25 de enero de 2023

Contratos viejos


Recuerdo en mis años de vendedor de publicidad, en los que resguardado por una incipiente juventud soportaba caminatas eternas vistiendo camisa y pantalón beige por calles de todo el país, cargando ese bolso lleno de papeles y contratos. Seis, ocho, diez horas golpeando puertas y con la labia afilada. Una mañana conocí a un veterano vendedor de yuyos de piedras blancas, que entre sobres de tilo y plantas chiquitas, culpaba a la vorágine actual de los males de la gente. 

En mis recién entrados veintes sonaba a locura, era parte del trabajo, entender sin entender, en mis treintas, ya comprendo. Y me cansa ver gente corriendo a ningún lado, loca por cosas que todavía no pasaron, estresada por deudas aún no adquiridas. Hoy entiendo su necesidad de prevenir a ese menguante adulto, hijo del capitalismo, del mal del mundo. Le agradezco el recuerdo y ya quisiera yo, tener la libertad de decidir cuánto me afecta el paso del tiempo, cuánto lloro por cosas que pude haber hecho, cuánto me culpo por futuros hipotéticos.

Aún me cuesta el repecho y me canso más que antes por fracasar y defraudar. Pero recordé hoy a ese hombre que me atendió y me dio un vaso de agua, que me quiso abrir los ojos, diciendo que el tiempo es irremediablemente hostil pero no hay que correr de fieras imaginarias.

Tengo treinta, las culpas de un octogenario, la depresión de un ex combatiente y la tristeza de un recién abandonado, lo sé, pero hoy me acordé de ese señor, mientras volvía de mi trabajo caminando sin plata, apurado y con ganas de llegar, pero sin un motivo. Pensando en él que la vida es lo que hacemos con nuestro tiempo, aunque el tiempo nos pase por arriba.