Como gesto romántico y benevolente tomé la decisión de morir. En mi habitual falta de decisión aún no sé si de forma literal o poética, me pareció conveniente empezar por la segunda y me alejé de vos y del resto del mundo. Sinceramente tengo miedo de no ser un buen recuerdo ni post-mortem pero intuyo ser mejor fantasma que cristiano deambulante.
Ordené mi bolso a la mañana, ignoré mensajes y escribí otros, que fueron despedidas en un código secreto "Espero que nos volvamos a encontrar" o "ya vamos a poder tomar ese café, cuando todo pase" o "Qué ganas de morirme ¿no sabes donde contratan pararrayos? oí que se viene una tormenta".
Decidí que en la tarde iba a caminar un poco, un último vistazo a la ciudad pero cada esquina en la que amagué a doblar me llevaba a vos, a tu casa o a tu trabajo, o a la Facultad, o a la plaza donde frené a mear una vez, o a la pensión donde vivo y donde decidí quedarme, ya tenía miedo de encontrarte si seguía caminando.
Qué difícil resultaba morirse, pensé.
Quise escribir una carta de despedida o como le dicen los jóvenes ahora "una nota de suicidio" pero el género epistolar se me da horrible, caí constantemente en lugares comunes, fingí miedos que no tenía, la letra no se me entendía o se escapaba un chiste de mal gusto y la verdad, me pareció una gran hipocresía, cargarte con otro recuerdo más, otro objeto material que claramente impediría que me olvides a corto plazo, que a fin de cuentas era el motivo de morir. Uno queriendo desaparecer y sigue dejando cosas en la tierra. Eso es cosa de hombres intachables que no temen al recuerdo ni el devenir del tiempo, yo podré ser narcisista pero reconozco mis limitaciones y, soy más bien un muchacho al que le convendría más que barajen y repartan de nuevo.
Lo mejor era tomarme un tiempo en cada paso para borrar el anterior y no dejar rastro, que al menos la última huella sea medianamente digna.
Igual pienso, nada es del todo digno ¿quién soy yo para andar ocupado y preocupado por cómo me van a recordar?
Obvio que también pensé en mi resurrección, dejar mi muerte en la metáfora, alejarme, quizá encontrar un punto medio, contratar a dos o tres vecinos que afirmen no haberme conocido, teñirme el pelo, afeitarme o dar mi celular contra la pared y no sé, en 3 meses o 10 años volver, confiado en que me hayas olvidado para presentarme de nuevo con otra vida e invitarte a salir.
Quise escribir una carta de despedida o como le dicen los jóvenes ahora "una nota de suicidio" pero el género epistolar se me da horrible, caí constantemente en lugares comunes, fingí miedos que no tenía, la letra no se me entendía o se escapaba un chiste de mal gusto y la verdad, me pareció una gran hipocresía, cargarte con otro recuerdo más, otro objeto material que claramente impediría que me olvides a corto plazo, que a fin de cuentas era el motivo de morir. Uno queriendo desaparecer y sigue dejando cosas en la tierra. Eso es cosa de hombres intachables que no temen al recuerdo ni el devenir del tiempo, yo podré ser narcisista pero reconozco mis limitaciones y, soy más bien un muchacho al que le convendría más que barajen y repartan de nuevo.
Lo mejor era tomarme un tiempo en cada paso para borrar el anterior y no dejar rastro, que al menos la última huella sea medianamente digna.
Igual pienso, nada es del todo digno ¿quién soy yo para andar ocupado y preocupado por cómo me van a recordar?
Obvio que también pensé en mi resurrección, dejar mi muerte en la metáfora, alejarme, quizá encontrar un punto medio, contratar a dos o tres vecinos que afirmen no haberme conocido, teñirme el pelo, afeitarme o dar mi celular contra la pared y no sé, en 3 meses o 10 años volver, confiado en que me hayas olvidado para presentarme de nuevo con otra vida e invitarte a salir.