24 de febrero de 2019

10 Años

Pasa y duele el tiempo, maldigo la entropía que todo lo rompe. Y aunque sé que la energía no se pierde, siempre que se va no vuelve.
Se ven brillantes tus cicatrices estos días grises. Pienso qué no hay nada más importante que brillar, sin importar cómo.
A tempo andante, a paso firme, con la mirada al frente y la nuca ardida por el sol empecé mi día.

Eran las 8 recién y la mañana siempre ha sido un momento extraño y horrible para mi. Más aún las mañanas de verano, con las calles desiertas y la gente dormida con resacas eternas. Hoy me levanté sintiéndome más viejo. Ya no era el adolescente que dormía con el sol y soñaba por las noches. Cuánta adultez reconocí en mi mientras aprontaba el mate para salir escuchando AM.
Quería que todo fuera un sueño y seguir teniendo 16, pero no.

Anoche me llamó un amigo que no veo hace por lo menos 10 años, preocupado, con la voz agitada, con miedo. Me contó sobre su vida, su esposa, su hija, su trabajo en una empresa importante y cómo había dejado de tocar con aquella banda que vi de casualidad una noche de julio en el Cañaveral y por la que lo conocí. Me contó que desde que nació Lucía, su hija, no había vuelto a tocar la guitarra, que no había vuelto a pensar en otra cosa.

Seguía sintiendo la angustia en su voz, no sabía qué decir, caminaba por mi casa. Salí al patio, me senté a escucharlo, lo extrañaba. Cómo no extrañarlo después de mil noches con él, caminando de bar en bar, de la rambla al puerto, de Punta Carretas al Prado, hablando de la vida, alegres, huyendo de la muerte. Tomando el vino más barato que pudiéramos encontrar.

¿Por qué yo? pensé. 
Nunca fui buen amigo, soy terco y despistado, quizás era eso. Todos precisamos en algún momento que no nos juzguen y nos acompañen a tirarnos por un acantilado. Que nos perdonen las malas decisiones, que nos digan que todo va a pasar y que todo va a estar bien. Aunque no pase y solo caigamos en picada por el barranco, con la sonrisa de creer, al menos, que lo estamos haciendo bien.

Yo le conté de mi vida, que estaba trabajando en unos proyectos que me tenían podrido, que me había mudado y que nada estaba en el mismo lugar pero todo seguía igual.

–Siempre creí que ibas a ser el que triunfara de la banda, y vos seguís llorando como siempre. Me dijo.

Hubo un silencio, se empezó a reír como atorado, cuando se contestó solo.

–¿Te acordás cuando decíamos que íbamos a ser famosos?

–Pasó mucho agua abajo del puente, Santi, ya no somos los mismos. Le contesté

Me contagió la risa nerviosa, mientras pensaba que tenía que cambiar algo, que lo estaba perdiendo todo. Y de la nada los dos empezamos a llorar. Nunca hubiera imaginado a Santiago llorando, él era fuerte, era el líder, el de las ideas. Y ahora estaba del otro lado del teléfono, no sé dónde, no sé por qué, quebrado, roto, igual que yo. Seguro fue por eso, eramos iguales, queríamos cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros, nos pudrió, nos rompió.

En el medio de todo eso me dijo, muy despacio, que había sido lindo hablar conmigo y que sabía que íbamos a salir de ésta, y que esperaba que esta vez fuera juntos.

Yo seguía sin saber qué le pasaba, le pregunté por su esposa, me dijo que nunca había amado tanto a alguien, y que habían sido los mejores 5 años de su vida. Me contó cómo se conocieron y como desde que salieron por primera vez no habían podido estar el uno sin el otro. Que tenía una sonrisa hermosa y que desde el momento en que la vio por primera vez supo que su vida ya no era la misma.

Yo había estado viviendo en el interior unos años y por eso habíamos perdido el contacto. Por encontrarme a mi mismo, perdí a los demás, o al menos eso creía. Recuerdo haberlo llamado cuando nació Lucía. Y en mis intentos por cambiar de tema le conté que el día que ella nació yo estaba en Bella Unión, muerto de calor atrás de un parador que está cerca del río y con el auto pinchado. Que aunque hubiera querido ir, era muy tarde y no iba a llegar.

Fue ahí cuando todo se fue a la mierda, no podía parar de llorar y yo no sabía como calmarlo, ni sé si quería calmarlo la verdad, había entendido todo de golpe. Aunque intentó contarme, se le trababan las palabras.

Había amado, habían sido.

El taxi en el que iban Camila y Lucía esa noche había tenido un accidente volviendo para su casa y estaban muy mal. Le pregunté dónde estaba, dónde estaban ellas, quería ayudarlo y que no hiciera nada, pero no sabía cómo. De pronto pensé que esa llamada era un adiós y estaba preocupado. No soy bueno dando consejos, ni tranquilizando gente. 

Mi corazón se hizo añicos.

La vida nos pasa por arriba.

De pronto cortó, lo volví a llamar, porque me cortó, me dijo que estaba bien, de verdad, que estaba en el hospital, afuera fumando y que sentía que nada le podía salir peor, pero que agradecía al universo haberlas vuelto a ver. 
Antes de cortar le dije que podía contar conmigo para lo que quiera, y en mi vida, lo juro por todo lo que soy y lo que tengo, en mi vida lo había dicho tan sinceramente.

Yo sólo pude ponerme una campera e ir a abrazarlo, demoré como una hora pero cuando llegué estaba ahí afuera como lo imaginaba. Fumando, con la mirada perdida y su campera de jean. 

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