24 de septiembre de 2020

Barrios ajenos

Pasa las noches de insomnio pensando en la única persona que ya no quiere verlo, la que decidió olvidarlo y alejarlo de su vida. Parece una locura que una sola cara y una sola sonrisa, le quiten el sueño. Vive atrapado entre miseria y culpa. Pero aún así queriendo, aunque querer lo mate. Sin importar que pase el tiempo sigue tan obstinado para ignorar el dolor de la soledad. Excepto en las noches más frías llorar mirando una pared, cuando si quiere olvidar.

A los meses de separarse Fernando vino a casa, pero sin contarme por qué, tomamos vino, tocamos la guitarra y como cada vez que nos veíamos, lloramos mucho. Fue en ese momento que me contó qué había pasado.

Era una tarde de primavera mientras caminaban por Parque Rodó, Camila lo miró con ternura y culpa; como pidiendo perdón de ante mano por lo que iba a decir. Casi susurrando le dijo que lo que tenían no ya no funcionaba, que eso, ésto, o aquello, había salido mal y que era tarde para arreglarlo.

Por cómo lo contaba no creo que él haya entendido enseguida qué pasaba, ni mucho menos que supiera el verdadero porqué. Fernando hablaba aún con cierto tono cálido que dejaba entrever que no le tiene rencor y se le formaba una sonrisa todavía cuando hablaba de ella, recuerdo textual que me dijo que solo tenía dulces recuerdos. Te hablaba con nostalgia de su amargo perfume y como aún lo siente en algún rincón de su salón, o que creyó alguna vez ver su reflejo perdido en el espejo donde se peinaba en las mañanas. Me confesó entre lágrimas d que lee cuando más la extraña, algunas cartas que no llegó a darle en los momentos en que la amaba en silencio y ella no sabía de su existencia.

Buscando excusas, pasa noches enteras imaginando otros destinos, decía que su amor quizá no era de este barrio, que quizás en la Aguada, o en Palermo hubieran sido felices. O que en Lezica quizá se hubieran casado. La verdad es que solo sabe que en ésta vida ya no lo quiere y de seguro ya no lo extraña; mucho menos le escribe antes de dormir como cuando se amaban. Solo quedan los recuerdos de esos tiempos en que se besaban bajo los aleros de las casas viejas de la calle San José, esperando que se fuera la lluvia.

Con ojos tristes recuerda que le faltaron plazas del Buceo por conocer. Y se ríe contando como paseaban por locales en la Unión sin que supieran cómo habían terminado ahí. En el fondo admiro saber como él, el lugar exacto en que fui feliz, para volver en las tardes tristes de domingo.

Pero me llena de tristeza verlo cuando llora, dando detalles de la noche después del adiós. Como la dejó en su casa sin saber si la iba a volver a ver. Y me hace pensar, lo poco que apreciamos los momentos y como nunca sabemos si vamos a volver a ver a nuestro amor después de un adiós.

Esa noche fue la última vez que lo vi. Yo quedé en mi casa con insomnio y con una frase que dijo retumbando en mi cabeza “La gente solo sabe que se ama cuando no se ve, y cuando se extraña”.

Pasé la madrugada pensando en lo egoístas que podemos ser acordándonos de amar solo en los momentos en que lo necesitamos y como casi siempre es muy tarde. Ya pasaron unos cuantos meses desde esa noche, pero estoy seguro de que él todavía la ama, aunque quiero creer que ya puede dormir por las noches, lo que no creo es que haya dejado de soñar en que una mañana lo despierte, un grito, el timbre, o ella acostándose a su lado para decirle entre risas que su vida le sigue dando asco, pero que lo extraña. Lo imagino soñando entre murmullos cuando se despierta o mientras trabaja que un día va a llegar un mail diciendo que todo fue un error.

Pero no, las cosas pasan con el tiempo incluido y el amor; y ella no se debe imaginar que él sigue recorriendo barrios ajenos en busca de ese amor perdido en alguna esquina de esta mierda de ciudad.

15 de septiembre de 2020

Como perros


Nacimos como perros, nos criaron como perros, comimos de la basura, peleando los unos a los otros por migajas, nos ataron con correas para soltarnos después reclamando que seamos hombres elegantes. Y nosotros que solo sabíamos gruñir, aprendimos a decir "Perdone señor" y limamos nuestros colmillos, caminamos erguidos y callamos, para no ladrar, ni llorar. Nos rascaron el lomo mientras nos decían que la cucha era el palacio de un rey saudí, nos convencieron de que cuidar su terreno era el trabajo de los sueños.

Nacimos en barrios donde las ambulancias no entran y nos dejan sangrando en la calle, crecimos lejos de los bancos, de las escuelas, de los hospitales. Aprendimos a la fuerza, que nadie vale más que una fotocopia doble fas de nuestra cédula y gastamos nuestros ahorros en impresiones baratas de currículums en los que decimos mentiras que le intentamos colar a esos mismos que solo nos tiran las sobras.

Y al final morimos dormidos en un colchón viejo en una casa desecha, diciéndonos a nosotros mismos que no tuvimos suerte. Fue eso, mala liga.
Morimos, creyendo que la suerte es finita y a nosotros se nos gastó rápido, creyendo que fue una elección divina nuestro destino. 
Dejamos, con orgullo, un Renault 12 y dos televisores para nuestros hijos, como la herencia de un duque, orgullosos. Creyendo que nuestros hijos no van a repetir nuestros errores, sin saber, que ellos a veces nos miran con lástima. Una lástima tierna, del que piensa "Pobre tipo, no le salió"
En la vida nos cobran por lo que no fuimos y nos reducen, porque en tu lugar viene otro duque, con trabajo de ensueño y casa de rey, que usó corbata y creció en el mismo barrio que vos; sin banco, ni escuela, ni hospital.