30 de junio de 2020

Un devoto.

-¿A dónde se nos fue el amor, Amor?

-A la basura.

-¿Y la esperanza?

 

En Garzón y Timote antes de llegar al Paso Molino sentí que perdí el alma, en un suspiro quedé solo. Los autos dejaron de pasar, los último ómnibus solo iban expreso y sin chofer; muchos otros que venían un poco más lejos doblaban antes para no estar cerca de mi. Los locales que tenía al rededor cerraban de golpe, algunos incluso habían cerrado antes de que yo lo notara. Así de pronto también cayó la noche, sin atardecer mágico, sin naranjas ni morados, de gris a negro, solo oscuridad.

Sin más cerré los ojos, agaché la cabeza y subí el volumen de la música, para seguir caminando, pero ya sin alma. Me sentía solo pero imaginando que alguien más se tuvo que perder el atardecer.

Quería llegar a casa lo más pronto posible, y ahora quiero recordar qué canción sonaba, para echarle la culpa de mi paso tan lento, pero no puedo. En ese momento quería fumar después de casi dos años, pero tenía los bolsillos vacíos y agujereados. Doblé en San Quintín y miré el Devoto pero también estaba cerrado, se podía oír eco en el estacionamiento.

La verdad es que me gustaría creer en algo superior, ser yo el devoto y no metafóricamente. Es en la noche en particular que quiero poder pedir perdón. Me gustaría en el fondo poder delegarle las culpas de mi vida a alguien que domine los entresijos de mi destino. Para echarle la culpa de todo y poder después sí, dormir aliviado y defraudado al mismo tiempo. Dejar de ser por una noche un ateo con culpa y melancolía, para ser en la mañana solo un creyente con esperanza.

Me imagino hoy, si algo en mi cambiara cómo sería contar en alguna reunión que mi vida cambió gracias a un ser todopoderoso que se acordó que yo estaba vivo y sentía, que le di lástima y quiso darme un empujón de optimismo.
Pero no, soy un ateo con culpa.

Cada domingo amanezco con resaca en mi cama sin hacer, en vez de estar dando un diezmo por la absolución de mis pecados, pero no puedo.

No hay un cielo, y para mi tristeza ya tengo la desilusión de saber que muchas de las estrellas que vemos ya murieron. Sé que es azul por la frecuencia de la luz rebotando en la atmósfera, y que no importa su color, no será el destino de mi alma cuando muera.

Seguí caminando, y al fin llegué a mi casa. Contra el mundo en cada paso, contra Carlos Mª Ramírez que se hacía eterno, contra Cibils y contra todas esas esquinas sin luz. No sé bien en qué parte del trayecto me di cuenta que no estaba solo en realidad, quizá fue cuando te recordé al pasar por la esquina de tu casa. Pero no estaba solo, somos muchos por la calle, intentando simplemente llegar sin importar a dónde, ya nos encargaremos en su momento de ver cuánto nos aguanta el cuerpo para seguir caminando. 

20 de junio de 2020

Tallada en piedra.

Fue un mal año para decir feliz día del abuelo cuando ya no tengo ninguno, ni de los reales ni los cercanos. Por eso no dije nada hasta ahora.

Los duelos se curan con el tiempo, aunque el tiempo y la memoria no sean nunca la misma cosa, el duelo y la tristeza se van yendo, ya después de 6 meses sin mi abuela la recuerdo más entre risas que en llantos. Pero para todos no es así, antes de ayer, mi madre sin poder hablar casi y sin parar de llorar me pedía ayuda y yo ya no sabía qué hacer. Me decía como podía, que no quería preocupar a la abuela, que no la llamara. Que ya se le iba a pasar.
Sentí, y no metafóricamente, como mis ojos explotaban, me di la vuelta para que no me vea así, el cuerpo se me puso flojo y lloraba más que nunca. Me fui a limpiar, no se iba de mi cabeza la frase "No quiero que mamá se preocupe".
Volví y quedé a un lado agarrando su mano y dándole con la otra una pastilla para que se relajara, de a poco pasó, empecé a hablarle suave, a pedirle que se calme, que era mejor dormir y que sabemos que todo va a estar bien, si algo sabemos en esta familia es salir adelante. Que se raje la tierra si un día cualquiera de nosotros cae y no está el otro para levantarlo.
Los minutos pasaron más lento que de costumbre, quizá eran de 90 segundos, pero igual pasaron, como todo y, también el ataque de mi madre. Pudo hablar un poco y me pidió agua, cuando volví quedé en cuclillas al lado de su cama mientras era ella que me hacía caricias en el pelo. "Yo sé que la abuela murió, no estoy loca, pero la extraño, ella es mi mami y cuando me pasa, me olvido que no está" dijo, limpiando esas lágrimas que siempre aparecen cuando contas algo desde el corazón. No respondí nada. Atiné a recostar mi cabeza en su brazo, en bajar la velocidad de mi respiración, en abrazar a Kowalski que no entiende, pero entiende y se apoyaba en mí. Pensaba en que sí, capaz que todo hubiera sido distinto si mi abuela estuviera, la tía hubiera hecho una torta, mi prima Eli nos hubiera llevado a Minas, hubiéramos contado de nuevo cómo fue esa vez que fuimos de chiquitos y había una araña más grande que un zapato. Y todo hubiera sido como en mis recuerdos, que me imagino deben estar dándole a mi madre más fuerza que gracia, deben ser un ancla para que todo siga en su lugar. Son para todos una página tallada en la portada del libro que no se puede arrancar. Mis abuelos fueron sin duda la bisagra que nos unió todos estos años, hoy también lo son sus recuerdos.

14 de junio de 2020

Descubriendo amigos.

El 22 de diciembre de 1999 me mudé, viví los '90 en el barrio de Bella Vista y comencé los 2000 en Delta del Tigre, donde descubrí que había calles que no tenían asfalto y también aprendí la palabra cuneta, cuando mi padre no pudo entrar el auto y pasó horas puteando al viento.

Yo, lejos de haber vivido entre lujos, igual me sorprendía con lo agreste del panorama, venía de un apartamento chiquito y este lugar para mí era lejos, era donde íbamos cada mucho tiempo a visitar a mi abuela o a pasar un fin de semana.

Igual nunca estuve triste por haberme ido. Sabía que al siguiente año empezaba en otra escuela, con otros niños y otras maestras. Recuerdo que estaba feliz pese a todo porque podía hacer que me llamaran Sebastián y no ese horrible Claudio que de niño tanto odiaba.

De igual forma me acuerdo los primeros días de clase, donde no importó nada cómo me llamara. Porque lo que ellos veían era un montevideano horrible, con gel en el pelo y la moña demasiado planchada y yo, veía como mis compañeros lejos de ser iguales a mi, eran altos, grandes y temibles. Todo mi histrionismo lejos de ser la gracia de mis pares era la burla de los del fondo, que no tenían 8, tenían 12, 13, tenían ira.
En ese caldo de cultivo, con una maestra a la que hacían llorar día por medio, en las mañanas más frías que puedo recordar, donde vi por primera vez que el pasto se congele y donde entre empujones aprendí a pelear, también hice amigos.
20 años más tarde a varios los tengo. 20 años más tarde recuerdo como iba a sus casas a hacer deberes que a veces no existían, pero eran la excusa para vernos. Y escaparnos en bici lo más lejos que pudiéramos, para fingir que lo estábamos descubriendo, lo que para mi era cierto.

Llevo días sin dejar de pensar en uno de esos amigos, el primero de ellos, el que hizo que le rompiera los huevos a mis padres para que me compraran una bici con cambios, porque siempre me ganaba las carreras. Claro que mis padres creían que era un capricho que justo eligiera esa Winner Z, que era la más cara. Llevo días pensando como tampoco fui el mejor amigo, y como después lo dejé de ver. O cómo hacía tanto tiempo que no sabía de él, o cómo me olvidé hasta hoy, de esas carreras por las calles empedradas del Delta.

Siempre quiero que el tiempo deje de pasar, todo el tiempo pienso que nada me haría más feliz que volver a andar por esas calles, pensando que soy yo el que las está descubriendo.

Toda mi vida fue así, era el cheto de Montevideo en el Delta, fui el plancha que escuchaba punk de Rincón de la bolsa cuando estudié Libertad, me decían que era canario porque tenía dos horas de viaje cuando iba al IAVA. Siempre pasé descubriendo lugares y haciendo amigos. El resto solo son recuerdos.

4 de junio de 2020

La Salida.

-Hoy no, de verdad, hoy no puedo. Con todo esto de la casa estoy muerto y la verdad no me quiero complicar más. Dijo Adrián, cortando la llamada y tirando el celular a la cama, como si así los problemas también se alejaran. Atrás del teléfono se tiró él, como derrotado y así quedó, hasta que la puerta se abrió. Era su novia, Natalia, que se acostó a su lado y no tuvo que preguntar nada, sabía más o menos que era lo que pasaba.

-Era mi vieja de nuevo, le pedí plata el otro día y mucha, perdón que no te dije, pero no sabía qué más hacer.

-Ya te dije que teníamos que aguantarnos pero tampoco es para tanto. ¿Qué pasó? ¿Se enojó?

-No, pero se arrepintió y precisa la plata, la quiere el miércoles y yo no tengo de dónde mierda sacar. Pagué todo con eso ya, son más de 10 lucas que no tengo.

-Ya se nos va a ocurrir algo, supongo. Siempre se nos ocurre algo. -Respondió, dándose la vuelta, mirando el techo.

Pensando si de verdad se les iba a ocurrir, llevaban 9 meses desde que había nacido la nena y era una calesita de préstamos, favores, devoluciones, deudas y dolores de cabeza.
Y aunque los dos hicieran lo que pudieran, no importaba, la plata no estaba y todo se iba a la mierda.

Adrián se levantó y se empezó a vestir, callado y rápido, como si se le hubiera ocurrido algo, pero no lo decía. Salió del cuarto dándole un beso a la bebé que dormía y se fue. Se subió a la moto y fue al barrio donde se crio, le estalló la cabeza todo el viaje, sabía que algo tenía que hacer y era lo único que se le ocurría.

Llegó a la esquina donde paraban sus amigos, buscando a Juan, el más sarpado de ellos, el que lo había invitado mil veces a rapiñar después de emborracharse cada noche desde que tenía 15 años. Y al que siempre le había dicho que no, hasta hoy, que quería salir de ésta, no aguantaba más. Algo tenía que hacer, y eso era aceptar de una vez por todas.

Encontró a juan, parecía que no lo iba a convencer, hacía tiempo que no salía de caño y no quería volver a estar en cana, pero después de contarle bien lo que había pasado, hablarle de su hija y tomar dos cervezas, aceptó.

Fueron por las armas a lo del tío de juan que no entendía nada y era el mejor escondite para esas cosas, llamaron a otro amigo y se juntaron de nuevo en la misma esquina, a juntar fuerza. Salieron en un auto que dejaron a 5 cuadras de la farmacia de Carrasco a la que pensaban asaltar, la idea era que al otro día pudieran irlo a buscar, porque después del robo iban a salir en la camioneta blanca del dueño de la farmacia, estaba todo más o menos pensado.

No importan los detalles, entraron y todo se descontroló, Juan agarró a la muchacha de la caja y Adrián ya no quería estar ahí, Fernando, que miraba e intentaba calmarlos, cuando Adrián apuntó a Juan y dejó de apuntarle al seguridad, que no perdió la oportunidad y disparó. Todo se volvió silencio en un segundo eterno. Después todo volvió al descontrol y a los gritos de nuevo, entre disparos, Juan y Fernando salieron corriendo, mientras Adrián seguía en el piso, sangrando y repitiendo el nombre de su hija con sus últimos suspiros.