9 de julio de 2021

Un susurro

Caminaba por Bella vista y en una calle arbolaba había una casa celeste que llamó mi atención. La puerta en medio y a los lados, dos barandas y una luz por encima, solo que sin ventanas, aberturas que igual uno podía imaginar perfectamente. Sin esfuerzo se podía pensar que en un pasado esas ventanas estaban ahí, mirando a la misma calle arbolada donde yo estaba. Lo primero que se me vino a la cabeza fue que quizá en otro universo nadie las había sacado y quién sabe, capaz que ahora mismo había del otro lado una persona mirando por ellas y notando mi cara divagante y plagada de dudas. Ese tipo no debe entender que mi gesto era el de alguien que buscaba una explicación para lo que no estaba. Para esa persona, yo sería tan real como él mismo y si fuera alguien curioso, saldría a la puerta para cuestionar mi intriga, solo que cuando esté afuera no habría nadie. En ese instante estaríamos a tres simples pasos pero en realidades distintas. 

Yo muchas veces camino por avenidas y me parece oír pasos y supongo que habrá otros en otros tiempos oyendo mis pasos, quizá todos los tiempos transcurren al mismo tiempo y mientras yo estoy solo; miles de personas caminan a mi lado. 

Recuerdo una noche hace muchos años, la primera vez que sentí miedo de estar solo y la primera en que escuché más que mi propio pensamiento. Era el viento que se oía a veces como pasos y otras como el ómnibus que esperaba sentado en el cordón de la vereda. Eso era lo único que me mantenía atento y que luchaba contra mi sueño. Es el invierno más frío que recuerdo, y el más lluvioso, ya era casi media noche y tenía miedo de no poder volver, el miedo acompañando la extraña sensación de estar completamente solo, solo en todo el universo. Y lejos de darme tranquilidad me atormentaba, me asustaba más que nada que pueda recordar. 

El viento cambiaba de rumbo a cada instante y en cada movimiento se escuchaba distinto, puedo jurar que escuché como cantaba un verso del tango Cambalache, como me pidió fuego, como tuvo el tono de voz de mi madre y me dijo que me extrañaba y mientras veía al ómnibus en la esquina susurró a mi oído “Tal vez la próxima”.

6 de abril de 2021

Otoño


La luz de la esquina entra por la ventana y yo me recuesto en su pecho mientras duerme. No me gustan las despedidas y nunca quise irme. Pero se hace tarde y no quiero que me encuentre el amanecer, dejo una carta y me llevo mi mochila, la guitarra y unas lágrimas secas en mi barba.

Mientras camino, cada recuerdo feo, se hace chiquito y opaco. Las voces en mi cabeza ahora tienen tu voz y cada paso suena igual que un adiós.
No me atreví a volver por todo lo que me olvidé.
Cerré los ojos debajo de un árbol de una plaza, de un barrio y una ciudad que no conozco. Y que no sé por cuánto tiempo, será mi casa. El rocío me abrazaba, como ayer lo hacían tus brazos. Cierro los ojos y te veo, preguntando cuánto tiempo va a pasar para que yo vuelva a ser yo. Y no sé qué contestar, cuento ovejas, con miedo, a perder mis cosas, abrazo mi guitarra y uso mi mochila de almohada, me tapo con la única campera que tengo y de un momento al otro, llega un policía a echarme y ya es de día. Como siempre, el sol y la policía arruinando la diversión.

Los pájaros cantando, alivian un poco el dolor de cabeza, y caminar alivia la culpa de no saber a dónde ir.
Quizá encuentre el por qué sentado a la sombra de un árbol que va perdiendo sus hojas con las horas, en otra plaza, en otro barrio, en otra ciudad. Mañana sabré, quizá es el viento de otoño el que quiere moverme los cimientos de lugar y yo huyendo, culpa del resfrío. Tal vez tengo que parar y dejar de empujar, dejarme empujar. El otoño siempre pone las cosas en su lugar.

26 de marzo de 2021

Nubes Negras

Eran las 7 de la tarde de un día perdido de noviembre y ya casi anochecía. Desde las viviendas nuevas de Palermo se veía como las olas rompían y chocaban contra los muros de la rambla mientras el sol se alejaba y llegaban nubes de una tormenta que nadie vio venir. En ese momento el cielo se volvía naranja y dos amantes corrían, perseguidos por la lluvia que ya destrozaba todo en Parque Rodó. 

Sin destino se ocultaba el sol tras las olas, muy a lo lejos, dejando solo al horizonte, cubierto por la tormenta.

La lluvia llegaba de a poco al barrio, persiguiendo a esos dos jóvenes que reían y desafiaban al cielo a arruinar la belleza del momento con una, dos o mil gotas insípidas. Pero sí que lo intentó. La lluvia era cada vez más fuerte; la noche se hacía cada vez más oscura sin luna ni estrellas, las olas eran más altas y parecían empujar esos autos arriesgados que aceleraban rumbo al Este. Golpeando contra el suelo con un sonido ensordecedor.
Los instantes de luz no sé si eran los rayos o los besos.

Ojalá hubiéramos sabido que eran nuestros últimos besos. Quizá si hubiéramos podido vernos a los ojos y agradecido el tiempo y las caricias, hoy todo sería distinto.  

Ojalá hubiéramos podido parar el tiempo esa tarde. Dejar cada gota en su lugar antes de caer. Cada ola a punto de romper en el piso.

Es igual a esa vez que saliste del bar que amabas, sin saber que lo iban a cerrar y que nunca lo volverías a pisar. La vida pasa. Y esa noche de lluvia se fue.

Recuerdo como si fuera hoy y creo seriamente que fue ayer, que dejé de hablarte porque sabía que me hundía. Tenía tanto miedo, vivía con el miedo de arruinar tu vida, como yo arruinaba la mía. Y no supe nunca decirlo sin herirte.
Hasta que solté tu mano antes de tomar el 17 de vuelta a casa y nunca más supe de vos, excepto que mi madre te saludó en navidad.

Y yo, cada tarde de lluvia pienso como desearía que hubiéramos sabido que eran los últimos besos.

20 de febrero de 2021

Atardecer

Ningún hueso aguanta la vida, si vivimos cayendo y huyendo. Ningún cerebro aguanta tanta tristeza, ni nuestros ojos quieren volver a llorar, una y otra vez, como en un patíbulo.

Son nuestros pies agrietados pidiendo clemencia lo que escuchamos al volver, después de tanto caminar. Y el dolor que siento son mis dedos cansados de escribirte que todo puede cambiar y que yo puedo cambiar.

Mis oídos sangran a la noche, cuando todo se hace silencio, porque también le temen a la soledad, y en el día no encuentran melodías que no le recuerden los momentos de alegría.

¿Cuánto tiempo va a pasar hasta que te vuelva a tener en mis brazos?

Ya mi espalda no sostiene el peso de la mañana, y al mediodía cruje pidiendo volver a la cama, donde el frío parece desaparecer por un instante, cuando entre las frazadas me parece sentir un abrazo que ya no está.

Y a la tarde, cuando el sol empieza a irse, todo vuelve un poco a la normalidad, se va el calor, se va la luz y también la juventud. Todo se apaga muy de a poco, como dando tiempo a despedirse. Es en ese instante, cuando suena el celular y es tu voz, que hace que el sol vuelva a salir.