25 de febrero de 2019

Carreras Perdidas


Puse un disco para ahogar penas y me serví un whisky para escuchar otra cosa que no sea mi culpa aunque más no fuera por el golpe de los hielos. Pienso en dormir como sí fuera la vida de otra persona, recuerdo el viento en la cara yendo en bicicleta a tu casa. Me viene a la mente tu cara despertándote a mi lado. Parece otra vida.

Se me ha ido el tiempo corriendo carreras perdidas y ganando concursos en los que no me anoté. Juntando las tapitas que dicen “La próxima sale” imaginando que, un día iba a ganarme otra.

Anoche dormí bien y no me acordé de vos, ni de tus problemas de decisión, ni de tus caricias, ni de tu mal humor ni del mío. No me acordé de tus besos ni tus mentiras. Hice la cama para acostarme y puse un disco de Silvio Rodríguez que no sabía que tenía. Pensaba en dónde habría dejado esa maldita lapicera y, en ese momento supe que yo pierdo las cosas que veo todo el tiempo, no lo podía juzgar.

La culpa de perder las cosas es nuestra, por desprolijos por tener la cabeza en otro lado, por pensar en otra cosa. Por pensar que tenemos todo bajo control.
De lo único que te echo la culpa a vos y a tus ojos de tristeza haber perdido la cordura.

Me levanté muy temprano hoy y fue extraño.

Después me parecieron extrañas las caras que veía, las de la gente que me acompañaba en el ómnibus, parecía que si habían perdido todo y que no habían dormido tan bien como yo esa noche.
Por la tarde trabajando contaba páginas como ovejas y cuando quise acordar dormía tirado en el escritorio. Me despertó mi jefe diciendo que me echaba y volví a acordarme de vos. Es que fue el mismo tono de voz que usaste para decirme que no me querías, que yo ya no era lo mismo, que no te había gustado nunca mi humor cambiante.

Ya casi es mañana y ya no pude volver a dormi como ayer y sigo pensando en las noches que no pasamos juntos, en que un día vas a hacer tu vida, mi jefe va a contratar a otra persona y yo, voy a olvidarte.
Es que casi es mañana y no pude aprender nada de ayer, que sí pude dormir, acá me tenés con insomnio escribiéndote otra vez. Me cuesta aprender.

Ahora si cuento ovejas porque quiero dormir o estar borracho. Es que dormir o estar borracho es para olvidar, sí, la verdad eso quiero más que nada.

Espero levantarme mañana con una sonrisa, aunque más no sea por no tener que trabajar.

24 de febrero de 2019

10 Años

Pasa y duele el tiempo, maldigo la entropía que todo lo rompe. Y aunque sé que la energía no se pierde, siempre que se va no vuelve.
Se ven brillantes tus cicatrices estos días grises. Pienso qué no hay nada más importante que brillar, sin importar cómo.
A tempo andante, a paso firme, con la mirada al frente y la nuca ardida por el sol empecé mi día.

Eran las 8 recién y la mañana siempre ha sido un momento extraño y horrible para mi. Más aún las mañanas de verano, con las calles desiertas y la gente dormida con resacas eternas. Hoy me levanté sintiéndome más viejo. Ya no era el adolescente que dormía con el sol y soñaba por las noches. Cuánta adultez reconocí en mi mientras aprontaba el mate para salir escuchando AM.
Quería que todo fuera un sueño y seguir teniendo 16, pero no.

Anoche me llamó un amigo que no veo hace por lo menos 10 años, preocupado, con la voz agitada, con miedo. Me contó sobre su vida, su esposa, su hija, su trabajo en una empresa importante y cómo había dejado de tocar con aquella banda que vi de casualidad una noche de julio en el Cañaveral y por la que lo conocí. Me contó que desde que nació Lucía, su hija, no había vuelto a tocar la guitarra, que no había vuelto a pensar en otra cosa.

Seguía sintiendo la angustia en su voz, no sabía qué decir, caminaba por mi casa. Salí al patio, me senté a escucharlo, lo extrañaba. Cómo no extrañarlo después de mil noches con él, caminando de bar en bar, de la rambla al puerto, de Punta Carretas al Prado, hablando de la vida, alegres, huyendo de la muerte. Tomando el vino más barato que pudiéramos encontrar.

¿Por qué yo? pensé. 
Nunca fui buen amigo, soy terco y despistado, quizás era eso. Todos precisamos en algún momento que no nos juzguen y nos acompañen a tirarnos por un acantilado. Que nos perdonen las malas decisiones, que nos digan que todo va a pasar y que todo va a estar bien. Aunque no pase y solo caigamos en picada por el barranco, con la sonrisa de creer, al menos, que lo estamos haciendo bien.

Yo le conté de mi vida, que estaba trabajando en unos proyectos que me tenían podrido, que me había mudado y que nada estaba en el mismo lugar pero todo seguía igual.

–Siempre creí que ibas a ser el que triunfara de la banda, y vos seguís llorando como siempre. Me dijo.

Hubo un silencio, se empezó a reír como atorado, cuando se contestó solo.

–¿Te acordás cuando decíamos que íbamos a ser famosos?

–Pasó mucho agua abajo del puente, Santi, ya no somos los mismos. Le contesté

Me contagió la risa nerviosa, mientras pensaba que tenía que cambiar algo, que lo estaba perdiendo todo. Y de la nada los dos empezamos a llorar. Nunca hubiera imaginado a Santiago llorando, él era fuerte, era el líder, el de las ideas. Y ahora estaba del otro lado del teléfono, no sé dónde, no sé por qué, quebrado, roto, igual que yo. Seguro fue por eso, eramos iguales, queríamos cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros, nos pudrió, nos rompió.

En el medio de todo eso me dijo, muy despacio, que había sido lindo hablar conmigo y que sabía que íbamos a salir de ésta, y que esperaba que esta vez fuera juntos.

Yo seguía sin saber qué le pasaba, le pregunté por su esposa, me dijo que nunca había amado tanto a alguien, y que habían sido los mejores 5 años de su vida. Me contó cómo se conocieron y como desde que salieron por primera vez no habían podido estar el uno sin el otro. Que tenía una sonrisa hermosa y que desde el momento en que la vio por primera vez supo que su vida ya no era la misma.

Yo había estado viviendo en el interior unos años y por eso habíamos perdido el contacto. Por encontrarme a mi mismo, perdí a los demás, o al menos eso creía. Recuerdo haberlo llamado cuando nació Lucía. Y en mis intentos por cambiar de tema le conté que el día que ella nació yo estaba en Bella Unión, muerto de calor atrás de un parador que está cerca del río y con el auto pinchado. Que aunque hubiera querido ir, era muy tarde y no iba a llegar.

Fue ahí cuando todo se fue a la mierda, no podía parar de llorar y yo no sabía como calmarlo, ni sé si quería calmarlo la verdad, había entendido todo de golpe. Aunque intentó contarme, se le trababan las palabras.

Había amado, habían sido.

El taxi en el que iban Camila y Lucía esa noche había tenido un accidente volviendo para su casa y estaban muy mal. Le pregunté dónde estaba, dónde estaban ellas, quería ayudarlo y que no hiciera nada, pero no sabía cómo. De pronto pensé que esa llamada era un adiós y estaba preocupado. No soy bueno dando consejos, ni tranquilizando gente. 

Mi corazón se hizo añicos.

La vida nos pasa por arriba.

De pronto cortó, lo volví a llamar, porque me cortó, me dijo que estaba bien, de verdad, que estaba en el hospital, afuera fumando y que sentía que nada le podía salir peor, pero que agradecía al universo haberlas vuelto a ver. 
Antes de cortar le dije que podía contar conmigo para lo que quiera, y en mi vida, lo juro por todo lo que soy y lo que tengo, en mi vida lo había dicho tan sinceramente.

Yo sólo pude ponerme una campera e ir a abrazarlo, demoré como una hora pero cuando llegué estaba ahí afuera como lo imaginaba. Fumando, con la mirada perdida y su campera de jean. 

20 de febrero de 2019

Cuándo

Desperté en mi cama arriba de toda la ropa que tenía, más la que tenía puesta. Todas las luces apagadas y seguía siendo de noche. Había vuelto a ser de noche quién sabe cuántas veces. Miré al rededor buscando un reloj pero no había, mi celular no estaba; la tele no prendía y la computadora tampoco, no había luz. ¿Qué había hecho?

La cabeza me dolía más que de costumbre, por cómo me sentía no era resaca, me faltaba ese aliento amargo y ese sudor ácido con olor a alcohol. Parecía más el despertar agitado de una pesadilla. Mi memoria era una nebulosa gigante, que se convertía en un agujero negro de golpe. Si la memoria fuera una película, la última escena era el momento exacto en que trancaba la puerta por fuera, lo demás eran créditos. Hasta ahora que era de noche y estaba vestido diferente. Me había cambiado ¿Pero cuándo? eso me parece bastante extraño, pero todo en este momento es extraño. Lo último que había anotado en mi libreta era “8 de trébol”.

Había salido, ¿con quién estuve? ¿Cómo había llegado a casa? Y lo más importante, cuándo.


En el trabajo se habrán preguntado por mí, mi vieja me habrá llamado mil veces. Mi novia me habrá dejado otra vez. Odio no recordar, lo odio, pero quizá hoy sea una suerte. Me tranquilizó un poco que la policía no haya tirado la puerta de una patada. ¿Habrán hecho la denuncia de mi desaparición? Yo nunca fui de recibir visitas, ni atender el teléfono, ni contestar los mensajes. Capaz que nadie se dio cuenta que no estaba. O capaz recién llegué. Se me olvidaron las últimas 24 horas o quién sabe cuánto. Es que la duda estaba, capaz que ni siquiera había salido o peor aún, quizá sólo pestañeé y fueron dos segundos como una especie de deja vù.
Sabía que estaba en mi casa. Pero una magnífica pregunta sería ¿En cuándo estoy?
Es que el tiempo solo pasa si lo sentís, es como el viento o el amor. Pasa y se siente con respecto a uno mismo, yo no recuerdo cuánto pasó entre mi último recuerdo y éste, pero supongo que mi familia si es que se preocupó, te podría contar cada segundo que pasó desde mi última llamada, desde mi última señal de vida.

Y ahora siendo sincero y pensando en que todavía no había salido de mi casa, en mi mente retumbaba la idea de que estuviera muerto y éste sea mi infierno.
Tengo miedo, y frío, no me quiero levantar.