Mientras el ómnibus en reversa sale de Tres Cruces voy pensando. Veo como los edificios viejos, las calles húmedas y las personas mudas me despiden; otra vez. Quiero gritar de a ratos pero me falta el aire, me abruma la gente que sube en cada parada con cara de calor. Miro hacia afuera por la ventanilla de nuevo y me repito “Qué lindo sería no tener que volver” pero la nostalgia no demora, los recuerdos, los olores y las despedidas que nunca tuve no me dejan. Empiezo a extrañar rápido y quisiera estar como ayer en la tortuguita con mis amigos, o en mi casa con ella.
Esta ciudad es hermosa a veces, más que nada éstos días de lluvia, con el cielo gris haciendo juego con los edificios y las paredes. Los paraguas rotos por doquier tienen el encanto de esa lluvia de ayer. Son como la decoración de una torta de cumpleaños. Todo tiene una magia que no todos ven y por la que yo volvería una y mil veces a ésta puta ciudad. Con sol o como ahora, gris y hermoso.
Ayer llamé a mi abuela, no sé hace cuánto no hablábamos, pero no sabía a a donde escapar. Y le pedí para ira su casa, prendí mi cigarro de soledad, sentí el morir. Corté y lloré.
Como a las 7 de la mañana del sábado llegué a Rocha, con una mochila y la espalda cansada, la vida a cuestas, ya no sabía dónde escapar. Me importan pocas cosas, estoy desganado y cansado, sólo el aire de las palmeras iba a poder cambiar algo. Me pidieron un tabaco ni bie
n llegué y convidando su alma sintió morir. Regalando, mi alma supo morir.
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