30 de octubre de 2023

Distopía

Soñaste que me iba, me apretaste fuerte la mano y no quise irme nunca, venía siendo la despedida más larga y dolorosa de mi vida. Esa noche moría de ganas de que el mundo se cayera a pedazos. Eran las dos de la mañana y mi cabeza explotaba, llevaba 3 horas acostado sin poder dormir y me mareaban los ruidos de sirenas que bajaban por Hermanos Damascenos, vomité bilis y llanto. Pero volví a la cama, hubiera sido un idiota si no pasaba mis últimas horas en la ciudad contigo, aunque no me gustara el lado izquierdo de la cama no lo cambiaría, vos eras la responsable de levantarte a media noche a abrirle al perro y estaba cerca de los enchufes para apagar las alarmas. Siempre fuiste vos la responsable y yo siempre un mamarracho, por eso dormías ahí, cerca de la puerta y de los enchufes.

Me dolió el estómago lo que quedó de la noche y al final no dormí nada, me duele la cabeza hasta ahora que ya pasaron 4 meses. Esa noche vos dormiste, pero tu sueño no era sueño, era tristeza, del adiós más largo del mundo.

Igual quise guardar esa noche en mis recuerdos, porque aunque pareciera una madrugada cualquiera, fue la última.

Una vez te conté mi secreto para memorizar todo, en mi mente veo una casa enorme y guardo cuidadosamente los recuerdos en cada rincón, aunque no siempre funciona y hay cuartos en los que ya no puedo entrar y también hay otros que los tengo cerrados con llave. 

Mi memoria por más que es buena es un tanto caótica y recuerdo cosas sin mucho sentido, como que la palabra que siempre se te olvidaba era "distopía" o tu número de cédula, o el nombre del perro que tenías de chica, o la banda favorita de tu padre. Y los días en que estoy triste como hoy, siento que esa casa de recuerdos se derrumba y tiendo simplemente a abrazar el primer pensamiento lindo contigo, taparme e intentar dormir, del lado derecho pero en una cama muy lejos de la tuya.

25 de enero de 2023

Contratos viejos


Recuerdo en mis años de vendedor de publicidad, en los que resguardado por una incipiente juventud soportaba caminatas eternas vistiendo camisa y pantalón beige por calles de todo el país, cargando ese bolso lleno de papeles y contratos. Seis, ocho, diez horas golpeando puertas y con la labia afilada. Una mañana conocí a un veterano vendedor de yuyos de piedras blancas, que entre sobres de tilo y plantas chiquitas, culpaba a la vorágine actual de los males de la gente. 

En mis recién entrados veintes sonaba a locura, era parte del trabajo, entender sin entender, en mis treintas, ya comprendo. Y me cansa ver gente corriendo a ningún lado, loca por cosas que todavía no pasaron, estresada por deudas aún no adquiridas. Hoy entiendo su necesidad de prevenir a ese menguante adulto, hijo del capitalismo, del mal del mundo. Le agradezco el recuerdo y ya quisiera yo, tener la libertad de decidir cuánto me afecta el paso del tiempo, cuánto lloro por cosas que pude haber hecho, cuánto me culpo por futuros hipotéticos.

Aún me cuesta el repecho y me canso más que antes por fracasar y defraudar. Pero recordé hoy a ese hombre que me atendió y me dio un vaso de agua, que me quiso abrir los ojos, diciendo que el tiempo es irremediablemente hostil pero no hay que correr de fieras imaginarias.

Tengo treinta, las culpas de un octogenario, la depresión de un ex combatiente y la tristeza de un recién abandonado, lo sé, pero hoy me acordé de ese señor, mientras volvía de mi trabajo caminando sin plata, apurado y con ganas de llegar, pero sin un motivo. Pensando en él que la vida es lo que hacemos con nuestro tiempo, aunque el tiempo nos pase por arriba.