Caminaba por Bella vista y en una calle arbolaba había una casa celeste que llamó mi atención. La puerta en medio y a los lados, dos barandas y una luz por encima, solo que sin ventanas, aberturas que igual uno podía imaginar perfectamente. Sin esfuerzo se podía pensar que en un pasado esas ventanas estaban ahí, mirando a la misma calle arbolada donde yo estaba. Lo primero que se me vino a la cabeza fue que quizá en otro universo nadie las había sacado y quién sabe, capaz que ahora mismo había del otro lado una persona mirando por ellas y notando mi cara divagante y plagada de dudas. Ese tipo no debe entender que mi gesto era el de alguien que buscaba una explicación para lo que no estaba. Para esa persona, yo sería tan real como él mismo y si fuera alguien curioso, saldría a la puerta para cuestionar mi intriga, solo que cuando esté afuera no habría nadie. En ese instante estaríamos a tres simples pasos pero en realidades distintas.
Yo muchas veces camino por avenidas y me parece oír pasos y supongo que habrá otros en otros tiempos oyendo mis pasos, quizá todos los tiempos transcurren al mismo tiempo y mientras yo estoy solo; miles de personas caminan a mi lado.
Recuerdo una noche hace muchos años, la primera vez que sentí miedo de estar solo y la primera en que escuché más que mi propio pensamiento. Era el viento que se oía a veces como pasos y otras como el ómnibus que esperaba sentado en el cordón de la vereda. Eso era lo único que me mantenía atento y que luchaba contra mi sueño. Es el invierno más frío que recuerdo, y el más lluvioso, ya era casi media noche y tenía miedo de no poder volver, el miedo acompañando la extraña sensación de estar completamente solo, solo en todo el universo. Y lejos de darme tranquilidad me atormentaba, me asustaba más que nada que pueda recordar.
El viento cambiaba de rumbo a cada instante y en cada movimiento se escuchaba distinto, puedo jurar que escuché como cantaba un verso del tango Cambalache, como me pidió fuego, como tuvo el tono de voz de mi madre y me dijo que me extrañaba y mientras veía al ómnibus en la esquina susurró a mi oído “Tal vez la próxima”.