3 de junio de 2019

Aire Rico Vol. 7: El silencio de la muerte.

Hubieron noches en que me olvidé de soñar con ella y me desperté solo, pero feliz. Nunca sabiendo qué hora era, para no perder la costumbre. El tiempo corre hacia atrás y adelante según uno crea conveniente; si el recuerdo es mejor que el porvenir o si nuestro futuro será hermoso porque nuestra vida ya fue una mierda y mañana, pese a todo, va a ser un buen día.


A veces pasan ambas, aunque son pocos los casos, son gente que vive llorando por el pasado que no va a recordar mañana, porque sabe que va a ser un día hermoso. Es difícil saber que ni los recuerdos son para siempre. pero lo mejor es intentar vivirlos para que al menos sean buenas anécdotas el día de mañana.

Yo a veces lloro por recuerdos que olvidé, siento que capaz los días juntos de los que no me acuerdo fueron los mejores y me embarga la tristeza.
Había vuelto de mi viaje a Rocha hace más de un mes, pero no podía sacar de mi cabeza la monotonía del sonido de las olas y la nostalgia de una familia, en mi ahora solitaria vida.


Mi lugar es la noche y mi estado es la embriaguez, diría, si esto fuera un juego de define tu personalidad con una sola palabra o una entrevista con preguntas aburridas. Hoy iba a ser también una noche de esas. Llegué a casa como a las 10 de la noche, en la heladera quedaba algo de un vino que no recordaba cuándo había tomado o comprado, con un olor repugnante, eso no me detuvo e igual di un sorbo. Como cualquier decisión de mi vida, estaba mal. Me quedaban como trescientos pesos y era jueves, para no perder la costumbre lo último que quería era estar sobrio.


My place, the evening / for gallons drunk / you got my feeling / and now drunk for you. / too. / Lies lies in your bag / and wake up for you / last night guaranties


I dig you, sonaba muy fuerte, mientras terminaba el vino picado y pensaba si valía la pena cruzar todo el cante a oscuras para comprar más, sabiendo que al final solo iba a dormir, solo.


Tenía unas 15 cuadras hasta el 24 horas, porque el almacén de Francisco estaba cerrado, lo habían matado.
Una puñalada a través de la reja según me contaron los vecinos. Todo para quedarse con doscientos pesos que tuvieron que arrancar de sus manos frías arrastrándose por el piso, entre los vidrios rotos de la cerveza que cayó cuando perdió la fuerza. Esa noche todo el barrio sintió el silencio de la muerte para que solo unos segundos después los gritos y los tiros volvieran con total normalidad. La paz nunca dura demasiado últimamente, la gente muere todo el tiempo, los vecinos cambian; la gente se va.

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