Nacimos en barrios donde las ambulancias no entran y nos dejan sangrando en la calle, crecimos lejos de los bancos, de las escuelas, de los hospitales. Aprendimos a la fuerza, que nadie vale más que una fotocopia doble fas de nuestra cédula y gastamos nuestros ahorros en impresiones baratas de currículums en los que decimos mentiras que le intentamos colar a esos mismos que solo nos tiran las sobras.
Y al final morimos dormidos en un colchón viejo en una casa desecha, diciéndonos a nosotros mismos que no tuvimos suerte. Fue eso, mala liga.
Morimos, creyendo que la suerte es finita y a nosotros se nos gastó rápido, creyendo que fue una elección divina nuestro destino.
Dejamos, con orgullo, un Renault 12 y dos televisores para nuestros hijos, como la herencia de un duque, orgullosos. Creyendo que nuestros hijos no van a repetir nuestros errores, sin saber, que ellos a veces nos miran con lástima. Una lástima tierna, del que piensa "Pobre tipo, no le salió"
En la vida nos cobran por lo que no fuimos y nos reducen, porque en tu lugar viene otro duque, con trabajo de ensueño y casa de rey, que usó corbata y creció en el mismo barrio que vos; sin banco, ni escuela, ni hospital.
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