En un momento quise contarte que sabía
que mi día iba a ser una mierda pero ya no estabas y eso lo
confirmaba. Cerré los ojos y cuando los abrí de nuevo solo veía el
techo de mi cuarto, como todos los días, como cada día.
El frío es parte del paisaje en la
ciudad. Ya no diferencio el día de la noche entre las nubes y el
rocío. Qué frágil es la felicidad que ante cualquier soledad se
rompe y vuelve todo a negro, como si bajaran el telón. Me quedo con
la sensación horrible de saber que mañana, va a ser igual.
Me levanté, ya no iba a poder volver a
dormir, eran las 5 y media de la mañana y no había café ni tostadas,
mucho menos estabas vos. Que largo se hacía el otoño pero que
rápido pasaban los años. Los perros jugaban con la mugre que barría
y yo la volvía a juntar mientras la cafetera hacía ruidos de
sufrimiento. Veía el patio y en la oscuridad se veía más muerto.
Desde que te fuiste olvidé regar las plantas, no volví a usar el
mediotanque y, nadie terminó el mural con esa mujer sosteniendo la
luna.
¿Te extraño o te necesito? No me
acuerdo cómo hacer ese salsa que hacías cuando nos visitaba tu
madre, no me acuerdo cómo hacías para que toda mi vida no fuera un
desastre, o sí me acuerdo, pero no me sale.
La semana pasada hablé con Florencia,
tu amiga, me dijo que también te extraña, no supe qué contestar y
me fui, pasé por tu trabajo y las vidrieras eran un nido de arañas,
volví a casa y la pintura se caía a pedazos, ese verde que te había
encantado ahora parecía pasto seco.
Cada mañana me pregunto cuánto tiempo
lleva y suspiro pensando que perdí la cuenta.
Pero si algo me hace seguir fuerte, es
saber que cumplí con mi palabra de amarte hasta el último día.