18 de mayo de 2019

Como buitres

Estaba muerto de miedo en la parada de General Flores y Luis Alberto de Herrera, con las manos en los bolsillos esperando el 306 y la muerte. Esperaba que llegue un cuchillo impaciente con los dientes sin filo ni esmalte, oscuros, amarillos y llenos de la ira de la calle y atraviese mi garganta . Que arranque mi vida y mi espera.
En ese momento, de golpe explotó la lámpara de la columna que tengo al lado y dejó impecable la foto al 24 horas de la esquina de en frente, que se ve rodeado como siempre, de gente  más parecida a buitres que humanos y que se alimentan de tu miedo y de tu vuelto.


El ómnibus que no venía más y yo que apretaba cada vez más fuerte la trincheta que tenía adentro de la campera. Sin saber qué iba a hacer, cuando tuviera que usarla, creo que prefiero correr.
Creo que esa noche no le tenía miedo a la muerte, le tenía miedo a la soledad. La soledad del después, pensar que quizá la muerte era solamente quedarse solo o  desaparecer -que al fin y al cabo son lo mismo-. Ambas cosas, son no volverte a ver.

Lleno de ganas de salir corriendo todo el tiempo que pasaba en esa esquina, pero con las piernas congeladas por el frío, no sé si serían suficientemente fuertes para soportar mi peso o si se van a desquebrajar como una copa de cristal en la mano de hombre torpe.

Siempre supe que no tengo tantos dientes para ser feliz, no me sale sonreír, cuando veo a alguien solo agacho la cabeza y miro el celular. Y cuando lo veo sigo con ganas de llamarla. La extraño más que nunca cuando tengo miedo.
Vuelvo a escuchar los gritos a mi al rededor, espero que no noten mi pavor.

Te imagino venir entre la gente, a salvarme, sin saberlo. Hablando por teléfono y mirando mil veces lado a lado antes de cruzar, sin darte cuenta que te espero y sin notar que yo lo único que quiero es abrazarte y soltar mis miedos.

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