o el soporte del último botón que soporta tu vestido.

Volví a caer en la cuenta de que la vida pasaba una noche fría de mayo, caminaba las mismas calles vacías mientras yo hervía de rabia y tristeza de ya no ser yo quien controlaba mi vida. Era la tragedia que rodeaba todo y que movía los hilos de las causas. La tristeza que a veces tan negra hace sombra en la oscura noche.

Yo sigo sin saber a dónde ir, podrido estaba de la vida que llevaba ayer y hoy. Entre idas y vueltas de angustias y fracasos, a veces opacados por momentos fugaces de felicidad. Ebrio de esquina a esquina. Cansado. Di la vuelta, perdí la cuenta cuánto llevo en éste hotel viviendo, me tengo que ir. Pero en sí, no estoy tan mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario