4 de octubre de 2020

Te hiciste sombra

Con el tiempo te fuiste apagando y junto con los días se iban las sonrisas. Perdiendo brillo en cada baño antes de ir a trabajar, se llenaba el pecho de amargura, cuando queriendo ser feliz tarareabas colgado al pasamanos del 370 y no te dejaban de mirar, hasta hacerte callar.

Un día dejaste de abrazar y supiste que ese viejo amor ya no iba a llamar.
Con el tiempo te hiciste sombra.

Sé que hay días en que creíste que eras vos la sombra, que eras vos el que estaba encerrado en dos dimensiones contra el piso y era otro que dominaba tu vida. Eras la sombra de alguien más y desde el suelo, mudo, todo era especialmente horrible.
Cuando estás en el piso se sienten las suelas de la gente, se ve la mugre cerca de la cara, el moho de las paredes recorrer tu pecho, el barro de las cunetas en tus manos. Sentís como tu forma pierde fuerza y se estira a cada paso, vuelve al lugar y es cenicero cuando frena en una esquina a hacer tiempo, pensando en vaya uno a saber qué. Te ves a vos mismo, sombra, al mediodía desaparecer a los pies de ese dueño impasible.

Y bajo un árbol te rompes en mil partes, sin saber dónde empezás a ser y dónde termina tu cuerpo. Entre rayos de luz que las hojas dejan pasar, te asomas y por un momento sos parte de todo, te acariciaron las pelusas de la primavera que sentiste volar cuando las patearon lejos.
Ves como niños juegan con sus sombras, las corren, las ven alejarse cuando saltan y parece que pelean, mientras vos vas de un lado al otro, día tras día y desapareciendo junto con la luz del velador cada noche.

Pero una mañana prendieron la luz y la sombra no era inmensa, pero seguía ahí. Un día abriste los ojos y fue la sombra lo primero que viste y no eras vos. Todavía te quedaba esperanza en el tiempo y con orgullo y coraje saltaste de la cama la pisaste, antes de enfrentarte al mundo y tu sombra igual estaba ahí, porque es parte de vos. Esa sombra fue grande al anochecer volvió a medir muchos metros cuando dejabas atrás la luz de la esquina mientras caminabas en la noche de vuelta a tu casa. Le tuviste miedo muchas veces cuando la veías distraído. Pero aprendiste a caminar con pasos largos, viendo como todo va y viene, inclusive la luz y las sombras.

24 de septiembre de 2020

Barrios ajenos

Pasa las noches de insomnio pensando en la única persona que ya no quiere verlo, la que decidió olvidarlo y alejarlo de su vida. Parece una locura que una sola cara y una sola sonrisa, le quiten el sueño. Vive atrapado entre miseria y culpa. Pero aún así queriendo, aunque querer lo mate. Sin importar que pase el tiempo sigue tan obstinado para ignorar el dolor de la soledad. Excepto en las noches más frías llorar mirando una pared, cuando si quiere olvidar.

A los meses de separarse Fernando vino a casa, pero sin contarme por qué, tomamos vino, tocamos la guitarra y como cada vez que nos veíamos, lloramos mucho. Fue en ese momento que me contó qué había pasado.

Era una tarde de primavera mientras caminaban por Parque Rodó, Camila lo miró con ternura y culpa; como pidiendo perdón de ante mano por lo que iba a decir. Casi susurrando le dijo que lo que tenían no ya no funcionaba, que eso, ésto, o aquello, había salido mal y que era tarde para arreglarlo.

Por cómo lo contaba no creo que él haya entendido enseguida qué pasaba, ni mucho menos que supiera el verdadero porqué. Fernando hablaba aún con cierto tono cálido que dejaba entrever que no le tiene rencor y se le formaba una sonrisa todavía cuando hablaba de ella, recuerdo textual que me dijo que solo tenía dulces recuerdos. Te hablaba con nostalgia de su amargo perfume y como aún lo siente en algún rincón de su salón, o que creyó alguna vez ver su reflejo perdido en el espejo donde se peinaba en las mañanas. Me confesó entre lágrimas d que lee cuando más la extraña, algunas cartas que no llegó a darle en los momentos en que la amaba en silencio y ella no sabía de su existencia.

Buscando excusas, pasa noches enteras imaginando otros destinos, decía que su amor quizá no era de este barrio, que quizás en la Aguada, o en Palermo hubieran sido felices. O que en Lezica quizá se hubieran casado. La verdad es que solo sabe que en ésta vida ya no lo quiere y de seguro ya no lo extraña; mucho menos le escribe antes de dormir como cuando se amaban. Solo quedan los recuerdos de esos tiempos en que se besaban bajo los aleros de las casas viejas de la calle San José, esperando que se fuera la lluvia.

Con ojos tristes recuerda que le faltaron plazas del Buceo por conocer. Y se ríe contando como paseaban por locales en la Unión sin que supieran cómo habían terminado ahí. En el fondo admiro saber como él, el lugar exacto en que fui feliz, para volver en las tardes tristes de domingo.

Pero me llena de tristeza verlo cuando llora, dando detalles de la noche después del adiós. Como la dejó en su casa sin saber si la iba a volver a ver. Y me hace pensar, lo poco que apreciamos los momentos y como nunca sabemos si vamos a volver a ver a nuestro amor después de un adiós.

Esa noche fue la última vez que lo vi. Yo quedé en mi casa con insomnio y con una frase que dijo retumbando en mi cabeza “La gente solo sabe que se ama cuando no se ve, y cuando se extraña”.

Pasé la madrugada pensando en lo egoístas que podemos ser acordándonos de amar solo en los momentos en que lo necesitamos y como casi siempre es muy tarde. Ya pasaron unos cuantos meses desde esa noche, pero estoy seguro de que él todavía la ama, aunque quiero creer que ya puede dormir por las noches, lo que no creo es que haya dejado de soñar en que una mañana lo despierte, un grito, el timbre, o ella acostándose a su lado para decirle entre risas que su vida le sigue dando asco, pero que lo extraña. Lo imagino soñando entre murmullos cuando se despierta o mientras trabaja que un día va a llegar un mail diciendo que todo fue un error.

Pero no, las cosas pasan con el tiempo incluido y el amor; y ella no se debe imaginar que él sigue recorriendo barrios ajenos en busca de ese amor perdido en alguna esquina de esta mierda de ciudad.

15 de septiembre de 2020

Como perros


Nacimos como perros, nos criaron como perros, comimos de la basura, peleando los unos a los otros por migajas, nos ataron con correas para soltarnos después reclamando que seamos hombres elegantes. Y nosotros que solo sabíamos gruñir, aprendimos a decir "Perdone señor" y limamos nuestros colmillos, caminamos erguidos y callamos, para no ladrar, ni llorar. Nos rascaron el lomo mientras nos decían que la cucha era el palacio de un rey saudí, nos convencieron de que cuidar su terreno era el trabajo de los sueños.

Nacimos en barrios donde las ambulancias no entran y nos dejan sangrando en la calle, crecimos lejos de los bancos, de las escuelas, de los hospitales. Aprendimos a la fuerza, que nadie vale más que una fotocopia doble fas de nuestra cédula y gastamos nuestros ahorros en impresiones baratas de currículums en los que decimos mentiras que le intentamos colar a esos mismos que solo nos tiran las sobras.

Y al final morimos dormidos en un colchón viejo en una casa desecha, diciéndonos a nosotros mismos que no tuvimos suerte. Fue eso, mala liga.
Morimos, creyendo que la suerte es finita y a nosotros se nos gastó rápido, creyendo que fue una elección divina nuestro destino. 
Dejamos, con orgullo, un Renault 12 y dos televisores para nuestros hijos, como la herencia de un duque, orgullosos. Creyendo que nuestros hijos no van a repetir nuestros errores, sin saber, que ellos a veces nos miran con lástima. Una lástima tierna, del que piensa "Pobre tipo, no le salió"
En la vida nos cobran por lo que no fuimos y nos reducen, porque en tu lugar viene otro duque, con trabajo de ensueño y casa de rey, que usó corbata y creció en el mismo barrio que vos; sin banco, ni escuela, ni hospital.

15 de agosto de 2020

Aire Rico Vol. 10: El Proscenio


 ¿Querés saltar?
¿De verdad querés saltar?
¿De verdad ya no aguantás más?

Si tenés que elegir entre caer y seguir, no morir y continuar. Poder ver a los demás y solo confiar. No pensar y actuar; querer. En éste teatro sin público, y esa gente vagando por ahí, sin que le digan lo que quieren oír. Yo estoy pensando que me pegan, que me duele, que no quiero perder, pero sangra; y quiero gritar. Me repito que el juego no termina, es que nadie quiere que termine mientras vas perdiendo. Nadie quiere que termine esta película sin pararse y aplaudir, cuando solo diga fin.

Pero no sé si puedo, estoy cansado. De ser solo espectador y verme en el reflejo de un espejo en el baño de un bar, o en el camarín de este viejo teatro. Extraño todo el tiempo las escenas felices, de otras obras, esas donde te miraba y quedaba atónito y diminuto. Yo, que siempre me sentí enorme, yo, al que ahora no ven.

Solo te veo vos en el proscenio, parada y sin pensar, creyendo que esta todo a tus pies.

Las cuerdas se cortan por lo más fino y yo era solo un hilo del decorado. Queriendo toda la vida ser la última puntada del traje de un rey o el soporte del último botón que soporta tu vestido.

Volví a caer en la cuenta de que la vida pasaba una noche fría de mayo, caminaba las mismas calles vacías mientras yo hervía de rabia y tristeza de ya no ser yo quien controlaba mi vida. Era la tragedia que rodeaba todo y que movía los hilos de las causas. La tristeza que a veces tan negra hace sombra en la oscura noche. 

Yo sigo sin saber a dónde ir, podrido estaba de la vida que llevaba ayer y hoy. Entre idas y vueltas de angustias y fracasos, a veces opacados por momentos fugaces de felicidad. Ebrio de esquina a esquina. Cansado. Di la vuelta, perdí la cuenta cuánto llevo en éste hotel viviendo, me tengo que ir. Pero en sí, no estoy tan mal.



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27 de julio de 2020

La mesada de la cocina.

Cada vez que veo la pila de platos sucios, amontonados en la mesada de la cocina, pienso que debería mudarme y dejar todo como está. Que alguien agarre todos mis problemas y se los lleve. Qué genial sería llegar y solo sentarme a esperar que me de sueño como un tipo normal y, no tener que estar preocupado si me va a alcanzar la comida para llevar al trabajo al otro día en el mismo tupper viejo. 

Ayer dejé en la mesada un refuerzo que sobró de una merienda que terminó siendo la cena porque me dormí en el sofá de lo cansado que estaba, hoy temprano lo vi con alegría, pero al lado había mierda de ratón y lo tuve que tirar del asco. En el mismo lugar donde ahora está este pelotudo que se hace llamar sanitario, queriéndome arreglar algo que claramente no está roto. Y al que no sé con qué mierda le voy a pagar.

Pienso mucho en la mesada, porque puedo veo lo poco que estoy comiendo y lo mucho que ensucio, puedo verme por las noches sin decidir qué sartén usar y terminar usándolos todos. 

Mi casa es chiquita y desde mi cama se ve la cocina, yo cada mañana miro todo lo que no quiero hacer. Pero siempre soy consciente de que puedo, de que nada me va a frenar, en mi queda un rastro de optimismo. A veces de madrugada queriendo cambiar mi vida me levanto, y es lo primero que hago; guardar, limpiar, fregar, y volver a darle vida a esa mesada. Para que quede reluciente como la dejé ahora que sabía que venía, esperando que mi vida cambie también, y un par de días eso es verdad, la useré con un delantal, escucharé Jazz y tomaré una copa de vino. Hasta que todo vuelva a ser como siempre.
Aunque lo cierto es que no lo sé, ese pequeño optimismo me dice que sí, pero una noche después de llegar de trabajar lo más probable es que te vuelva a tratar mal, a usarte de tabla para picar, a volcarte aceite viejo y llenarte de las lágrimas de mis problemas. Y en ese momento el ciclo se se repite, voy a volver a acostarme y ver como se junta la mugre en mi cabeza y los platos. Quizá por eso te rompiste. Fui yo en mi tristeza que te rompí.
 
Ahora estoy acá, queriendo cambiar mi suerte, Pidiéndole a éste hombre que cambie una válvula que no sé si podré pagar. Mañana veré si todo éste esfuerzo no fue en vano.


30 de junio de 2020

Un devoto.

-¿A dónde se nos fue el amor, Amor?

-A la basura.

-¿Y la esperanza?

 

En Garzón y Timote antes de llegar al Paso Molino sentí que perdí el alma, en un suspiro quedé solo. Los autos dejaron de pasar, los último ómnibus solo iban expreso y sin chofer; muchos otros que venían un poco más lejos doblaban antes para no estar cerca de mi. Los locales que tenía al rededor cerraban de golpe, algunos incluso habían cerrado antes de que yo lo notara. Así de pronto también cayó la noche, sin atardecer mágico, sin naranjas ni morados, de gris a negro, solo oscuridad.

Sin más cerré los ojos, agaché la cabeza y subí el volumen de la música, para seguir caminando, pero ya sin alma. Me sentía solo pero imaginando que alguien más se tuvo que perder el atardecer.

Quería llegar a casa lo más pronto posible, y ahora quiero recordar qué canción sonaba, para echarle la culpa de mi paso tan lento, pero no puedo. En ese momento quería fumar después de casi dos años, pero tenía los bolsillos vacíos y agujereados. Doblé en San Quintín y miré el Devoto pero también estaba cerrado, se podía oír eco en el estacionamiento.

La verdad es que me gustaría creer en algo superior, ser yo el devoto y no metafóricamente. Es en la noche en particular que quiero poder pedir perdón. Me gustaría en el fondo poder delegarle las culpas de mi vida a alguien que domine los entresijos de mi destino. Para echarle la culpa de todo y poder después sí, dormir aliviado y defraudado al mismo tiempo. Dejar de ser por una noche un ateo con culpa y melancolía, para ser en la mañana solo un creyente con esperanza.

Me imagino hoy, si algo en mi cambiara cómo sería contar en alguna reunión que mi vida cambió gracias a un ser todopoderoso que se acordó que yo estaba vivo y sentía, que le di lástima y quiso darme un empujón de optimismo.
Pero no, soy un ateo con culpa.

Cada domingo amanezco con resaca en mi cama sin hacer, en vez de estar dando un diezmo por la absolución de mis pecados, pero no puedo.

No hay un cielo, y para mi tristeza ya tengo la desilusión de saber que muchas de las estrellas que vemos ya murieron. Sé que es azul por la frecuencia de la luz rebotando en la atmósfera, y que no importa su color, no será el destino de mi alma cuando muera.

Seguí caminando, y al fin llegué a mi casa. Contra el mundo en cada paso, contra Carlos Mª Ramírez que se hacía eterno, contra Cibils y contra todas esas esquinas sin luz. No sé bien en qué parte del trayecto me di cuenta que no estaba solo en realidad, quizá fue cuando te recordé al pasar por la esquina de tu casa. Pero no estaba solo, somos muchos por la calle, intentando simplemente llegar sin importar a dónde, ya nos encargaremos en su momento de ver cuánto nos aguanta el cuerpo para seguir caminando. 

20 de junio de 2020

Tallada en piedra.

Fue un mal año para decir feliz día del abuelo cuando ya no tengo ninguno, ni de los reales ni los cercanos. Por eso no dije nada hasta ahora.

Los duelos se curan con el tiempo, aunque el tiempo y la memoria no sean nunca la misma cosa, el duelo y la tristeza se van yendo, ya después de 6 meses sin mi abuela la recuerdo más entre risas que en llantos. Pero para todos no es así, antes de ayer, mi madre sin poder hablar casi y sin parar de llorar me pedía ayuda y yo ya no sabía qué hacer. Me decía como podía, que no quería preocupar a la abuela, que no la llamara. Que ya se le iba a pasar.
Sentí, y no metafóricamente, como mis ojos explotaban, me di la vuelta para que no me vea así, el cuerpo se me puso flojo y lloraba más que nunca. Me fui a limpiar, no se iba de mi cabeza la frase "No quiero que mamá se preocupe".
Volví y quedé a un lado agarrando su mano y dándole con la otra una pastilla para que se relajara, de a poco pasó, empecé a hablarle suave, a pedirle que se calme, que era mejor dormir y que sabemos que todo va a estar bien, si algo sabemos en esta familia es salir adelante. Que se raje la tierra si un día cualquiera de nosotros cae y no está el otro para levantarlo.
Los minutos pasaron más lento que de costumbre, quizá eran de 90 segundos, pero igual pasaron, como todo y, también el ataque de mi madre. Pudo hablar un poco y me pidió agua, cuando volví quedé en cuclillas al lado de su cama mientras era ella que me hacía caricias en el pelo. "Yo sé que la abuela murió, no estoy loca, pero la extraño, ella es mi mami y cuando me pasa, me olvido que no está" dijo, limpiando esas lágrimas que siempre aparecen cuando contas algo desde el corazón. No respondí nada. Atiné a recostar mi cabeza en su brazo, en bajar la velocidad de mi respiración, en abrazar a Kowalski que no entiende, pero entiende y se apoyaba en mí. Pensaba en que sí, capaz que todo hubiera sido distinto si mi abuela estuviera, la tía hubiera hecho una torta, mi prima Eli nos hubiera llevado a Minas, hubiéramos contado de nuevo cómo fue esa vez que fuimos de chiquitos y había una araña más grande que un zapato. Y todo hubiera sido como en mis recuerdos, que me imagino deben estar dándole a mi madre más fuerza que gracia, deben ser un ancla para que todo siga en su lugar. Son para todos una página tallada en la portada del libro que no se puede arrancar. Mis abuelos fueron sin duda la bisagra que nos unió todos estos años, hoy también lo son sus recuerdos.

14 de junio de 2020

Descubriendo amigos.

El 22 de diciembre de 1999 me mudé, viví los '90 en el barrio de Bella Vista y comencé los 2000 en Delta del Tigre, donde descubrí que había calles que no tenían asfalto y también aprendí la palabra cuneta, cuando mi padre no pudo entrar el auto y pasó horas puteando al viento.

Yo, lejos de haber vivido entre lujos, igual me sorprendía con lo agreste del panorama, venía de un apartamento chiquito y este lugar para mí era lejos, era donde íbamos cada mucho tiempo a visitar a mi abuela o a pasar un fin de semana.

Igual nunca estuve triste por haberme ido. Sabía que al siguiente año empezaba en otra escuela, con otros niños y otras maestras. Recuerdo que estaba feliz pese a todo porque podía hacer que me llamaran Sebastián y no ese horrible Claudio que de niño tanto odiaba.

De igual forma me acuerdo los primeros días de clase, donde no importó nada cómo me llamara. Porque lo que ellos veían era un montevideano horrible, con gel en el pelo y la moña demasiado planchada y yo, veía como mis compañeros lejos de ser iguales a mi, eran altos, grandes y temibles. Todo mi histrionismo lejos de ser la gracia de mis pares era la burla de los del fondo, que no tenían 8, tenían 12, 13, tenían ira.
En ese caldo de cultivo, con una maestra a la que hacían llorar día por medio, en las mañanas más frías que puedo recordar, donde vi por primera vez que el pasto se congele y donde entre empujones aprendí a pelear, también hice amigos.
20 años más tarde a varios los tengo. 20 años más tarde recuerdo como iba a sus casas a hacer deberes que a veces no existían, pero eran la excusa para vernos. Y escaparnos en bici lo más lejos que pudiéramos, para fingir que lo estábamos descubriendo, lo que para mi era cierto.

Llevo días sin dejar de pensar en uno de esos amigos, el primero de ellos, el que hizo que le rompiera los huevos a mis padres para que me compraran una bici con cambios, porque siempre me ganaba las carreras. Claro que mis padres creían que era un capricho que justo eligiera esa Winner Z, que era la más cara. Llevo días pensando como tampoco fui el mejor amigo, y como después lo dejé de ver. O cómo hacía tanto tiempo que no sabía de él, o cómo me olvidé hasta hoy, de esas carreras por las calles empedradas del Delta.

Siempre quiero que el tiempo deje de pasar, todo el tiempo pienso que nada me haría más feliz que volver a andar por esas calles, pensando que soy yo el que las está descubriendo.

Toda mi vida fue así, era el cheto de Montevideo en el Delta, fui el plancha que escuchaba punk de Rincón de la bolsa cuando estudié Libertad, me decían que era canario porque tenía dos horas de viaje cuando iba al IAVA. Siempre pasé descubriendo lugares y haciendo amigos. El resto solo son recuerdos.

4 de junio de 2020

La Salida.

-Hoy no, de verdad, hoy no puedo. Con todo esto de la casa estoy muerto y la verdad no me quiero complicar más. Dijo Adrián, cortando la llamada y tirando el celular a la cama, como si así los problemas también se alejaran. Atrás del teléfono se tiró él, como derrotado y así quedó, hasta que la puerta se abrió. Era su novia, Natalia, que se acostó a su lado y no tuvo que preguntar nada, sabía más o menos que era lo que pasaba.

-Era mi vieja de nuevo, le pedí plata el otro día y mucha, perdón que no te dije, pero no sabía qué más hacer.

-Ya te dije que teníamos que aguantarnos pero tampoco es para tanto. ¿Qué pasó? ¿Se enojó?

-No, pero se arrepintió y precisa la plata, la quiere el miércoles y yo no tengo de dónde mierda sacar. Pagué todo con eso ya, son más de 10 lucas que no tengo.

-Ya se nos va a ocurrir algo, supongo. Siempre se nos ocurre algo. -Respondió, dándose la vuelta, mirando el techo.

Pensando si de verdad se les iba a ocurrir, llevaban 9 meses desde que había nacido la nena y era una calesita de préstamos, favores, devoluciones, deudas y dolores de cabeza.
Y aunque los dos hicieran lo que pudieran, no importaba, la plata no estaba y todo se iba a la mierda.

Adrián se levantó y se empezó a vestir, callado y rápido, como si se le hubiera ocurrido algo, pero no lo decía. Salió del cuarto dándole un beso a la bebé que dormía y se fue. Se subió a la moto y fue al barrio donde se crio, le estalló la cabeza todo el viaje, sabía que algo tenía que hacer y era lo único que se le ocurría.

Llegó a la esquina donde paraban sus amigos, buscando a Juan, el más sarpado de ellos, el que lo había invitado mil veces a rapiñar después de emborracharse cada noche desde que tenía 15 años. Y al que siempre le había dicho que no, hasta hoy, que quería salir de ésta, no aguantaba más. Algo tenía que hacer, y eso era aceptar de una vez por todas.

Encontró a juan, parecía que no lo iba a convencer, hacía tiempo que no salía de caño y no quería volver a estar en cana, pero después de contarle bien lo que había pasado, hablarle de su hija y tomar dos cervezas, aceptó.

Fueron por las armas a lo del tío de juan que no entendía nada y era el mejor escondite para esas cosas, llamaron a otro amigo y se juntaron de nuevo en la misma esquina, a juntar fuerza. Salieron en un auto que dejaron a 5 cuadras de la farmacia de Carrasco a la que pensaban asaltar, la idea era que al otro día pudieran irlo a buscar, porque después del robo iban a salir en la camioneta blanca del dueño de la farmacia, estaba todo más o menos pensado.

No importan los detalles, entraron y todo se descontroló, Juan agarró a la muchacha de la caja y Adrián ya no quería estar ahí, Fernando, que miraba e intentaba calmarlos, cuando Adrián apuntó a Juan y dejó de apuntarle al seguridad, que no perdió la oportunidad y disparó. Todo se volvió silencio en un segundo eterno. Después todo volvió al descontrol y a los gritos de nuevo, entre disparos, Juan y Fernando salieron corriendo, mientras Adrián seguía en el piso, sangrando y repitiendo el nombre de su hija con sus últimos suspiros. 


20 de mayo de 2020

Bajando la escalera.

Desperté vestido en mi cama, arriba de toda la ropa del ropero. Todas las luces estaban apagadas y seguía siendo de noche. Quién sabe cuántas veces habrá vuelto a ser de noche mientras dormía. Miré al rededor buscando un reloj pero no había, mi celular no estaba; la tele no prendía y la computadora tampoco, ahí me di cuenta no había luz. ¿Qué había hecho?
La cabeza me dolía más que de costumbre, pero por cómo me sentía sabía no era resaca; me faltaba ese aliento amargo y ese sudor ácido con olor a alcohol. Se parecía más a ese despertar agitado de una pesadilla. Mi memoria era una nebulosa gigante, que se convertía en un agujero negro de golpe. Si todo lo que recordaba de mis últimas horas en pie fueran una película, la última escena era el momento exacto en que trancaba la puerta por fuera y subía el cierre de mi
campera. Lo demás eran los créditos. 
Hasta ahora que era de noche y estaba vestido diferente. Me había cambiado ¿Pero cuándo? qué extraño, todo en este momento es muy extraño.
Lo último que había anotado en mi libreta era “8 de trébol”.
Había salido de casa abrigado, ¿con quién había estado? ¿Cómo había vuelto a casa? Y lo que me parece más importante, cuándo.
Quiero saber, llenar los baches, despertar de una vez.
Ahora solo tengo preguntas que me abruman ¿En el trabajo se habrán preguntado por mí? ¿Mi vieja me habrá llamado mil veces? ¿Mi novia me habrá dejado otra vez? Odio no recordar, lo odio, pero quizá no saber qué pasó, hoy sea una suerte. 
Me tranquilizó un poco ver que la policía no hubiera tirado la puerta abajo de una patada. ¿Habrán hecho la denuncia de mi desaparición? Yo nunca fui de recibir visitas, ni atender el teléfono, ni contestar los mensajes, capaz nadie se dio cuenta de mi ausencia. Todo era una posibilidad, capaz nunca me fui y lo que recuerdo no fue más que un mal sueño, capaz solo se me olvidaron las últimas 24 horas o quién sabe cuánto. Quizá sea una especie de deja vú sin fin.
Sabía que estaba en mi casa, pero en la oscuridad no veía a mi perro, ni lo oía. Me llenó de miedo todo y mucho más esa maldita pregunta. ¿En cuándo estoy?
Sentado en el borde de la cama, con mis manos tapando mi cara de vergüenza, como si alguien me estuviera viendo. No pude no pensar en el tiempo y como no es nada sin nosotros. Es que el tiempo solo pasa cuando lo sentís, igual que el amor, igual que el viento. Soy yo el que decide, pero aún sabiendo esto, me niego a seguir, me da miedo salir, quizá afuera ya sea de vuelta primavera, quizá afuera ya nadie me recuerde.
Me da miedo imaginar a mi familia relatando mis últimos minutos o a mi novia contando como poco a poco me iba, hasta que jamás volví.
La verdad es que entre tanta oscuridad no puedo dejar de pensar, no había salido de mi cuarto, no me había animado a bajar la escalera, me recorría un escalofrío por la espalda que decía que quizá, esto no se más que mi propio infierno.
Tengo miedo.

28 de marzo de 2020

Aire Rico Vol. 9: Como ese vaso.

Pocas reglas tengo en mi vida que es un caos, mucho menos cuando el plan es tomar más alcohol que el que mi cuerpo pueda aguantar, es más, solo una se me viene a la mente, nunca pedir whisky cuando salgo a tomar afuera. Lo que hago es pedir una cerveza para que me dure un rato largo. Me molesta tener las manos vacías. Tener las manos vacías me hace pensar y odio pensar. Aunque más odio estar yendo y viniendo a la barra a cada rato por otro trago como un imbécil.
Hoy no era el caso, me atornillé a la barra en un banco incómodo, bastante lejos de la puerta para que no me molesten, con la cabeza baja y con un dedo revolviendo los hielos. Lo único en lo que más o menos pensaba era que quería tomar hasta perder la consciencia, tenía un deseo enorme de no estar en ningún lado. Después de dos codazos que me hicieron volver a la realidad asumí que había elegido mal el bar, había demasiada gente y para peor, demasiada gente conocida. Habían demasiados recuerdos de noches pasadas también, era un lugar horrible en la Ciudad vieja donde solía ir con unos amigos a los que ya no veía.

Empece a tomar enseguida que llegué y por suerte me sentía cada vez más solo, después de la cuarta o quinta medida de Jhonny Walker, dejé de prestar atención a la música, se iba suavemente de mi cabeza, ya no distinguía las voces, después tampoco oía las guitarras y por último solo quedaban los bajos que antes de desaparecer me aturdieron, era el alcohol que empezaba a pegar. Y yo que casi no me había querido mover, empece a mecerme, como si me empujara una ola suave. Con la mirada fija en la barra, dejé de ver a los costados. La gente alrededor al final se fue, vi a la moza detrás de la barra hacerse humo mientras unas luces tintineaban adentro de ese boliche, de a poco se volvían fijas y yo me perdí.

Cumplí mi cometido. Estaba borracho y solo. Todo era normal hasta que me echaron. 

Sin querer había corrido con el codo un vaso, que cayó al piso y causó un alboroto. A mi me echaron porque mientras estaban limpiando me empujaron y en mi estado caí también como ese vaso. A penas pude llegar a la puerta y con el aire, que creía me iba a despabilar, me prendí un pucho. pero solo empeoró la situación, ahí fue cuando mi cabeza explotó; vomité atrás de un auto, que enseguida, arrancó el motor y prendió las luces. Salió para dejándome solo con mi vergüenza, era hora de irse. 

Había llegado al hotel el viernes de tarde,y esa noche, después de tomar tanto whisky no me quedaba más que dormir. Junto con la resaca me desperté al otro día sin billetera, tirado en el piso del balcón muerto de frío y muy tarde como para desayunar gratis. 
Ya no me tenía nada más que postergar.


*** La novela completa ACÁ

25 de febrero de 2020

Omar Armó Roma

Solo él caminaba a esa hora de la noche. Eran él, su pasado, y su futuro, sin saber a dónde ir.
Estaba solo, con su cigarro en la mano y sin saber nada, solo pensaba. Su caminar no existía, era automático, inconsciente, invisible, parecía no moverse. Se movía al ritmo de sus pensamientos.
Pensó en su mujer, en sus hijos, en esa vieja novia, cuyo nombre ya no recuerda por culpa del paso del tiempo. Pero un su mente le parecía ver a los ojos, unos ojos azules, que el amor le hacia ver mas hermosos aún de lo que eran, su boca; el contorno de los labios. No sabía por qué de pronto recordó su nombre y, nunca supo por qué comenzó a pensar en ella. Habían pasado 19 años de la última vez que la vio, de la última vez que supo que por lo menos vivía. Tampoco recuerda por qué la dejo de ver, para él el tiempo no paso, fue solo un parpadeo.
Siguió caminando, o al menos moviéndose, ya había avanzado bastante pero no se detenía, perecía no tener un verdadero destino. Y así con la falta de realidad que creía tener, siguió. No le importaba nada y a nadie le importaba él.
Omar no paró, un paso tras otro, comprometido, compenetrado; comunicado con todo y con nada. Caminando solo y ya sin pensar, hasta que algo cambió y de golpe, en un solo movimiento se detuvo. Observo a su alrededor, sin mirar nada en especial. Pero algo parecía llamarle le atención del lugar, dio solo 2 pasos al frente. Parándose frente a una casa, muy vieja y deteriorada, con una puerta grande de madera y con todas las ventanas tapiadas y las paredes sin pintura. Dejando de lado la fealdad de la casa, su mente no se desprendía de ella. Parecía hipnotizado.
Muy de a poco, se acerco cada vez más a la casa. Tomó el pestillo y lo giró, sin creer que podría abrir la puerta. Pero al contrario, la puerta se abrió y pudo entrar.
Así también bruscamente la puerta se cerró detrás de él, se encontró con un lugar sucio, con papeles en el piso, papeles con letras sin sentido, con partes de poemas y cuentos que no existen, con dibujos y mapas. Miro a su alrededor sin encontrar a nadie, pero sentía que el lugar le pertenecía.

Se sentó en el piso, se recostó contra una pared como si su cuerpo no le respondiera. Mientras las ideas no paraban de surgir, pensaba en cosas que no recordaba. Tenía recuerdos que parecían robados de otra vida.
Con una suave brisa, más fuerte que un tornado se cerró una ventana del fondo y con ella, también se cerraron sus ojos.
Cuando despertó llovía, en el lugar solo se escuchaban los truenos, se escuchaban los truenos y sus pensamientos que parecían salir de su cabeza y tumbarse contra la pared.
Sentía que alguien lo buscaba. Podría ser su familia, ya que ni el recordaba cuándo, a qué hora, o de dónde había salido. Podrían ser sus padres de los que ya no se acordaba. Podría ser el mundo que ya no recuerda su nacimiento. Y eso tampoco tampoco le importó.
Encontró un velador, que parecía estar allí para que lo vieron. Prendió un cigarro y con el mismo fósforo, encendió el velador; que era signo de la luz que no había, ni en la habitación ni en su mente.
El humo salia de su boca como palabras, esas palabras que no podía decir…

13 de febrero de 2020

La vieja atorranta. (Gabriel Rolón)


(...)
Pero no es ésa la historia que quiero contarles, sino otra, ocurrida en otro geriátrico.
Muchos de ustedes trabajarán o habrán trabajado en alguna institución y sabrán que lo que tiene que hacer todo el que trabaja en un establecimiento al ingresar es ir a la cocina, porque la cocinera es la que está al tanto de todo lo que pasa. Más que los médicos, incluso.
Llegué, entonces, una mañana, me dirigí a la cocina y, como era habitual, le pregunté a la cocinera.
-¿Y Betty, alguna novedad?
-Sí, doctor -me llamó así aunque soy licenciado-. ¿Ya vio a la vieja atorranta?
-No -le dije asombrado-. ¿Entro una abuela nueva?
-Sí, una viejita picarona.
Me quedé tomando unos mates con ella y no volví a tocar el tema hasta que entró la enfermera y me dijo:
-Gaby, ¿ya viste a la atorranta?
-No -le respondí.

-Tenés que verla. Se llama Ana.

Lo primero que me llamó la atención fue que utilizara, para referirse a ella, el mismo término que había usado la cocinera: atorranta. Pero lo cierto es que habían conseguido despertar mi interés por conocerla. De modo que hice mi recorrida habitual por el geriátrico y dejé para el final la visita a la habitación en la que estaba Ana.
En esa hora yo me había estado preguntando de dónde vendría el mote de vieja atorranta. Supuse que, seguramente, debía ser una mujer que cuando joven habría trabajado en un cabaret, o que tendría alguna historia picaresca. Pero no era así
Cuando entré en su habitación me encontré con una abuela que estaba muy deprimida y que casi no podía hablar a causa de la tristeza. Su imagen no podía estar más lejos de la de una vieja atorranta. Me acerqué a ella, me presenté y le pregunté:
-Abuela, ¿qué le pasa?
Pero ella no quiso hablar demasiado; apenas si me respondió algunas preguntas por una cuestión de educación. Pero un analista sabe que esto puede ser así, que a veces es necesario tiempo para establecer el vínculo que el paciente necesita para poder hablar. Y me dispuse a darle ese tiempo. De modo que la visitaba cada vez que iba y me quedaba en silencio a su lado. A veces le canturreaba algún tango. Y, allá como a la séptima y octava de mis visitas la abuela habló:
-Doctor, yo le voy a contar mi historia.
Y me contó que ella se había casado, como se acostumbraba en su época, siendo muy jovencita, a los 16 años con un hombre que le llevaba cinco.
Yo la escuchaba con profunda atención.
-¿Sabe? -me miró como avisándome que iba a hacerme una confesión-, yo me casé con el único hombre que quise en mi vida, con el único hombre que deseé en mi vida, con el único hombre al que amo y con el que quiero estar.
Me constó que su esposo estaba vivo, que ella tenía ochenta y seis años y él noventa y uno y que, como estaban muy grandes, a la familia le pareció que era un riesgo que estuvieran solos y entonces decidieron internarlos en un geriátrico. Pero, como no encontraron cupo en un hogar mixto, la internaron a ella en el que yo trabajaba, y a él en otro. Ella en provincia y él en Capital.
Es decir que, después de setenta años de estar juntos los habían separado. Lo que no habían podido hacer ni los celos, ni la infidelidad, ni la violencia, lo había hecho la familia.
Y ese viejito, con sus noventa y un años, todos los días se hacía llevar por un pariente, un amigo o un remisse en el horario de visita, para ver a su mujer.
Yo los veía agarraditos de la mano, en la sala de estar o en el jardín, mientras él le acariciaba la cabeza y la miraba. Y cuando se tenían que separar, la escena era desgarradora.

¿Y de dónde venía el apodo de vieja atorranta? Venía del hecho de que, como el esposo iba todos los días a verla, ella le había pedido permiso a las autoridades del geriátrico para ver si, al menos una o dos veces por semana los dejaban dormir la siesta juntos. Y, entonces, ellos dijeron:
-Ah, bueno... mirá vos la vieja atorranta.
Cuando la abuela me contó esto, estaba muy angustiada y un poco avergonzada. Pero lo que más me conmovió fue cuando me dijo, agachando la cabeza:
-Doctor, ¿qué vamos a hacer de malo a esta edad? Yo lo único que quiero es volver a poner la cabeza en hombro de mi viejito y que me acaricie el pelo y la espalda, como lo hizo siempre. ¿Qué miedo tienen? Si ya no podemos hacer nada de malo.
Conteniendo la emoción, le apreté la mano y le pedí que me mirara. Y entonces le dije:
- Ana, lo que usted quiere es hacer el amor con su esposo. Y no me venga con eso de que ¿qué van a hacer de malo? Porque es maravilloso que usted, setenta años después, siga teniendo las mismas ganas de besar a ese hombre, de tocarlo, de acostarse con él y que también la desee a usted de esa manera. Y esas caricias, y su cara sobre la piel de sus hombros, es el modo que encontraron de seguir haciéndolo a esta edad. Pero, déjeme decirle algo, Ana: ése es su derecho, hágalo valer. Pida insista, moleste hasta conseguirlo.
Y la abuela molestó.
Recuerdo que el director del geriátrico me llamó a su oficina para preguntarme:
-¿Qué le dijiste a la vieja?
-Nada -le dije haciéndome el desentendido-. ¿Por qué?

La cuestión fue que con la asistente social del hogar en el que estaba su esposo, nos propusimos encontrar un geriátrico mixto para que estuvieran junto. Corríamos contra el reloj y lo sabíamos. Tardamos cuatro meses en encontrar uno.
Sé que, dicho así, parece poco tiempo. Pero cuatro meses cuando alguien tiene más de noventa años, podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. Además, ella estaba cada vez más deprimida y yo tenía mucho miedo de que no llegara.
Pero llegó.
Y el día en el que se iba de nuestro geriátrico fui muy temprano para saludarla, y en cuanto llegué, la cocinera me salió al cruce y me dijo:
- No sabes. Desde las seis de la mañana que la vieja está con la valija lista al lado de la puerta.
- Yo me reí.
Entonces fui a verla y le dije:
-Anita, se me va.
Y ella me miró emocionada y me respondió:
-Sí, doctor... Me vuelvo a vivir con mi viejito. -Y se echó en mis brazos llorando.
Yo la abracé muy fuerte.
-Ana -le dije- Nunca me voy a olvidar de usted.
Y, como habrán visto, no le mentí

Jamás me olvidé de ella, porque aprendí a quererla y respetarla por su lucha, por la valentía con la que defendió su deseo y porque, gracias a esa vieja atorranta, pude comprobar que todo lo que había estudiado y en lo que creía, era cierto; que es verdad que la sexualidad nos acompaña hasta el último de nuestros días y que se puede pelear por lo que se quiere aunque se deje la vida en el intento.
(...)


Lic. Gabriel Rolón
Encuentros (El lado B del amor)
Marzo de 2012.

9 de febrero de 2020

El problema son las viejas.

Las viejas de mierda y todas, llámese dueña chupa pija de almacén que tienen 58 o las ancianas infumables de 74 en las filas para un tramite en la Intendencia, también la de 26 que te pega en el bondi por que le tocaste el culo sin querer, por anticuada, si yo tengo un primo en Europa que me contó que es lo ultimo en la moda sueca saludarse con una nalgada. Aunque sí las peores son las mayores de 50, histéricas, las que quizás tengan menos fuerza –aunque no en todos los casos–. Tantas cosas se han dicho de esos seres que ya han vivido lo suficiente como para que todo les importe un pito, ¡pero no! se rehúsan a abandonar ese ahínco revolucionario que las amarra a pelear por cualquier pelotudez. Que si las ayudas, ellas pueden; que si no las ayudas, sos un pendejo irrespetuoso. ¿Respeto a qué? si no podes moverte no salgas de tu casa, ¿a los 20 podías cruzar la calle sola y ahora precisas un Boy Scout? ¡No, no te voy a dar mi asiento! No, yo quiero viajar sentado, para no terminar en tu estado calamitoso, respeta vos mi cansancio también. Y si vengo borracho, no me digas que conoces a mi madre. No me interesan las historias de tus nietos, no me importan tus plantas y no me sigas contando los mismos cuentos. No quiero que me pellizques los cachetes para decirme que estoy más gordo, ni que me mires con desprecio por que no me afeite y tengo barba. Para mi la solución es ignorarlas como lo hacemos con los documentales horribles de la BBC que pasa Canal 5, que tienen la misma cantidad de años.

31 de enero de 2020

A la mañana.

Te sentaste en la mesa ratona con los pies en el sofá,  mirando por la ventana y tomando café. Yo te miraba desde la cocina mientras hervía el agua y sonaba la caladera cada vez más fuerte. A ninguno le importó. Comías tostadas y me gritaste con la boca llena que me apurara, que tenías que salir pero todavía no estabas vestida. Me serví más café y apronté la mochila, nunca quiero que termine la mañana.
En un momento quise contarte que sabía que mi día iba a ser una mierda pero ya no estabas y eso lo confirmaba. Cerré los ojos y cuando los abrí de nuevo solo veía el techo de mi cuarto, como todos los días, como cada día.

El frío es parte del paisaje en la ciudad. Ya no diferencio el día de la noche entre las nubes y el rocío. Qué frágil es la felicidad que ante cualquier soledad se rompe y vuelve todo a negro, como si bajaran el telón. Me quedo con la sensación horrible de saber que mañana, va a ser igual.

Me levanté, ya no iba a poder volver a dormir, eran las 5 y media de la mañana y no había café ni tostadas, mucho menos estabas vos. Que largo se hacía el otoño pero que rápido pasaban los años. Los perros jugaban con la mugre que barría y yo la volvía a juntar mientras la cafetera hacía ruidos de sufrimiento. Veía el patio y en la oscuridad se veía más muerto. Desde que te fuiste olvidé regar las plantas, no volví a usar el mediotanque y, nadie terminó el mural con esa mujer sosteniendo la luna.
¿Te extraño o te necesito? No me acuerdo cómo hacer ese salsa que hacías cuando nos visitaba tu madre, no me acuerdo cómo hacías para que toda mi vida no fuera un desastre, o sí me acuerdo, pero no me sale.

La semana pasada hablé con Florencia, tu amiga, me dijo que también te extraña, no supe qué contestar y me fui, pasé por tu trabajo y las vidrieras eran un nido de arañas, volví a casa y la pintura se caía a pedazos, ese verde que te había encantado ahora parecía pasto seco.

Cada mañana me pregunto cuánto tiempo lleva y suspiro pensando que perdí la cuenta.
Pero si algo me hace seguir fuerte, es saber que cumplí con mi palabra de amarte hasta el último día.