20 de mayo de 2020

Bajando la escalera.

Desperté vestido en mi cama, arriba de toda la ropa del ropero. Todas las luces estaban apagadas y seguía siendo de noche. Quién sabe cuántas veces habrá vuelto a ser de noche mientras dormía. Miré al rededor buscando un reloj pero no había, mi celular no estaba; la tele no prendía y la computadora tampoco, ahí me di cuenta no había luz. ¿Qué había hecho?
La cabeza me dolía más que de costumbre, pero por cómo me sentía sabía no era resaca; me faltaba ese aliento amargo y ese sudor ácido con olor a alcohol. Se parecía más a ese despertar agitado de una pesadilla. Mi memoria era una nebulosa gigante, que se convertía en un agujero negro de golpe. Si todo lo que recordaba de mis últimas horas en pie fueran una película, la última escena era el momento exacto en que trancaba la puerta por fuera y subía el cierre de mi
campera. Lo demás eran los créditos. 
Hasta ahora que era de noche y estaba vestido diferente. Me había cambiado ¿Pero cuándo? qué extraño, todo en este momento es muy extraño.
Lo último que había anotado en mi libreta era “8 de trébol”.
Había salido de casa abrigado, ¿con quién había estado? ¿Cómo había vuelto a casa? Y lo que me parece más importante, cuándo.
Quiero saber, llenar los baches, despertar de una vez.
Ahora solo tengo preguntas que me abruman ¿En el trabajo se habrán preguntado por mí? ¿Mi vieja me habrá llamado mil veces? ¿Mi novia me habrá dejado otra vez? Odio no recordar, lo odio, pero quizá no saber qué pasó, hoy sea una suerte. 
Me tranquilizó un poco ver que la policía no hubiera tirado la puerta abajo de una patada. ¿Habrán hecho la denuncia de mi desaparición? Yo nunca fui de recibir visitas, ni atender el teléfono, ni contestar los mensajes, capaz nadie se dio cuenta de mi ausencia. Todo era una posibilidad, capaz nunca me fui y lo que recuerdo no fue más que un mal sueño, capaz solo se me olvidaron las últimas 24 horas o quién sabe cuánto. Quizá sea una especie de deja vú sin fin.
Sabía que estaba en mi casa, pero en la oscuridad no veía a mi perro, ni lo oía. Me llenó de miedo todo y mucho más esa maldita pregunta. ¿En cuándo estoy?
Sentado en el borde de la cama, con mis manos tapando mi cara de vergüenza, como si alguien me estuviera viendo. No pude no pensar en el tiempo y como no es nada sin nosotros. Es que el tiempo solo pasa cuando lo sentís, igual que el amor, igual que el viento. Soy yo el que decide, pero aún sabiendo esto, me niego a seguir, me da miedo salir, quizá afuera ya sea de vuelta primavera, quizá afuera ya nadie me recuerde.
Me da miedo imaginar a mi familia relatando mis últimos minutos o a mi novia contando como poco a poco me iba, hasta que jamás volví.
La verdad es que entre tanta oscuridad no puedo dejar de pensar, no había salido de mi cuarto, no me había animado a bajar la escalera, me recorría un escalofrío por la espalda que decía que quizá, esto no se más que mi propio infierno.
Tengo miedo.