27 de diciembre de 2019

Recostado en sus rodillas

Soñé con el amor de una mujer que no usaba corpiño, nos acurrucamos en los pasillos de una facultad a la que nunca fui. No pude ver su cara durante todo el sueño pero la besaba como nunca a nadie. La recuerdo delgada, castaña y hermosa, aunque no recuerdo su nombre, tal vez nunca lo supe, era la amiga de una amiga.
Lo soñé en una siesta de diciembre en la que volé de fiebre, pero me desperté con los labios frescos por sus besos.
Quién sabrá más que yo cómo extraño sus besos, aunque fueran parte de sueño. Nadie se imagina cómo me acuesto queriendo volver a soñarla. Solo ustedes ahora, donde escribo para no olvidarla.
Tengo aún la sensación en mi espalda de recostarme en sus rodillas, sentados en el piso de alguna plaza. Recuerdo ese primer beso que nunca existió con más detalles que los que tengo de mi propia vida. Puedo verme acercándome a besarla en cámara lenta, como nos besamos sin saber qué pasaba, como nos abrazamos y agarramos nuestras nucas para que nadie pudiera separarnos. Puedo verme feliz en ese momento después de haber esperado tanto y que pasó en el momento justo, como todos los primeros besos.

-Mal momento para conocer en sueños a un amor de facultad cuando ya no hay más clases- Me dijo un amigo perspicaz. 

Eso me dejó aún más triste, sabiendo que mis sueños son más sádicos de lo que creía. Siempre recuerdo mis sueños Un analista diría que extraño estar enamorado, una bruja diría que fue premonitorio, y mis amigos me dicen - como siempre- que estoy loco. Yo quisiera no haberlo soñado, porque llevo semanas pensando en una mujer que no existe, en un futuro que no va a pasar, en una locura que me atormenta.

13 de noviembre de 2019

Un ateo con culpa

Me gustaría creer en algo superior, que domine los entresijos de mi vida para echarle la culpa de todo al destino, dejar de ser un ateo con culpa, para ser un creyente con esperanza. Me gustaría contar en alguna reunión que mi vida cambió gracias a un dios todopoderoso que recordó mi existencia y quiso darle un empujón de optimismo.
 Pero no, soy un ateo con culpa.
 Cada domingo amanezco con resaca en mi cama sin hacer, en vez de estar rezando a un dios que me perdone por todo lo malo que he hecho, pero no puedo. Sé que muchas de las estrellas que vemos ya murieron, sé que mi signo no es más que una forma de sacar charla en un bar, sé que el cielo es azul por la frecuencia de la luz, y que no importa su color, no será el destino de mi alma cuando muera.
 Me aplasta la idea de estar solo frente al mundo, me asfixia la idea de ser solo un ateo con culpa y tantas dudas. Mientras otros van campantes por la vida, teniendo la verdad absoluta, sabiendo qué hacer y qué decir, sabiendo cómo surgió el universo y cómo va a terminar. Mientras yo lloro por culpa y desconcierto.
 Me encantaría ser yo ese dios en mi vida, pero tampoco creo en mi.

21 de octubre de 2019

Selemno, Argira y el tiempo.


Mañana hace un año que me separé, pasé toda la mañana tarareando una canción de Carolina Durante y moría de ganas de que fuera domingo. Escuché canciones de Silvio Rodríguez. Pensé mucho mucho tiempo y más de la cuenta, de lo que tengo y lo que me falta.
No sé por qué me acuerdo el día exacto en que te dije que quería estar solo, sin recordar después de tanto tiempo todo lo que odio la soledad.
En ningún momento estuve triste, más de lo que estoy todos los días, lo juro, pero me embargó la nostalgia. Salí a caminar al mediodía con los auriculares puestos y El Incendio de Eté & y los Problems en Spotify.

“Yo creo que es mejor
seguir moviéndome
a dónde voy no sé “

Justo la noche anterior escuchaba a Dolina sin poder dormir, que narraba el mito griego de Selemno, la historia de amor del joven pastor, ese que un día se enamoró de la ninfa Argira, según dicen, como toda ninfa era extramadamente hermosa.
Ella, para suerte del pastor, también se enamoró de él y fueron amantes durante muchos años. Se amaron con locura y pasión, pero el tiempo pasó, como pasa siempre, casi sin darse cuenta. Y mientras pasaba, Selemno dejaba de ser joven y también dejaba de ser hermoso a los ojos de Argira.
Por lo que la ninfa un día lo dejó de amar y se fue.
Desolado, triste y todavía enamorado, murió. Según dice la historia, fue la muerte más triste de toda Grecia, Selemno no pudo arrancar el amor de su cuerpo nunca y ésto compadeció a la mismísima diosa del Amor Afrodita que conmovida, decidió transformarlo en un río que con el poder de hacer olvidar sus penas a cualquiera que se bañara en sus aguas y así, nadie más muriera de amor.

No pude dejar de pensar en todos los momentos que yo quisiera olvidar, en cómo todos somos un poco Selemno, nos ponemos viejos y cambiamos. No hay a quién culpar más que al tiempo.
Como también a veces somos Argira dejando de amar.
Yo seguí caminando por el cerro, la música cambió muchas veces, me dolían las piernas y terminé parado frente al río de la plata viendo de frente al puerto. Respirando profundo y sin recordar cómo volver a mi casa.

12 de octubre de 2019

Sin modales.

Quiero que hagamos el amor como dos leones en National Geographic, que no nos importen los ciervos ni el tiempo, que te pierdas en mis brazos y en mis sabanas, los sábados a la mañana. Que lo hagamos una y otra vez hasta que llegue el atardecer, sin darnos cuenta. Que no podamos reconocer los pies de la cama, ni la cama, ni la casa. Llenar de cuerpo los besos que quiero darte hace tanto, recitar los cuentos que te escribí y nunca te dí. 
Beber y brindar al viento y al tiempo, porque todo llega en su momento. Abrazarte cada vez que nuestras miradas se crucen, besarte cada vez que no sepa qué decir. La espera es corta cuando está llegando a su fin. La espera es el castigo, que termina al verte venir. 
Olvidarnos todo por un rato y rezarle a un santo, que no nos mate un calambre, que no nos quedemos sin aire y no terminen los momentos.
Quiero cojamos sin modales. Quiero que lo hagamos el amor y que no importe nada, ni siquiera el tiempo.

10 de septiembre de 2019

Nombres en paredes

Cuando tenía 3 años, mi madre me mostraba las letras, una al lado de la otra en un cartón viejo con una fotocopia pegada que traía consigo desde que estaba en la escuela. Estaban en manuscrita, mayúsculas y minúsculas adentro de cuadrados casi borrados. Yo las veía, mi madre las decía y yo las repetía como podía. Me animé a escribirlas de a una, sueltas, con alguna lapicera que hubiera por ahí, de esas que quedaban al lado del contestador automático. Me parece ver el teléfono y el contestador en una mesa chiquita, fina y alta al lado del ventanal que daba al balcón lleno de plantas, que daba a la calle Cuaró. Me parece recordar que en algún momento escribí “S e B A” sentado en la mesa del living con mi hermana, me imagino que mamá lloró, pero no lo sé. 
No debe haber pasado mucho tiempo hasta me viera escribir y escribir; escribir nombres en paredes, frases en papeles y letras en árboles. Lo debo haber hecho mucho, porque sí recuerdo a mi madre discutir con la directora de la escuela y, ponerse firme para que me dejaran entrar a primero, aunque yo cumpliera los 6 a mitad de año y que las normas indicaran que tenía que entrar a jardinera. Ahora veo su cara en mi recuerdo y entiendo muchas cosas, su orgullo, su fortaleza, su cariño.
Mi madre no sabe leer, mi madre nos repetía las letras que sabía y nos decía simplemente “Ahora hacé esta otra” cuando ella no sabía cuál era, yo puedo decir que mi madre me enseño a leer como podía, sin siquiera saber. Yo a los 5 años no lo vi, fue hasta que crecí un poco y empecé a leerle, que entendí su cara cuando yo leía los cuentos que nos mostraban en la escuela, mis deberes, las notas que dejaba mi padre, las recetas de mis médicos y de los suyos y, más acá en el tiempo las películas en inglés. Cuando encontrábamos una película subtitulada en el cable, la veíamos juntos y yo leía todos los diálogos o decía cosas como “Le dijo que está re quemado”. 
No me voy a olvidar nunca, cuando salí por primera vez al cine con Andrea y sin querer empecé a leer, su cara, mi cara y la costumbre, me odió durante el resto de la película. Hasta que la película terminó, salimos y le expliqué. 
Pasaron más de 20 años desde que entré a la escuela, ya no vivo con mi madre, ya no leo en voz alta las películas que miro mientras ceno, ya no me acompaña al médico, ella ahora vive lejos y viene a verme cada 15 o 20 días. Pero le leo todavía, me grabo todos mis cuentos, todos mis textos y mis notas, le hablo mucho rato de las películas que veo y ella me cuenta cómo está o me pregunta qué números salieron a la Tómbola. 
No sé si de verdad me gusta tanto leer mis cuentos, lo que sí me gusta es hacer que ella me pueda leer sin leerme. Y no hay nada que me llene más que ese audio de después en que me dice que me ama. 

6 de septiembre de 2019

Ensayo y error

El amor es un poco ensayo y error. Rara vez ese amor de la escuela se queda para siempre en nuestra vida; por lo general se pierde en el tiempo y en la memoria. 
Mi primer amor de la escuela por ejemplo, no sé bien si se llamaba Victoria o Valeria, recuerdo no más que era morocha, de mi misma altura, divertida y que tenía bigote, de ese bigote infantil y de pelo negro fino, cosa que no me importó nunca.

Valeria o Victoria llegó a ser mi novia una vez incluso, en segundo de escuela, después de por lo menos un año y medio, amándola a escondidas como aman los niños, escribiendo su nombre en mi cuaderno, queriendo estar en los grupos con ella y hablándole a mi madre de ella todo el tiempo:
“No sabés lo que hizo Victoria (o Valeria) hoy”

Nos pusimos de novios una tarde, íbamos de tarde a la escuela, a la mañana ni sabría quién era yo. Estábamos jugando a las escondidas en el mismo salón y no recuerdo cómo pero nos escondimos juntos abajo de una mesa, supongo que habré sido yo siguiéndola para todos lados. Pero así, escondidos, nos dimos un beso. Yo no tengo más recuerdos de ese año, ninguno, así que no sé por qué no nos volvimos a besar, ni por qué al siguiente año, cuando me tuve que cambiar de escuela porque nos mudábamos con mi familia, no le pedí el teléfono de su casa, si yo seguía enamorado de ella.
Lo cierto es que eso no pasó, no la volví a ver.

Cuando apareció Facebook, todos buscábamos a nuestros compañeros de escuela, yo lo primero que hice fue eso, poner en el buscador: Valeria, no había nada, obvio, con tan pocos datos era de esperarse. Después puse Victoria y la historia fue la misma, aunque recuerdo que igual agregué a alguna. Con una de ellas, sí, de esas que agregué al tiempo empecé a hablar, Victoria.

Ya era la tercer Victoria en mi vida, en mis cortos 16 años. Porque a los 12 me había enamorado de otra, esa sí que nunca me dio bola y fue la novia de un amigo tanto tiempo, que yo dejé de amarla.

La última Victoria, la de Facebook, también fue un fracaso, Hablamos muchísimo tiempo, nos vimos nos besamos y nos olvidamos, pero el día en que nos vimos por última vez (sin saber que era la última) conocí a Maite.

El amor es ensayo y error, no vamos por la vida esperando amor eterno, vamos por la vida simplemente, buscando amor.
Maite tampoco fue la última, ni lo fueron las siguientes, Pero a todas le juré amor eterno del más sincero sentado en cualquier bar.
Odiaría mi vida más de lo que la odio si no fuera capaz de entregarme por completo, en ese momento sí que habría ganado el miedo.

3 de septiembre de 2019

Construir castillos.

Hace muchos años, el papá de uno de mis amigos, mientras dábamos una vuelta a su casa, fumábamos un cigarro y me mostraba como iban quedando los cuartos del fondo, esos que yo mismo en mi torpeza había ayudado a construir, me dijo, casi llorando:
-Yo hago todo ésto por ellos, pero sé que un día se van a ir todos. Y la verdad tengo miedo de que cuando no estén, me quede grande y me sienta solo.

Hasta el día de hoy retumban sus palabras en mi mente. Ese hombre fuerte, tosco, que había sido también para mí como un padre, porque pasaba mis tardes en su casa y entre risas me invitaba a comer a la misma vez que se quejaba porque siempre comía ahí, ahora, me veía como un hombre, me tenía confianza y me quería lo suficiente para mostrarse débil, quizá más que lo que lo habrán visto sus hijos alguna vez, no lo sé. Pero desde ese día retumban sus palabras en mi mente, y ganó más que nunca mi admiración.
Como un pequeño hombre que era y sigo siendo, pienso, pensé y seguiré pensando, en esas palabras; me imagino siendo padre algún día, pienso en mi propio padre que no sabe levantar un muro pero construyó castillos.

Hoy volví a ver una foto que mi padre me mandó

por mail, era de él a sus 18 años y me veo en sus ojos y en el remolino del pelo. ¿Mi padre tuvo miedo al futuro cuando mi madre me tuvo y él me sostuvo en brazos, como yo le tengo miedo al futuro? ¿Ese adolescente de 18 que ahora veo en mi celular habrá pensado alguna vez que le iba a llegar un mensaje 40 años después diciendo que lo quiero?


Tengo miedo al futuro, pero más le temo a la soledad y que a mi vida le pase lo que temía el padre de mi amigo, me quede grande, quedar solo en el living pensando en el pasado; por eso, en mis muchos fracasos y en mis pocos aciertos, pienso en esa frase dicha casi sin querer


«Yo hago todo ésto por ellos»

Aunque esté mal sintonizada.

Con mi padre nos juntamos a tomar mate en el fondo de su casa muy de vez en cuando y cuando lo hacemos cada uno ve su celular, no somos de charlas extensas, quedamos callados mientras suena alguna AM en la radio chiquita. De vez en cuando alguno rompe la quietud y le muestra un twit al otro o le pregunta por alguna cosa que haya quedado en el tintero.

¿Cómo te fue al final con X?
¿Pudiste terminar Y?
¿Qué te dijo Z?
Por lo general es solo hacernos compañía. Seguirnos una charla que no existe, pero que fluye en el aire. Los dos podemos soltar cualquier frase y el otro seguirla aunque no tenga sentido, ni contexto. La verdad que ni siquiera el mate importa, si no cebo no importa, si la radio está mal sintonizada no importa.

Por lo general no pasa más que eso que les cuento. Un bizcocho, un mate, una puesta a punto.

Hasta el momento en que me voy y el me manda un mensaje, o soy yo el que lo manda. Pero siempre dice “Te quiero"

Mi viejo nunca fue un padre normal, ni como el de mis amigos, y agradezco a eso que soy lo que soy. De verdad nada importa mucho, solo que nos sigamos juntando, que el me cuente sus proyectos, que yo le cebe un mate y que a pesar del tiempo, siempre estemos juntos.

29 de agosto de 2019

Aire Rico Volumen 8 y medio "Cabeza"

…Después de hablar un rato y perder la extrañeza de esa llamada a las 6 de la mañana, me largué a llorar. Ya no aguantaba más.
Agarraba el teléfono con las dos manos y apretaba mis codos contra la panza sentado en el piso del balcón.


- Me siento solo Cabeza, siento que cuando estoy triste ya no te puedo llamar, que perdí tu confianza; y no sé por qué.¡¿Qué digo?! sí sé, pero no quiero que sea real; me muero de ganas de que solo sea un mal viaje mío, pero hace años no hablamos y ahora te llamo para llorar. Nunca me sentí más idiota. Y sí es obvio que sé qué pasó, si fui yo el que se alejó.
La verdad es que te vi crecer y madurar, ya estabas haciendo la tuya y la hacías bien, te vi tan feliz...
No quería ser yo el que arruinara todo eso.
Vos sabés como soy, nadie me conoce más que vos, soy un tiro al aire, un quilombo y le hago mal a la gente. Nunca quise ser la manzana podrida, Cabeza, lo juro. Pero me faltó tu abrazo un montón de veces, me faltaron tus puteadas y tus chistes malos.- dije, sin parar de llorar y titubeando.
- Que me dijeras que soy una pija y que me cuides.- agregué antes de que me interrumpa-

- ¿De qué me estás hablando? ¿Estás mamado? -Él seguía medio dormido

- No, no, solo estoy para el culo -respondí- siempre fui yo el malo y no me gusta ser el malo, me pone triste. Pero alejo a la gente y después vivo con culpa. Y la culpa y la tristeza son como una enredadera horrible que cuesta sacar, son como los yuyos del terreno de casa ¿Te acordás de mi primera casa? ¿o esa vez que robamos unos juncos y los escondimos en el campito? ¿Te acordás cuando eramos felices y no había problemas? Porque yo a veces no y lo extraño un montón. Cuando estoy triste pienso en vos, en los gurices, en el liceo, en el arbolito donde nos mamábamos a escondidas y me pongo contento, más que nada por vos, verte tan adulto, tan grande. Con orgullo lo digo, pero me pone triste, me pone triste verme así, sin haber hecho una mierda y habiendo perdido todo.

- ¿Qué mierda te pasa? ¿Cuándo te hiciste tan puto? ¿Dónde estás?- Me dijo, ya un poco preocupado.

- No importa quería decirte que te quiero, que sos como un hermano ¿qué como un hermano? Sabes que sos mi hermano y te extraño. Te quiero y quisiera recordar para siempre tu voz.


Colgué el teléfono sin más y me paré, seguía en el balcón, quería mirar la calle de abajo y los techos de los edificios de enfrente que se veían extraños a esa hora. Tiré mi celular a la cama que rebotó, pegó en la pared y se desarmó, cayó la batería al piso, la tapa al baño y sigo sin saber dónde está la pantalla.
Miré de nuevo mis cosas tiradas como si fuera mi casa; había un traje gris hermoso en su percha, como acostado en la cama durmiendo. Mi mochila estaba abierta y vacía arriba de una silla, la computadora prendida y arriba del frigobar.


Había dejado de pensar en todo hasta que mi mirada volvió a esa calle oscura y, entre los ruidos de los autos que pasaban, retumbaba la voz de Andrés en mi cabeza “¿Qué mierda te pasa?”


-No sé qué me pasa, pero quiero que pase. Susurré.



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19 de agosto de 2019

Aire Rico Vol. 8 Fuera de ritmo

Son las cuatro de la mañana y esta es la segunda película que veo, de fondo suena el tercer disco que pongo y no escucho, en mi mano derecha el cuarto café que me preparo y en la otra el quinto cigarro que fumo.Ya era el sexto dibujo que hacía como quién está aburrido hablando por teléfono. Éste es el séptimo párrafo que escribo y borro. Es también el octavo verso que leo del libro que dejé abierto de la mesa de luz, entre tristezas también, el noveno pensamiento suicida.
La décima vez que marco y borro tu número.

Desde las dos de la mañana que ya no me queda ni una gota de vino, ni una gota de los dos litros que compré antes de llegar y que entré en la mochila. Pensaba trabajar toda la noche y que encontraran en mi computadora el final, terminar de escribir muy tarde y aprovechar la calma y el silencio del hotel. Creo que soy el único en todo el piso, incluso el único en todo el hotel. Lo que me puso un poco nervioso y me aburrió.

A las 6 de la tarde ese día ya no había luz, en ningún lado, según me enteré después en el super, era un apagón en la central. Yo aproveché la oscuridad y fue ahí cuando bajé a comprar el vino. La mitad de las luces de la ciudad estaban rotas o tintineaban a destiempo cuando prendieron, todas fuera de ritmo y sin ninguna armonía entre ellas, me molestaba sobremanera. Algunas eran amarillas pero otras eran entre azules y blancas, fuertes y claras.
Cuando llegué de vuelta con el vino abrí esa ventana de una vez por todas, y serví en los vasos que le pedí a Fabián en la recepción. No me había animado a salir al balcón todavía antes de eso, creo que tenía miedo a averiguar si tenía vértigo o no, nunca había estado tan alto en mi vida. Y ahora ya en el balcón estoy un poco decepcionado, quería sentir algo.

El sonido que se escucha de afuera era raro, conocía esas calles como conocía las notas de la primer canción que aprendí en la guitarra y, desde lo alto eran distintos. Parece otro lugar, ya no lo podía tocar.

Sobrevalorando la felicidad de antaño, recordaba las piedras que habré pateado alguna vez en esas mismas calles que ahora no reconozco, con la tele prendida para buscar compañía, muerdo con los ojos el televisor y empiezo a pensar qué haría después del silencio. Capaz mi miedo al silencio era algo pasajero e iba a poder salir caminando de ese mugroso hotel. No lo sé.

Dormía entre cigarro y cigarro, entre publicidad y publicidad, entre vaso y vaso de vino, pero se hizo tan tarde que ya no quería ver ni la tele, ni la hora, ni la ciudad, ni mi cara. Lo único que quería era bajar; muy rápido. Quizá más rápido de lo que debería.

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10 de agosto de 2019

A veces recordar.

A veces me esfuerzo por recordar detalles, me acuesto en la cama viendo el techo y pienso si tenías algún lunar del que no me quisiera olvidar, o cómo se llamaba el perro que tenías cuando eras chica y vivías en esa casa vieja, por la que pasamos una vez y no podías creer que no fuera gigante como en tus recuerdos. Me esfuerzo sobremanera, de verdad lo intento, trato con todas mis fuerzas de escuchar tu voz y de sentir tu cara en mi torso, intento que no se olvide nunca cómo se sentía tu pelo en mis manos mientras te acariciaba, o el escalofrío que me daban la punta de tus dedos por mi pecho. Te juro que pienso muy fuerte, te lo juro. Pero cada vez es más difícil. Y hay días que tenés los ojos más oscuros de lo que en verdad los tenías y, seguramente mañana no me voy a acordar de tu perfume y, es muy probable que en un año tampoco recuerde cómo se llamaba tu madre. Capaz que en una semana no me voy a acordar de la cicatriz en tu brazo, con la que jugaba mientras vos intentabas dormir y yo te abrazaba. No quiero. Me da miedo perderte en mi memoria, no quiero olvidarme nunca la charla en la puerta de ese bar, donde mis amigos me decían que si no nos conocieran creerían que era una primera cita, porque no podíamos dejar de hablar, como si siempre hubiera algo más que contar.

Tengo miedo de olvidarme de tu sonrisa, de como te molestaba que entrecruzáramos los brazos para caminar porque parecíamos unos viejos, pero después ibas y me abrazabas fuerte, porque Montevideo es frío.

Quiero recordar los detalles para tenerte cerca siempre, no quiero que los años te roben de mi memoria y te vuelvan fría, no quiero que los años solo me recuerden tristezas. Quiero cerrar lo ojos y verte parada en frente a mi, bajando la mirada mientras te pongo el pelo atrás de la oreja. Recordar cuando todavía estabas y no tenía que decir nada para que supieras que te amaba. No quiero olvidarme tampoco de tu risa cuando te pedía matrimonio y me decías que no, sin saber si lo decía en serio o no, pero soñando con vivir siempre juntos, sabiendo que el siempre no existe.

Tengo miedo. Miedo que de ese todo que eras vos quede en nada.

A veces me esfuerzo por recordarte. Pero también hay días que no paro de querer olvidarte.

8 de agosto de 2019

Aire Rico Vol. 7y½: ¿Qué atraviesa tu sien?

Saltó y cayó al barro, riendo, de un golpe siguió.
Qué miedo perder la mirada, y que no te reconozcan cuando te ven, quedar escondido en tus propias mentiras y ser otro.

22 de julio de 2019

Aún en invierno

Caminar sin rumbo te lleva a conocerte a vos mismo, esquinas que no vemos en nuestro recorrido habitual de pensamientos hundidos en la rutina, caminar es distinto que pasar, pasear tiene su encanto. En la caminata el entorno se hace uno contigo.
Incluso la repetición, la vuelta a la manzana. La repetición te deja entender dónde estás parado, y hacia dónde querés ir. 

¿No es también una opción caminar sobre tus pasos y darte una oportunidad y tiempo a decidir?

Derribar barreras y derivar caminos, un paso tras otro adivinando la ruta que nunca está marcada. Paisajes nuevos nos dejan pensar, aunque más no sea por un instante, que no lo sabemos todo y que nos queda mucho por aprender, sueños que nos quedan por soñar y cuentos que nos quedan por escribir; aparecen de repente en un portal o la puerta de un bar, de un almacén de barrio o en el cordón de la vereda.

Barrios enteros que nos quedan por conocer. Vidas que nos quedan por vivir.

Porque siempre, aunque todo salga mal, una caminata nos puede salvar; un ambiente nuevo que nos trastoque la perspectiva y veamos como aún en invierno hay árboles que florecen y fachadas añejas que cuentan historias.


—¿No pasamos ya por acá?

—No sé, ¿vos querés saber dónde estamos?

—La verdad que no.

14 de julio de 2019

Aunque esté mal sintonizada




Con mi padre nos juntamos a tomar mate en el fondo de su casa muy de vez en cuando y cuando lo hacemos cada uno ve su celular, no somos de charlas extensas, quedamos callados mientras suena alguna AM en la radio chiquita. De vez en cuando alguno rompe la quietud y le muestra un twit al otro o le pregunta por alguna cosa que haya quedado en el tintero.

¿Cómo te fue al final con X?


¿Pudiste terminar Y?


¿Qué te dijo Z?


Por lo general es solo hacernos compañía. Seguirnos una charla que no existe, pero que fluye en el aire. Los dos podemos soltar cualquier frase y el otro seguirla aunque no tenga sentido, ni contexto. La verdad que ni siquiera el mate importa, si no cebo no importa, si la radio está mal sintonizada no importa.


Por lo general no pasa más que eso que les cuento. Un bizcocho, un mate, una puesta a punto.


Hasta el momento en que me voy y el me manda un mensaje, o soy yo el que lo manda. Pero siempre dice “Te quiero"


Mi viejo nunca fue un padre normal, ni como el de mis amigos, y agradezco a eso que soy lo que soy. De verdad nada importa mucho, solo que nos sigamos juntando, que el me cuente sus proyectos, que yo le cebe un mate y que a pesar del tiempo, siempre estemos juntos.

10 de julio de 2019

Quizás en Malvin

Parece una locura que no puedas dormir pensando en esa persona que ya no quiere verte, que decidió perderte y no tenerte en su vida. Parece una locura que en las noches de insomnio solo tengas una cara en la que pensás, una sola sonrisa. Es que parece una locura que podamos sentir algo de cariño cuando sabemos que en verdad nos mata, que no nos moleste saber que no la podemos tener, solo por las noches sollozar por una caricia.

Todos nos hemos enamorado alguna vez. En su caso una mujer que le rompió la ilusión, la que le dijo una tarde que lo que tenían no funcionó, que eso, ésto, o aquello, había salido mal. No creo que él haya sabido el verdadero porqué. Hasta donde yo sé no le tiene rencor. Dice solo tener un dulce recuerdo, de su amargo perfume en algún rincón de su salón, un reflejo perdido en el espejo donde se peinaba a las mañanas y un par de cartas que no llegó a darle cuando la amaba en silencio y ella no sabía de su existencia.

Pasa noches enteras imaginando que ese amor no es de este barrio, quizás en la Aguada, o quizás en Palermo serían muy felices. Solo sabe que acá y en ésta vida ya no lo quiere, ya no lo extraña, ni le escribe antes de dormir como cuando se amaban; cuando se besaban bajo los portales de las casas de la calle San José, cuando los corría la lluvia mientras recorrían las plazas del Buceo, mientras paseaban por locales en la Unión sin saber ciertamente como terminaron ahí. En esos lugares fueron felices y también cuando la dejaba en su casa sin saber si en verdad la iba a volver a ver; uno nunca sabe si va a volver a ver a su amor cuando lo deja. Uno nunca sabe nada del amor.

La gente solo sabe que se ama cuando no se ve, y cuando se extraña; la gente sabe amar en los momentos en que en verdad lo necesita; la gente sabe extrañar solo cuando ama. Y estoy seguro que él la ama, aunque ya puede dormir por las noches. Pasó mucho tiempo ya pero no creo que haya dejado de soñar que una mañana lo despierte, un grito, un timbre, o ella acostándose a su lado para decirle entre risas que su vida le da asco, pero que lo extraña. Que sigue soñando entre murmullos cuando se ríe entre amigos, que sueña trabajando que un día va a llegar un mail diciendo en hermosa prosa que todo fue un error.

Que suspira cuando la ve arriba de un ómnibus y ninguno de los dos se saluda, que ella no imagina que él le escribe a escondidas. Ella no sabe que todo esto pasa, ella no lo quiere, no lo ama, no lo extraña. Parece una locura que él siga pensando que eso existió. Ella no sabe que él sigue recorriendo barrios ajenos en busca de ese amor perdido en alguna esquina de esta puta ciudad.

1 de julio de 2019

We love you


Todas mis personalidades te aman; excepto una que solo quiere cogerte, pero se la banca. Una de ellas me contó que según él nunca vio una sonrisa más linda y por eso te ama, otra dejó una carta membretada explicando el porqué y dando como alegato que le encanta tu sintaxis y tus puntos suspensivos en el momento justo (Qué decir, es la más formal e intelectual de mis personalidades). También está mi lado femenino al que le gusta tu pelo y como te quedan los jean, yo no coincido, prefiero las calzas. El más callado y tímido de mis alter egos, el que es tierno y solitario, te dijo a vos que te amaba, cuando estabas en mi cama mirándome (mirándolo). Todas mis personalidades te aman –creo, con algunas no me hablo-. Mi lado psicópata que es el que habita mi cuerpo con frecuencia no para de sorprenderse de como querés que se pudran todos en el infierno y como lo decís con la cara más tierna. Algunas otras tienen gustos muy raros, a una le gustan tus pies, a otra tus codos, y hasta tus tobillos le gusta a una de ellas; porque, como ya dije, son raras. De entre todas, mi personalidad escénica, la graciosa, te ama y dice que le encanta estar a tu lado porque le festejas todos los chistes, lo mismo le pasa a mi lado poeta que no puede creer como a alguien le pueden gustar lo que escribo, con esas rimas sin verso y esos versos sin rima, con metáforas absurdas y finales surrealistas. Quizá sea el amor que nos quita objetividad, debe ser eso. Lo que sé es que es en lo único que se han puesto de acuerdo, el resto del tiempo viven en peleas, se cuestionan entre ellas y se ignoran. No votan al mismo partido, ni tienen la misma religión. Se hacen la vida imposible, me hacen la vida imposible. Pero estando contigo, es el único momento en que puede salir cualquiera de ellas y quedar como idiota mirándote a los ojos.

25 de junio de 2019

La Niebla


El despertador sonó calmo y casi sin pensarlo abrí los ojos encontrándome tranquilo, tanto que creí que estaba muerto. Era el sueño.

La mañana era extraña en esos días de junio; una cerrazón perezosa que ignora el alba, teñía de blanco el pasto, confundiendo a incautos y engañando ingenuos con nieve invisible. A mí no me engañaba pero lo disfrutaba, me gustaba ese primer sorbo de café, me divertía ver salir vapor de mi boca y me ponía triste y nostálgico la soledad. "La muerte acecha en cada mañana fría y solitaria" le murmuraba al microondas. Un bostezo largo me hizo cerrar los ojos y al abrirlos era 1997 y yo corría a la escuela despidiendo a mi vieja, que en ese momento no lo era tanto. Pestañeé y me encontré en la sala de espera de un hospital esperando no sé qué. Algo que me mantuviera despierto y atento. Una droga de esperanza.

Afuera la niebla lo cubría todo, el humo salía de chimeneas que se asomaban a lo lejos y patrulleros jugaban carreras en una calle que no supe descifrar si era Propios, Av. Italia o Av. Puyrredón.

Luces interrumpían la niebla y dejaban ver sombras chinescas de transeúntes perdidos, quizá por la niebla, quizá por las luces.

—¿David Montero? Señor Montero— Gritó una enfermera de una puerta que apareció de la nada.

—Soy yo — Dije, acercándome a la mujer que ahora era mucho más vieja, mucho más triste y con cara de preocupada.

Fui a la puerta y al ver a la enfermera a los ojos estaba sólo en mi casa de Madrid, 10 años después y con un vacío en el pecho difícil de explicar. Quise recordar que había pasado aquella noche en ese hospital de Montevideo o de Buenos Aires, preparé café para dos, pero los dejé intactos, me senté en un sillón y me dormí.

Desperté parado afuera de la puerta de emergencia viéndome a mí mismo llorando frente a la enfermera, que ahora era un policía. Entraba desesperado a un pasillo que de donde yo veía, parecía no tener fin. Algo en mí se impacientó y, quise entrar y seguirme, pero en cuanto crucé la puerta doble de vaivén, volví a estar sentado en ese viejo hospital mirando la niebla y el humo de las chimeneas.

19 de junio de 2019

Desde el sofá

Me parece raro a veces lo poco que extraño salir de mi casa, hoy van a hacer 15 o 20 días, ya no recuerdo. Atendí una llamada este martes creo, o capaz que fue el jueves de la semana pasada, o la otra, no recuerdo bien, pudo haber sido el mes pasado, pero era del banco y corté enseguida.

Pagué el alquiler con mis ahorros desde el celular porque no quería hablar con nadie. Renuncié a mi trabajo por email porque no quería ver a nadie.

Me callé todo lo que te extraño porque no quería sentir nada.

Perdoná mi insomnio, éstas no son horas de andar escribiendo cartas, por eso lo hago entre susurros, porque ya es de madrugada. Aunque los dos somos hijos de la noche y somos más amigos de las luces artificiales amarillas que del sol, de los libros con olor a viejo y los grillos. O lo eramos.

Perdón. Quizá hoy querías leer otra cosa y yo te tengo acá, creyendo que puedo decir algo que tenga sentido. La verdad un poco te escribo porque no tenía con quién hablar y me cansé de hablar solo.

Quería contarte que cambié los muebles de lugar mil veces, si vieras mi casa no la reconocerías, creo que te encantaría pero no sé la verdad, a vos nunca te gustaron mucho los cambios. Lo cierto es que ya no reconozco mi casa, ni yo mismo y es mejor así, a mi que nada alrededor me recuerde a vos me da paz. Siento que se van los recuerdos un poco, si cuando miro al rincón, ya no es el mismo donde nos amamos aquella vez. Y eso hoy es lo mejor.

Espero que leas ésta carta algún día, alguna noche. Planeo no dártela nunca, pero las cosas nunca salen como yo quiero, lo más seguro es que en mi afán de ocultarte lo que siento, termine por publicarla en todo internet.

Te escribo sin saber qué decirte, como siempre, aunque sé que te molesta. Por eso borré tu número y ya no te mando más mensajes. Ayer o la semana pasada lo quise hacer por última vez para decirte que soñé vos. Soñé que veía una pintura tuya en la feria, aunque hace años no pintás. Yo la reconocía al instante y quedaba maravillado por la casualidad. En mi sueño pagaba una fortuna por el cuadro y lo traía para casa, lo colgaba en mi cuarto y lo veía sentado en el sofá.

No te escribí para contártelo hasta hoy porque al levantarme esta mañana cambié el sofá de lugar. 

3 de junio de 2019

Aire Rico Vol. 7: El silencio de la muerte.

Hubieron noches en que me olvidé de soñar con ella y me desperté solo, pero feliz. Nunca sabiendo qué hora era, para no perder la costumbre. El tiempo corre hacia atrás y adelante según uno crea conveniente; si el recuerdo es mejor que el porvenir o si nuestro futuro será hermoso porque nuestra vida ya fue una mierda y mañana, pese a todo, va a ser un buen día.


A veces pasan ambas, aunque son pocos los casos, son gente que vive llorando por el pasado que no va a recordar mañana, porque sabe que va a ser un día hermoso. Es difícil saber que ni los recuerdos son para siempre. pero lo mejor es intentar vivirlos para que al menos sean buenas anécdotas el día de mañana.

Yo a veces lloro por recuerdos que olvidé, siento que capaz los días juntos de los que no me acuerdo fueron los mejores y me embarga la tristeza.
Había vuelto de mi viaje a Rocha hace más de un mes, pero no podía sacar de mi cabeza la monotonía del sonido de las olas y la nostalgia de una familia, en mi ahora solitaria vida.


Mi lugar es la noche y mi estado es la embriaguez, diría, si esto fuera un juego de define tu personalidad con una sola palabra o una entrevista con preguntas aburridas. Hoy iba a ser también una noche de esas. Llegué a casa como a las 10 de la noche, en la heladera quedaba algo de un vino que no recordaba cuándo había tomado o comprado, con un olor repugnante, eso no me detuvo e igual di un sorbo. Como cualquier decisión de mi vida, estaba mal. Me quedaban como trescientos pesos y era jueves, para no perder la costumbre lo último que quería era estar sobrio.


My place, the evening / for gallons drunk / you got my feeling / and now drunk for you. / too. / Lies lies in your bag / and wake up for you / last night guaranties


I dig you, sonaba muy fuerte, mientras terminaba el vino picado y pensaba si valía la pena cruzar todo el cante a oscuras para comprar más, sabiendo que al final solo iba a dormir, solo.


Tenía unas 15 cuadras hasta el 24 horas, porque el almacén de Francisco estaba cerrado, lo habían matado.
Una puñalada a través de la reja según me contaron los vecinos. Todo para quedarse con doscientos pesos que tuvieron que arrancar de sus manos frías arrastrándose por el piso, entre los vidrios rotos de la cerveza que cayó cuando perdió la fuerza. Esa noche todo el barrio sintió el silencio de la muerte para que solo unos segundos después los gritos y los tiros volvieran con total normalidad. La paz nunca dura demasiado últimamente, la gente muere todo el tiempo, los vecinos cambian; la gente se va.

30 de mayo de 2019

Madres en reposeras.

La soledad y la mala compañía, son dos caras de la misma moneda.
Porque un viaje Europa con un imbécil va a ser el peor viaje del mundo y una salida a la rambla con alguien que amás, el mejor momento de tu vida.
Pero también hay días en que no querés salir de tu cama, que no querés ver tu sombra, no querés otra cosa que una taza de café bien fuerte, una serie, música suave desde la otra habitación y paz.
Todavía me acuerdo cuando corría 2008 y de lo feliz que era, corría en 2008 sin sentir que mis pulmones iban a explotar, lo que explotaba era mi cuerpo de energía y tranquilidad. Pero no moría como ahora mi cordura.
Mejor aún fue 1999. Pero lo perdí, no sé dónde quedaron mis amigos, dónde estará la cuadra donde corríamos camiones o nos dejábamos perseguir por la luna en las noches de primavera, esas noches con nuestras madres sentadas en reposeras mirando sin entender que nosotros realmente éramos los Power Rangers.
Quiero que alguien me devuelva la vida que alguna vez tuve, quiero cerrar los ojos y volver a estar acostado en el sofá jugando al Islander, quiero volver a discar en el teléfono el número de mis compañeros de escuela y terminar hablando con sus padres como si fueran los míos.
Quiero volver a escribir cartas de amor que terminen en corazones para Victoria mi amor de la escuela.
Que alguien me devuelva las ganas de ser adulto, porque ya no las tengo, un día afeitándome para ir a trabajar perdí la inocencia de creer que lo podía todo. La rutina no golpeó la puerta, solo entró, me miró de costado con arrogancia y escupió en el water, para demostrar quién manda, suspiró con desdén y salió para verme llorar desde afuera.
Yo agaché la cabeza y puse pasta en el cepillo, pero poca, ésto no es una publicidad de Colgate, ésto es la vida y yo no sabía cuándo iba a comprar más.
Qué locura, ayer soñaba con escalar una montaña y hoy pienso si mañana voy a tener para comer.
Ayer soñaba con vivir sólo y hoy lloro de tanto extrañar.
Que alguien me despierte de un sacudón de éste mal sueño.
¿Quién nos va a salvar? Si éste es el final. Somos una triste foto en el currículum, una aburrida y mundana descripción de nosotros mismos.

Calma. Quiero calma. Pensar que todo va a volver en algún momento, la paz, el amor y los buenos recuerdos, los amigos y las ganas de un día ganarle a la rutina. Que mi madre se vuelva a sentar en una reposera y me vea triunfar.

18 de mayo de 2019

Como buitres

Estaba muerto de miedo en la parada de General Flores y Luis Alberto de Herrera, con las manos en los bolsillos esperando el 306 y la muerte. Esperaba que llegue un cuchillo impaciente con los dientes sin filo ni esmalte, oscuros, amarillos y llenos de la ira de la calle y atraviese mi garganta . Que arranque mi vida y mi espera.
En ese momento, de golpe explotó la lámpara de la columna que tengo al lado y dejó impecable la foto al 24 horas de la esquina de en frente, que se ve rodeado como siempre, de gente  más parecida a buitres que humanos y que se alimentan de tu miedo y de tu vuelto.


El ómnibus que no venía más y yo que apretaba cada vez más fuerte la trincheta que tenía adentro de la campera. Sin saber qué iba a hacer, cuando tuviera que usarla, creo que prefiero correr.
Creo que esa noche no le tenía miedo a la muerte, le tenía miedo a la soledad. La soledad del después, pensar que quizá la muerte era solamente quedarse solo o  desaparecer -que al fin y al cabo son lo mismo-. Ambas cosas, son no volverte a ver.

Lleno de ganas de salir corriendo todo el tiempo que pasaba en esa esquina, pero con las piernas congeladas por el frío, no sé si serían suficientemente fuertes para soportar mi peso o si se van a desquebrajar como una copa de cristal en la mano de hombre torpe.

Siempre supe que no tengo tantos dientes para ser feliz, no me sale sonreír, cuando veo a alguien solo agacho la cabeza y miro el celular. Y cuando lo veo sigo con ganas de llamarla. La extraño más que nunca cuando tengo miedo.
Vuelvo a escuchar los gritos a mi al rededor, espero que no noten mi pavor.

Te imagino venir entre la gente, a salvarme, sin saberlo. Hablando por teléfono y mirando mil veces lado a lado antes de cruzar, sin darte cuenta que te espero y sin notar que yo lo único que quiero es abrazarte y soltar mis miedos.

8 de mayo de 2019

Burdeos

Por la calle Burdeos hay un árbol de nísperos tan grande que caen nísperos en toda la manzana y hay quienes dicen que también en otras, incluso sobre Carlos Mª Ramírez. Pero sabemos que no podrían llegar más que a Bélgica o Japón. 
En verano desde algún satélite se debe ver una gran mancha naranja. Porque el árbol tiene dos, tres, incluso cuatro nísperos por brote, del tamaño de una pera chiquita o una ciruela medio grande, aunque sólo semilla según algunos, que viven lejos y no se animan a ir a buscarlos, por eso hablan con envidia. 
Cuentan señores, casi ancianos, que sus abuelos en veranos de antaño cuando las calles no tenían nombres iban a ese lugar y jugaban guerras con sus semillas durante días.
Al día de hoy yo lo veo al pasar pero sé que cada verano brilla naranja como el sol del atardecer. 
Muchos veranos alegrando niños y quién sabe quizá también alimentando, cuando el almuerzo de la escuela no está y es lo único que hay.
Soy nuevo en el barrio hablo por relatos y cuentos porque la verdad nunca comí un níspero, me parecen asquerosos.

7 de mayo de 2019

Aire Rico Vol. 6: Aquí o Allá.

Odio a mi familia pero hoy era una escapatoria, extrañaba escribir, un poco lo precisaba y La Paloma siempre me había dado paz.
Mi abuela vivía en una casa de campo casi en Costa Azul, cerca de la playa, con el baño afuera, una cocina a queroseno y el techo de chapa. La vista a la playa después de mear me daba paz. Pensaba mientras caminaba por las piedras llegando a su casa si no me había olvidado la libreta negra y el pendrive, hasta que llegó mi abuela al portón con una sonrisa enorme, y en cuanto entré se largó a llorar, a abrazarme y darme el cariño que no sentía en años, todo junto, con olor a meo y un mate dulce bien caliente y dulce, muy dulce, como sus besos entre lagrimas.

No quería perder tiempo, dejé la mochila ahí al lado del muro, saludé a las perras y me senté a aceptar un mate obligado que no era tan feo como lo sentía ese niño de 1994 que andaba por su casa los domingos cuando estaban todos en Montevideo, yo era rubio y mi abuelo vivía.
Pasé toda la mañana hablando con mi abuela y como toda vieja nombraba a todos mis primos antes que a mi, si es que llegaba a hacerlo, pero no importaba, lo que importaba era darle sentido a esas anécdotas que no entendía cuando era chico y que ahora ella contaba sin mucho sentido. Algo dijo en un momento, no recuerdo qué, pero me empecé a reír tanto que había valido la pena todo el viaje.

Para el mediodía yo estaba instalado, con un colchón en el piso y un alargue, en el cuarto que era de mi abuelo de joven, que después fue de mi tío y después fue de toda la gente que alquiló la casa, que iba los veranos y dejaba mierda en las paredes, botellas rotas, comida vieja y toallas mojadas, comida mojada, botellas viejas y toallas rotas.
Me sentía raro, con culpa por ser feliz, no era joven ni valiente para ser fuerte, estaba cansado, tapado con un acolchado pensando. Esperando el milagro, que pasó y fue la voz de mi tío, diciendo que ya estaba el almuerzo.
Comí apurado y me fui con una libreta a la playa estuve un rato largo juntando porquerías de mar que dos pasos después tiraba con toda mi ira al agua de nuevo. No es triste, ya no existe su lugar. Era el mar o no, era la tierra muerta.
Recostado contra una piedra escribiendo me llamó mi tío al celular, que volviera urgente, que él tenía que llevar a mi abuela al médico, que se había desmallado y no sabía que pasaba.

Mi tormenta personal me arrastraba y mojaba a todos a mi al rededor.

Llamé a mi madre de camino al hospital en un taxi que demoró tanto que hubiera llegado más rapido caminando. Le conté lo que pasó y también que estaba ahí. Hacía meses no hablábamos, ella me tranquilizó, sabíamos que era grande, y capaz era la alegría de verme. ¿Cómo la alegría también nos puede herir?
Mi tormenta me sigue, aquí o allá.

Hay algo más fuerte que la muerte. Días después me fui, no había sido nada pero ese no era mi lugar, me sentía sin hogar, la mañana del miércoles arranqué a la terminal pateando al alba, volviendo a Montevideo, afrontando todo de nuevo, pero pensando qué vale la pena.

23 de abril de 2019

Tormenta y aullidos.

Llovía a cántaros, mi campera no era tan impermeable como creía y mi corazón tampoco, porque hacía agua por todos lados. Llevaba días queriendo llorar sin lograrlo, no tenía tiempo. El trabajo, el estudio, las pesadillas.

Corría de acá para allá huyendo, como venía haciendo toda la vida, de los problemas y las alegrías, pero los problemas corrían más rápido.

Ese día me habían echado de mi trabajo, no tenía plata para el boleto y no tenía a quién llamar, decidí salir caminando a casa, aunque ya no sabía bien dónde quedaba. Dos cuadras duró la paz y la calma y mi suerte, el cielo me leyó la mente y liberó la lluvia más fuerte que podía. Gotas gigantes golpeaban mi nuca e inundaban mi mochila que solo cargaba recuerdos, igual que mi cabeza.


La enorme torre de Antel estaba a mi costado, no tapaba la tormenta pero le daba un encanto al paisaje, fantaseaba con que el fuerte viento la derrumbara y uniera de hierro, hormigón y vidrio la calle Paraguay y el Río. No pasó, pero sí pasé yo. Seguía mi recorrido entre fabricas y charcos inmensos, autos asustados a gran velocidad y la esperanza de llegar y darme una ducha que limpiara mi desgracia.


La rambla de Bella Vista, los barcos encallados y el faro del Cerro a lo lejos. Mis pasos perdidos por los ruidos estridentes de los truenos y la distancia que parecía no acortarse, al contrario, parecía perdido. Hasta ver, después de caminar tanto la refinería de Ancap donde un camión no tuvo mejor idea que soltarme un viento tan fuerte que me dejó en la cuneta, nada podía salir peor, nada salía.
No estaba lejos, ya podía oler la pizza fría que espera paciente en mi horno.


Por mi cabeza solo rondaban dos cosas; las ganas de abrazar a mi perro cuando llegue y una pregunta: ¿Voy a poder salir de ésta?
Al final llegué y la bienvenida fue ese abrazo, esos ladridos y su inocencia de no saber qué me pasaba. Pero la pregunta seguía ahí, la tormenta tenía que pasar.

21 de marzo de 2019

Aire Rico Vol. 5. Rocha

Mientras el ómnibus en reversa sale de Tres Cruces voy pensando. Veo como los edificios viejos, las calles húmedas y las personas mudas me despiden; otra vez. Quiero gritar de a ratos pero me falta el aire, me abruma la gente que sube en cada parada con cara de calor. Miro hacia afuera por la ventanilla de nuevo y me repito “Qué lindo sería no tener que volver” pero la nostalgia no demora, los recuerdos, los olores y las despedidas que nunca tuve no me dejan. Empiezo a extrañar rápido y quisiera estar como ayer en la tortuguita con mis amigos, o en mi casa con ella.

Esta ciudad es hermosa a veces, más que nada éstos días de lluvia, con el cielo gris haciendo juego con los edificios y las paredes. Los paraguas rotos por doquier tienen el encanto de esa lluvia de ayer. Son como la decoración de una torta de cumpleaños. Todo tiene una magia que no todos ven y por la que yo volvería una y mil veces a ésta puta ciudad. Con sol o como ahora, gris y hermoso.

Ayer llamé a mi abuela, no sé hace cuánto no hablábamos, pero no sabía a a donde escapar. Y le pedí para ira su casa, prendí mi cigarro de soledad, sentí el morir. Corté y lloré.

Como a las 7 de la mañana del sábado llegué a Rocha, con una mochila y la espalda cansada, la vida a cuestas, ya no sabía dónde escapar. Me importan pocas cosas, estoy desganado y cansado, sólo el aire de las palmeras iba a poder cambiar algo. Me pidieron un tabaco ni bie
n llegué y convidando su alma sintió morir. Regalando, mi alma supo morir.

13 de marzo de 2019

Aire Rico Vol. 4 Trucos nuevos

Volví a mi casa después una noche larga, tanto, que ya era de día. Me había prometido no volver a despertarme a las 6 de la tarde con resaca. Y no cumplí. Es que estoy roto, me canso rápido y mi cabeza piensa mil cosas a la vez, ya no aprendo trucos nuevos.

Hacía años no dormía tan mal, me despertó de una patada. Me echó de la casa una mujer, que no me acuerdo cómo se llamaba.

La conocí cuando me estaba yendo a la parada, un poco borracho y cansado recién salido de un bar. Me paró preguntando si Bluzz seguía abierto, con una impunidad que me encandiló. Le dije que sí y que si no le molestaba que la acompañara.


- Dale vamos, me respondió.

Desde que llegamos no paramos de bailar, tomé más cerveza y fuimos a su casa que quedaba cerca pero no sé dónde.

Estábamos muy borrachos para coger y demasiado sobrios para dejar de tomar. No había más alcohol, me dice, que ya no queda nada, nada. Y en un momento nos dormimos, quedé en el sofá y desperté en el piso, con la patada en las costillas me levanté, no sé si cariñosa o arrepentida, de esa morocha hermosa.


No temes a lo oscuro de tu piel, con mil gotas de alcohol en tu cara

Me paré como pude, le dije que me cerrara la puerta después de darle un beso en el cachete y ponerme los lentes negros. No le pedí su número, no sé bien quién era, no sé bien nada.
Como siempre.


Pero ya eran las 10 de la mañana.

5 de marzo de 2019

Mujeres hermosas, tristes y cansadas.

Iba en el 183 y de pronto ya no estaba en Tres Cruces, era el Parque Rodó y, ya no era el 183 sino el 149. Me sentí perdido, me baje cuando vi por la ventanilla una mujer hermosa y la seguí, con la sensación de estar buscando algo, algo que me diera paciencia para esperar un detalle, poder hablarle y decirle que es la mujer más linda que vi en los últimos 30 minutos. Me hizo olvidar a dónde iba yo, me olvidé de todo. Así que la seguí hasta que se sentó en un muro mirando el aire, el viento. Noté en su cara la tristeza y, mientras me preguntaba que le podría haber pasado, me fui.

La ciudad está llena de mujeres hermosas con caras tristes que, entre el rocío y la neblina de la mañana son imposibles de ignorar, de dejar de mirar. A veces creo que es la mismísima ciudad la que nos obliga a mantener la mirada perdida, la vista inquisidora en la gente que camina por la vereda contraria, el caminar tenue y la alegría opaca.

Nunca sabes que te podes encontrar caminando por alguna avenida; el otoño embellece todo y lo llena de una nostalgia arrabalera. En el centro, o en barrios lejanos, en ómnibus con recorridos tan largos que generan rumores de infinitos y abismos, en autos caros y no tanto; en todos lados se ven mujeres hermosas, tristes y cansadas, de las que me enamoraría sin mediar palabra. Si no fuera por mi nulo creimiento en el amor. Desde que se fue, deje de creer en todo, en caricias dulces y poemas alegres, en miradas cómplices y celos caprichosos. Cuando Laura murió yo perdí todo, ese día ella, yo, el amor y la esperanza se murieron, se fueron al demonio. Incluso yo. Solo que mi cuerpo se quedó en la tierra.

25 de febrero de 2019

Carreras Perdidas


Puse un disco para ahogar penas y me serví un whisky para escuchar otra cosa que no sea mi culpa aunque más no fuera por el golpe de los hielos. Pienso en dormir como sí fuera la vida de otra persona, recuerdo el viento en la cara yendo en bicicleta a tu casa. Me viene a la mente tu cara despertándote a mi lado. Parece otra vida.

Se me ha ido el tiempo corriendo carreras perdidas y ganando concursos en los que no me anoté. Juntando las tapitas que dicen “La próxima sale” imaginando que, un día iba a ganarme otra.

Anoche dormí bien y no me acordé de vos, ni de tus problemas de decisión, ni de tus caricias, ni de tu mal humor ni del mío. No me acordé de tus besos ni tus mentiras. Hice la cama para acostarme y puse un disco de Silvio Rodríguez que no sabía que tenía. Pensaba en dónde habría dejado esa maldita lapicera y, en ese momento supe que yo pierdo las cosas que veo todo el tiempo, no lo podía juzgar.

La culpa de perder las cosas es nuestra, por desprolijos por tener la cabeza en otro lado, por pensar en otra cosa. Por pensar que tenemos todo bajo control.
De lo único que te echo la culpa a vos y a tus ojos de tristeza haber perdido la cordura.

Me levanté muy temprano hoy y fue extraño.

Después me parecieron extrañas las caras que veía, las de la gente que me acompañaba en el ómnibus, parecía que si habían perdido todo y que no habían dormido tan bien como yo esa noche.
Por la tarde trabajando contaba páginas como ovejas y cuando quise acordar dormía tirado en el escritorio. Me despertó mi jefe diciendo que me echaba y volví a acordarme de vos. Es que fue el mismo tono de voz que usaste para decirme que no me querías, que yo ya no era lo mismo, que no te había gustado nunca mi humor cambiante.

Ya casi es mañana y ya no pude volver a dormi como ayer y sigo pensando en las noches que no pasamos juntos, en que un día vas a hacer tu vida, mi jefe va a contratar a otra persona y yo, voy a olvidarte.
Es que casi es mañana y no pude aprender nada de ayer, que sí pude dormir, acá me tenés con insomnio escribiéndote otra vez. Me cuesta aprender.

Ahora si cuento ovejas porque quiero dormir o estar borracho. Es que dormir o estar borracho es para olvidar, sí, la verdad eso quiero más que nada.

Espero levantarme mañana con una sonrisa, aunque más no sea por no tener que trabajar.

24 de febrero de 2019

10 Años

Pasa y duele el tiempo, maldigo la entropía que todo lo rompe. Y aunque sé que la energía no se pierde, siempre que se va no vuelve.
Se ven brillantes tus cicatrices estos días grises. Pienso qué no hay nada más importante que brillar, sin importar cómo.
A tempo andante, a paso firme, con la mirada al frente y la nuca ardida por el sol empecé mi día.

Eran las 8 recién y la mañana siempre ha sido un momento extraño y horrible para mi. Más aún las mañanas de verano, con las calles desiertas y la gente dormida con resacas eternas. Hoy me levanté sintiéndome más viejo. Ya no era el adolescente que dormía con el sol y soñaba por las noches. Cuánta adultez reconocí en mi mientras aprontaba el mate para salir escuchando AM.
Quería que todo fuera un sueño y seguir teniendo 16, pero no.

Anoche me llamó un amigo que no veo hace por lo menos 10 años, preocupado, con la voz agitada, con miedo. Me contó sobre su vida, su esposa, su hija, su trabajo en una empresa importante y cómo había dejado de tocar con aquella banda que vi de casualidad una noche de julio en el Cañaveral y por la que lo conocí. Me contó que desde que nació Lucía, su hija, no había vuelto a tocar la guitarra, que no había vuelto a pensar en otra cosa.

Seguía sintiendo la angustia en su voz, no sabía qué decir, caminaba por mi casa. Salí al patio, me senté a escucharlo, lo extrañaba. Cómo no extrañarlo después de mil noches con él, caminando de bar en bar, de la rambla al puerto, de Punta Carretas al Prado, hablando de la vida, alegres, huyendo de la muerte. Tomando el vino más barato que pudiéramos encontrar.

¿Por qué yo? pensé. 
Nunca fui buen amigo, soy terco y despistado, quizás era eso. Todos precisamos en algún momento que no nos juzguen y nos acompañen a tirarnos por un acantilado. Que nos perdonen las malas decisiones, que nos digan que todo va a pasar y que todo va a estar bien. Aunque no pase y solo caigamos en picada por el barranco, con la sonrisa de creer, al menos, que lo estamos haciendo bien.

Yo le conté de mi vida, que estaba trabajando en unos proyectos que me tenían podrido, que me había mudado y que nada estaba en el mismo lugar pero todo seguía igual.

–Siempre creí que ibas a ser el que triunfara de la banda, y vos seguís llorando como siempre. Me dijo.

Hubo un silencio, se empezó a reír como atorado, cuando se contestó solo.

–¿Te acordás cuando decíamos que íbamos a ser famosos?

–Pasó mucho agua abajo del puente, Santi, ya no somos los mismos. Le contesté

Me contagió la risa nerviosa, mientras pensaba que tenía que cambiar algo, que lo estaba perdiendo todo. Y de la nada los dos empezamos a llorar. Nunca hubiera imaginado a Santiago llorando, él era fuerte, era el líder, el de las ideas. Y ahora estaba del otro lado del teléfono, no sé dónde, no sé por qué, quebrado, roto, igual que yo. Seguro fue por eso, eramos iguales, queríamos cambiar el mundo y el mundo nos cambió a nosotros, nos pudrió, nos rompió.

En el medio de todo eso me dijo, muy despacio, que había sido lindo hablar conmigo y que sabía que íbamos a salir de ésta, y que esperaba que esta vez fuera juntos.

Yo seguía sin saber qué le pasaba, le pregunté por su esposa, me dijo que nunca había amado tanto a alguien, y que habían sido los mejores 5 años de su vida. Me contó cómo se conocieron y como desde que salieron por primera vez no habían podido estar el uno sin el otro. Que tenía una sonrisa hermosa y que desde el momento en que la vio por primera vez supo que su vida ya no era la misma.

Yo había estado viviendo en el interior unos años y por eso habíamos perdido el contacto. Por encontrarme a mi mismo, perdí a los demás, o al menos eso creía. Recuerdo haberlo llamado cuando nació Lucía. Y en mis intentos por cambiar de tema le conté que el día que ella nació yo estaba en Bella Unión, muerto de calor atrás de un parador que está cerca del río y con el auto pinchado. Que aunque hubiera querido ir, era muy tarde y no iba a llegar.

Fue ahí cuando todo se fue a la mierda, no podía parar de llorar y yo no sabía como calmarlo, ni sé si quería calmarlo la verdad, había entendido todo de golpe. Aunque intentó contarme, se le trababan las palabras.

Había amado, habían sido.

El taxi en el que iban Camila y Lucía esa noche había tenido un accidente volviendo para su casa y estaban muy mal. Le pregunté dónde estaba, dónde estaban ellas, quería ayudarlo y que no hiciera nada, pero no sabía cómo. De pronto pensé que esa llamada era un adiós y estaba preocupado. No soy bueno dando consejos, ni tranquilizando gente. 

Mi corazón se hizo añicos.

La vida nos pasa por arriba.

De pronto cortó, lo volví a llamar, porque me cortó, me dijo que estaba bien, de verdad, que estaba en el hospital, afuera fumando y que sentía que nada le podía salir peor, pero que agradecía al universo haberlas vuelto a ver. 
Antes de cortar le dije que podía contar conmigo para lo que quiera, y en mi vida, lo juro por todo lo que soy y lo que tengo, en mi vida lo había dicho tan sinceramente.

Yo sólo pude ponerme una campera e ir a abrazarlo, demoré como una hora pero cuando llegué estaba ahí afuera como lo imaginaba. Fumando, con la mirada perdida y su campera de jean.