20 de junio de 2020

Tallada en piedra.

Fue un mal año para decir feliz día del abuelo cuando ya no tengo ninguno, ni de los reales ni los cercanos. Por eso no dije nada hasta ahora.

Los duelos se curan con el tiempo, aunque el tiempo y la memoria no sean nunca la misma cosa, el duelo y la tristeza se van yendo, ya después de 6 meses sin mi abuela la recuerdo más entre risas que en llantos. Pero para todos no es así, antes de ayer, mi madre sin poder hablar casi y sin parar de llorar me pedía ayuda y yo ya no sabía qué hacer. Me decía como podía, que no quería preocupar a la abuela, que no la llamara. Que ya se le iba a pasar.
Sentí, y no metafóricamente, como mis ojos explotaban, me di la vuelta para que no me vea así, el cuerpo se me puso flojo y lloraba más que nunca. Me fui a limpiar, no se iba de mi cabeza la frase "No quiero que mamá se preocupe".
Volví y quedé a un lado agarrando su mano y dándole con la otra una pastilla para que se relajara, de a poco pasó, empecé a hablarle suave, a pedirle que se calme, que era mejor dormir y que sabemos que todo va a estar bien, si algo sabemos en esta familia es salir adelante. Que se raje la tierra si un día cualquiera de nosotros cae y no está el otro para levantarlo.
Los minutos pasaron más lento que de costumbre, quizá eran de 90 segundos, pero igual pasaron, como todo y, también el ataque de mi madre. Pudo hablar un poco y me pidió agua, cuando volví quedé en cuclillas al lado de su cama mientras era ella que me hacía caricias en el pelo. "Yo sé que la abuela murió, no estoy loca, pero la extraño, ella es mi mami y cuando me pasa, me olvido que no está" dijo, limpiando esas lágrimas que siempre aparecen cuando contas algo desde el corazón. No respondí nada. Atiné a recostar mi cabeza en su brazo, en bajar la velocidad de mi respiración, en abrazar a Kowalski que no entiende, pero entiende y se apoyaba en mí. Pensaba en que sí, capaz que todo hubiera sido distinto si mi abuela estuviera, la tía hubiera hecho una torta, mi prima Eli nos hubiera llevado a Minas, hubiéramos contado de nuevo cómo fue esa vez que fuimos de chiquitos y había una araña más grande que un zapato. Y todo hubiera sido como en mis recuerdos, que me imagino deben estar dándole a mi madre más fuerza que gracia, deben ser un ancla para que todo siga en su lugar. Son para todos una página tallada en la portada del libro que no se puede arrancar. Mis abuelos fueron sin duda la bisagra que nos unió todos estos años, hoy también lo son sus recuerdos.

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