5 de marzo de 2019

Mujeres hermosas, tristes y cansadas.

Iba en el 183 y de pronto ya no estaba en Tres Cruces, era el Parque Rodó y, ya no era el 183 sino el 149. Me sentí perdido, me baje cuando vi por la ventanilla una mujer hermosa y la seguí, con la sensación de estar buscando algo, algo que me diera paciencia para esperar un detalle, poder hablarle y decirle que es la mujer más linda que vi en los últimos 30 minutos. Me hizo olvidar a dónde iba yo, me olvidé de todo. Así que la seguí hasta que se sentó en un muro mirando el aire, el viento. Noté en su cara la tristeza y, mientras me preguntaba que le podría haber pasado, me fui.

La ciudad está llena de mujeres hermosas con caras tristes que, entre el rocío y la neblina de la mañana son imposibles de ignorar, de dejar de mirar. A veces creo que es la mismísima ciudad la que nos obliga a mantener la mirada perdida, la vista inquisidora en la gente que camina por la vereda contraria, el caminar tenue y la alegría opaca.

Nunca sabes que te podes encontrar caminando por alguna avenida; el otoño embellece todo y lo llena de una nostalgia arrabalera. En el centro, o en barrios lejanos, en ómnibus con recorridos tan largos que generan rumores de infinitos y abismos, en autos caros y no tanto; en todos lados se ven mujeres hermosas, tristes y cansadas, de las que me enamoraría sin mediar palabra. Si no fuera por mi nulo creimiento en el amor. Desde que se fue, deje de creer en todo, en caricias dulces y poemas alegres, en miradas cómplices y celos caprichosos. Cuando Laura murió yo perdí todo, ese día ella, yo, el amor y la esperanza se murieron, se fueron al demonio. Incluso yo. Solo que mi cuerpo se quedó en la tierra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario