El despertador sonó calmo y casi sin pensarlo abrí los ojos encontrándome tranquilo, tanto que creí que estaba muerto. Era el sueño.
La mañana era extraña en esos días de junio; una cerrazón perezosa que ignora el alba, teñía de blanco el pasto, confundiendo a incautos y engañando ingenuos con nieve invisible. A mí no me engañaba pero lo disfrutaba, me gustaba ese primer sorbo de café, me divertía ver salir vapor de mi boca y me ponía triste y nostálgico la soledad. "La muerte acecha en cada mañana fría y solitaria" le murmuraba al microondas. Un bostezo largo me hizo cerrar los ojos y al abrirlos era 1997 y yo corría a la escuela despidiendo a mi vieja, que en ese momento no lo era tanto. Pestañeé y me encontré en la sala de espera de un hospital esperando no sé qué. Algo que me mantuviera despierto y atento. Una droga de esperanza.
Afuera la niebla lo cubría todo, el humo salía de chimeneas que se asomaban a lo lejos y patrulleros jugaban carreras en una calle que no supe descifrar si era Propios, Av. Italia o Av. Puyrredón.
Luces interrumpían la niebla y dejaban ver sombras chinescas de transeúntes perdidos, quizá por la niebla, quizá por las luces.
—¿David Montero? Señor Montero— Gritó una enfermera de una puerta que apareció de la nada.
—Soy yo — Dije, acercándome a la mujer que ahora era mucho más vieja, mucho más triste y con cara de preocupada.
Fui a la puerta y al ver a la enfermera a los ojos estaba sólo en mi casa de Madrid, 10 años después y con un vacío en el pecho difícil de explicar. Quise recordar que había pasado aquella noche en ese hospital de Montevideo o de Buenos Aires, preparé café para dos, pero los dejé intactos, me senté en un sillón y me dormí.
Desperté parado afuera de la puerta de emergencia viéndome a mí mismo llorando frente a la enfermera, que ahora era un policía. Entraba desesperado a un pasillo que de donde yo veía, parecía no tener fin. Algo en mí se impacientó y, quise entrar y seguirme, pero en cuanto crucé la puerta doble de vaivén, volví a estar sentado en ese viejo hospital mirando la niebla y el humo de las chimeneas.