26 de marzo de 2021

Nubes Negras

Eran las 7 de la tarde de un día perdido de noviembre y ya casi anochecía. Desde las viviendas nuevas de Palermo se veía como las olas rompían y chocaban contra los muros de la rambla mientras el sol se alejaba y llegaban nubes de una tormenta que nadie vio venir. En ese momento el cielo se volvía naranja y dos amantes corrían, perseguidos por la lluvia que ya destrozaba todo en Parque Rodó. 

Sin destino se ocultaba el sol tras las olas, muy a lo lejos, dejando solo al horizonte, cubierto por la tormenta.

La lluvia llegaba de a poco al barrio, persiguiendo a esos dos jóvenes que reían y desafiaban al cielo a arruinar la belleza del momento con una, dos o mil gotas insípidas. Pero sí que lo intentó. La lluvia era cada vez más fuerte; la noche se hacía cada vez más oscura sin luna ni estrellas, las olas eran más altas y parecían empujar esos autos arriesgados que aceleraban rumbo al Este. Golpeando contra el suelo con un sonido ensordecedor.
Los instantes de luz no sé si eran los rayos o los besos.

Ojalá hubiéramos sabido que eran nuestros últimos besos. Quizá si hubiéramos podido vernos a los ojos y agradecido el tiempo y las caricias, hoy todo sería distinto.  

Ojalá hubiéramos podido parar el tiempo esa tarde. Dejar cada gota en su lugar antes de caer. Cada ola a punto de romper en el piso.

Es igual a esa vez que saliste del bar que amabas, sin saber que lo iban a cerrar y que nunca lo volverías a pisar. La vida pasa. Y esa noche de lluvia se fue.

Recuerdo como si fuera hoy y creo seriamente que fue ayer, que dejé de hablarte porque sabía que me hundía. Tenía tanto miedo, vivía con el miedo de arruinar tu vida, como yo arruinaba la mía. Y no supe nunca decirlo sin herirte.
Hasta que solté tu mano antes de tomar el 17 de vuelta a casa y nunca más supe de vos, excepto que mi madre te saludó en navidad.

Y yo, cada tarde de lluvia pienso como desearía que hubiéramos sabido que eran los últimos besos.