-¿A dónde se nos fue el amor, Amor?
-A la basura.
-¿Y la esperanza?
En Garzón y Timote antes de llegar al Paso Molino sentí que perdí el alma, en un suspiro quedé solo. Los autos dejaron de pasar, los último ómnibus solo iban expreso y sin chofer; muchos otros que venían un poco más lejos doblaban antes para no estar cerca de mi. Los locales que tenía al rededor cerraban de golpe, algunos incluso habían cerrado antes de que yo lo notara. Así de pronto también cayó la noche, sin atardecer mágico, sin naranjas ni morados, de gris a negro, solo oscuridad.
Sin más cerré los ojos, agaché la cabeza y subí
el volumen de la música, para seguir caminando, pero ya sin alma. Me sentía
solo pero imaginando que alguien más se tuvo que perder el atardecer.
Quería llegar a casa lo más pronto posible, y ahora
quiero recordar qué canción sonaba, para echarle la culpa de mi paso tan lento,
pero no puedo. En ese momento quería fumar después de casi dos años, pero tenía
los bolsillos vacíos y agujereados. Doblé en San Quintín y miré el Devoto pero
también estaba cerrado, se podía oír eco en el estacionamiento.
La verdad es que me gustaría creer en algo superior, ser yo el devoto y no metafóricamente. Es en la noche en particular que quiero poder pedir perdón. Me gustaría en el fondo poder delegarle las culpas de mi vida a alguien que domine los entresijos de mi destino. Para echarle la culpa de todo y poder después sí, dormir aliviado y defraudado al mismo tiempo. Dejar de ser por una noche un ateo con culpa y melancolía, para ser en la mañana solo un creyente con esperanza.
Me imagino hoy, si algo en mi cambiara cómo
sería contar en alguna reunión que mi vida cambió gracias a un ser todopoderoso
que se acordó que yo estaba vivo y sentía, que le di lástima y quiso darme un
empujón de optimismo.
Pero no, soy un ateo con culpa.
Cada domingo amanezco con resaca en mi cama sin hacer, en vez de estar dando un
diezmo por la absolución de mis pecados, pero no puedo.
No hay un cielo, y para mi tristeza ya tengo la desilusión de saber que muchas de las estrellas que vemos ya murieron. Sé que es azul por la frecuencia de la luz rebotando en la atmósfera, y que no importa su color, no será el destino de mi alma cuando muera.
Seguí caminando, y al fin llegué a mi casa. Contra el mundo en cada paso, contra Carlos Mª Ramírez que se hacía eterno, contra Cibils y contra todas esas esquinas sin luz. No sé bien en qué parte del trayecto me di cuenta que no estaba solo en realidad, quizá fue cuando te recordé al pasar por la esquina de tu casa. Pero no estaba solo, somos muchos por la calle, intentando simplemente llegar sin importar a dónde, ya nos encargaremos en su momento de ver cuánto nos aguanta el cuerpo para seguir caminando.